65 años. Nací en Nueva Jersey y vivo en Nueva York. Con mi primera esposa tuve a Daniel y con la segunda, la escritora Siri Hustvedt, a Sophie. Vivimos en un mundo roto, hay que reinventarlo. El universo está más allá de nuestra comprensión, pero todo está interconectado.
Auster y Francis
En Diario de invierno (Anagrama y Edicions 62) evoca episodios de su vida: el descubrimiento del sexo, recuerdos de sus padres, sus ataques de pánico, su primer matrimonio fallido, y el largo y feliz matrimonio actual... En la entrevista, al sol y con gafas oscuras, me trata de banal con sutileza en dos ocasiones. "Me siento como Elena Francis" (consultorio radiofónico para mujeres)", dice cuando le pregunto qué ha entendido sobre el amor. Y cuando lo hago sobre las cosas que admira, señala: "Vuelvo a ser como Elena Francis, pero admiro la ternura y la generosidad". Sólo consigo desbaratarle la sonrisa cuando le planteo si es de los que miran el circo o de los que bajan a la arena a pelear.
Tiene algo bueno envejecer?
Probablemente no. A partir de una edad te vas preparando para la muerte, pero te sientes más vivo que nunca.
¿Qué le ha construido?
El intenso amor de mi madre cuando era pequeño y lo que me sucedió a los 14 años estando en un campamento de verano: íbamos caminando por el bosque cuando nos sorprendió una tormenta eléctrica. Al chico que estaba a mi lado lo fulminó un rayo.
Le podía haber sucedido a usted.
Sí. Cuanto mayor me hago más me doy cuenta de la importancia de ese hecho. Asumí que cualquier cosa puede suceder en cualquier momento.
¿Cómo era ese amor materno?
Me dio consistencia moral: cómo ser una buena persona y tratar a la gente amablemente. Y como me apoyó mucho, me dio el sentido de que podía hacer lo que me propusiera. De joven no tuve miedo de vivir la vida. Pero ahí hay una paradoja.
¿En qué consiste?
Cuando unos padres te dan todo lo que pueden y te forman cuanto puedes, a la que estás listo para volar no quieres volver atrás.
La figura de la madre acostumbra a estar muy presente en los escritores.
Samuel Beckett, uno de mis escritores favoritos, tenía una relación fatal con su madre y en su biografía hay una historia que me encanta: en una ocasión, a los 14 años, saliendo de un partido de cricket, no tenía dinero para volver a casa. Como era tan tímido, no se atrevió a pedírselo a nadie y decidió recorre a pie los 15 kilómetros. A mitad de camino estaba agotado y se durmió sobre sus bultos.
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Lo encontraron a media noche. La madre estaba tan enfadada que lo envió a dormir sin cenar. El padre, a escondidas, le hizo algo de comer y se lo llevó.
Usted también fue un gran tímido.
Muy tímido. Cuando a los 20 años leía mis poemas temblaba y jamás miraba al público.
¿Sufrió la crisis de los 40?
La sufrí a los 30. A los 40 estaba felizmente casado. Tuve una primera mujer pero acabó en divorcio. Luego unas cuantas relaciones intensas que no cuajaron, pero conocí a Siri y cambió todo.
¿Y qué ha entendido del amor?
Que existe cuando tú quieres más para la otra persona que para ti mismo. Siri es muy muy inteligente y tiene dos modelos acerca del amor y del matrimonio: las relaciones mecánicas y las relaciones orgánicas. A menudo las relaciones mecánicas empiezan con una gran pasión, pero como todas las máquinas acaban fallando. Las relaciones orgánicas no paran de cambiar.
¿Cuestión de cintura?
Hay que estar siempre alerta respecto a lo que está experimentando el otro y lo que estás experimentando tú. Pero me siento como Elena Francis.
Curioso sentimiento, ya que lo explica en su libro.
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Los escritores suelen tener grandes egos. ¿Cómo llevan dos egos en casa?
No trabajamos en el mismo espacio. A las 5 de la tarde nos reunimos y tenemos muchas otras cosas en qué pensar: qué cenaremos, quién lava los platos, quién va a comprar...
¿La primera en leer sus manuscritos es su mujer?
Sí, y tengo plena confianza en sus juicios y viceversa. Admiramos mucho el trabajo del otro, pero somos honrados, decimos lo que pensamos.
¿Ha temido al fracaso?
Sí, y he tenido bastantes. La vida es en gran medida fracaso. Pero para mí el fracaso es un acicate: me invita a fracasar mejor la próxima vez.
Bueno, no le va tan mal...
No me quejo, pero soy consciente de que un mismo libro una persona lo puede adorar y otra, considerarlo una porquería.
¿Cuál ha sido su gran decepción?
Han sido cosas pequeñas: amigos cuyos actos no esperaba.
¿Y de sí mismo?
Me hubiera gustado ser mucho más abierto.
¿Fue hippy?
Era lo opuesto a un hippy. Perteneciendo a la generación de las drogas, jamás me he drogado. Las drogas me daban miedo, a mi alrededor hubo muchos que murieron y otros que se volvieron muy locos.
¿Sobrevuela?
No, cada día siento rabia por cómo estamos dejando el mundo.
Usted defiende el movimiento Ocupad Wall Street.
Me gusta mucho. Lo que están haciendo me parece extraordinariamente inteligente y muy nuevo en el discurso político, un movimiento sin líderes ni plataformas para expresar el descontento, que es el primer gran paso para hacer cambios.
¿Ha estado en la plaza?
No.
¿Mejor juzgar que participar?
¡En absoluto!, yo trabajo mucho con el PEN para que saquen a escritores de la cárcel, he ido contra la guerra de Iraq..., ¡por favor!
¿Qué busca en la literatura?
Cada vez que abro un libro busco que me cambie la vida, aunque no suele suceder.
¿Y en la propia?
La conexión. Un libro es quizá el único lugar del mundo en el que dos extraños se pueden encontrar.
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