Dicen que necesitamos valorar las cosas que nos pasan para crear ciertas referencias y así determinar qué camino queremos seguir en la vida, dirigiendo nuestra atención, enfoque y acción hacia lo que nos ofrece bienestar y, sobre todo, evitando lo que nos causa dolor o nos pone en peligro. Desde luego esa capacidad de evaluar debe tener algún origen biológico o natural, ya que gracias a ella es como logramos aprender y sobrevivir. Sin embargo me da la sensación que en muchas ocasiones esa tendencia a examinarlo y calificarlo todo no es que sea muy pragmática, nos inunda de miedo y nos aleja de un concepto también clave en una vida sencilla, la aceptación de la realidad.
Hablando de realidad deberíamos matizar, como siempre, que existen tantas realidades como observadores e interpretaciones se puedan dar alrededor de un suceso. De ahí que suela afirmarse que todo tiene su dual, su contrapunto, sus polos positivo y negativo, su escala de colores, el yin y el yang, etc. Pero también es cierto que ante determinadas situaciones, generalmente las más dolorosas, parece muy complicado encontrar ese lado positivo, o incluso puede suceder que aquello que de primeras parece ser una gran noticia o fortuna pueda convertirse pronto en lo peor que nos haya pasado en la vida.
No sé si es algo que acabe aprendiendose por completo algun día, pero creo que tal vez uno de los secretos hacia una vida plena sea dejar de valorar constantemente lo que nos sucede como bueno o malo, justo o injusto,… Es curioso como con los años uno se da cuenta que, conectando los puntos tal y como decía Steve Jobs, aquello que sucedió hace mucho tiempo, tanto lo que calificamos en aquel momento como bueno o como malo, es exactamente lo que nos tenía que pasar para estar hoy donde estamos. En este sentido, la cuestión más importante sigue siendo ¿estoy ahora mismo donde quiero estar? Si la respuesta es positiva, estupendo. Y si no, ¿qué esperamos a cambiar?
Calificando constamente nuestras experiencias, especialmente lo que consideramos malo o injusto, lo único que nos aporta es una retroalimentación autodestructiva que nos estanca y no nos deja avanzar, aferrándonos a la idea del ¿por qué a mí? Del mismo modo sucede con lo positivo, lo cual nos puede llevar a perder el norte, ensimismarnos y olvidar que la vida puede dar un giro de 180º en cualquier momento. Colgar la etiqueta de bueno o malo es la mejor de las garantías hacia el estatismo, cuando la vida es constantemente dinámica.
¿No es más fácil aceptar la realidad tal y como viene y fluir en ella? Y en vez de seguir con el esto es bueno, malo, justo o injusto sencillamente asumir que lo que nos pasa es. Sólo es.
La vida da demasiadas vueltas como para detenernos cada dos por tres a calificarla. Chunglang, el protagonista de este cuento de Herman Hesse, lo sabía
Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.
Sin embargo el anciano replicó:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.
Pero el viejo de la montaña les dijo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!”
Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del Emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.
Chunglang sonreía
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