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diumenge, 3 de juny del 2012

"Líbrese de pretender que le crean siempre el mejor". Ellis Rubinstein. La Contra de La Vanguardia

Ellis Rubinstein, periodista científico, preside la Academia de Ciencias de Nueva York

Tengo 66 años. Nací y vivo en Nueva York. Me casé con mi mujer y sus dos hijos, tenemos un nieto y dos gatos. Licenciado en Literatura Inglesa, he ejercido de editor de revistas de ciencia. En política, lo esencial es acortar las diferencias entre ricos y pobres. Soy ateo.

Conciencia y ciencia
Se graduó en Literatura Inglesa, pero durante tres décadas ha sido editor de la revista Science, que convirtió en un referente científico en todo el mundo. "Lo conseguí formando muy bien a nuestros periodistas, internacionalizándola y desembarcando sin timideces en internet". Por sus artículos publicados en revistas como Newsweek ha sido tres veces galardonado con el premio National Magazine, el Pulitzer de las revistas, explicando, por ejemplo, cómo la ciencia y la tecnología pueden llevarnos a la paz mundial. En su paso por Barcelona –invitado por la Societat Catalana de Biologia y el BIOclusterUAB–, ha insistido en la importancia de las academias de ciencias, en sus alianzas multidisciplinarias.

¿Cuál ha sido el mayor descubrimiento de su vida?
La satisfacción que produce hacer algo bueno.

¿Por ejemplo?
He presenciado como mi mujer ha salvado millones de vidas en África con el programa Millennium de la ONU para erradicar la pobreza.

Pero usted se ha dedicado a la ciencia.
Sí, y tengo la convicción de que la ciencia tiene que ofrecer solución a los grandes problemas del mundo. Lo que yo promuevo desde la Academia de Ciencias de Nueva York es que científicos, médicos, pedagogos, políticos, empresa y sociedad trabajen juntos.

¿Por qué?
Los grandes retos como el clima, la salud global, sacar a la gente de la pobreza, la carencia de recursos como el agua... no se pueden solucionar desde una única disciplina, hacen falta nuevas alianzas.

¿Y cuál es el problema?
Que hoy nos gobiernan líderes políticos muy estúpidos en todas las naciones. La mayoría de los países son muy disfuncionales y no pueden trabajar con otros porque no son capaces de manejar sus propios asuntos.

Es usted muy crítico.
Sin embargo, hay alcaldes muy valiosos que han puesto en práctica soluciones muy creativas trabajando conjuntamente con los más innovadores en cada campo dentro y fuera de sus países. Pero los líderes a escala nacional no aceptan bien ese hecho porque lo interpretan como una pérdida de poder.

¿Cree que es una cuestión de vanidad?
Y de no tener claras las prioridades: se meten en guerras absurdas olvidando las amenazas reales. Cuando el nivel de agua suba, que lo hará, destruirá ciudades y el coste será inmenso, pero, pese a ello, los gobiernos no hacen nada para prevenir los efectos del cambio climático.

Usted ha entrevistado a algunos de ellos, ¿qué le dicen?
Yo me entrevisté con Bill Clinton y con Jiang Zemin cuando eran presidentes, dos de los más brillantes líderes mundiales. Fue una lástima que Clinton se distrajera con temas personales, porque tenía grandes ideas. Zemin abrió China al mundo. Si todos fuesen como ellos, ahora estaríamos mejor.

¿Qué otros desastres prevé?
Terrorismo por el control de los recursos naturales. Grupos capaces de acceder a armas biológicas y nucleares. Deberíamos dar las condiciones –educación y trabajo a los jóvenes–, especialmente en el mundo islámico, para reducir el riesgo.

Ahora el dinero escasea.
Desde la academia que presido ponemos en contacto a la gente con talento de esos países con la gente con dinero. Es una ardua tarea, porque los millonarios y políticos islámicos no están por la labor.

Sigamos con las desgracias venideras.
La posibilidad de una epidemia global, esas gripes que mutan con tanta facilidad. No se puede planificar la respuesta de las que no conocemos, pero sí de las que conocemos.

Menudo futuro nos pinta.
La gente protesta por todas partes, a los norteamericanos les ha costado criticar su propio sistema, pero ya es imparable. Y creo que este descontento puede equilibrar un poco más el mundo. Yo crecí en los sesenta y aquella revolución cambió bastantes cosas.

¿Fue usted un hippy?
Medio hippy, participé del movimiento en California, pero nunca me arrestaron, y fumé marihuana, pero no llegué a los ácidos.

¿Cuál ha sido su mayor decepción?
La educación. Todavía hoy en EE.UU. sólo un 45% de la gente cree en la evolución de las especies, el resto sigue creyendo en Adán y Eva. Y la gran mayoría no entiende algo fundamental que se debería estudiar en colegios y universidades.

¿De qué se trata?
Lo que significa riesgo/beneficio aplicado a todo lo que nos rodea: a la economía, la tecnología, los nuevos medicamentos y la vida personal.

Explíquese.
Nuestra mente tiene una parte emocional y otra intelectual, y tomamos demasiadas decisiones con las emociones; no escogemos los mejores políticos y no comprendemos los principios básicos de las relaciones humanas; es deprimente.

¿Qué se le ocurre?
En la infancia creamos nuestros modelos del mundo para hacer frente a las experiencias que aparecerán en la vida, de manera que si de niño te has enfrentado a problemas que debas resolver, en el futuro serás capaz de enfrentarte a niveles superiores de complicación. Pero nuestros niños y jóvenes lo tienen todo tan fácil que no necesitan estrujarse el cerebro para nada.

¿A qué otras conclusiones ha llegado?
Es fundamental saber en lo que eres bueno y en lo que no, para intentar mejorarlo. Muy poca gente es capaz de aceptarse como es. Yo tardé mucho en conseguirlo.

Parece una persona muy abierta en un país bastante conservador.
Nueva York es un país en sí mismo, pero es interesante darse cuenta de que uno nunca encaja en ningún sitio.

¿Y cómo ha encajado no encajando?
Cuando era más joven hacía lo que hacen los niños: pretender ser alguien que no eres. Después intenté controlar mi entorno siendo el jefe. Ahora ya no me planteo si encajo o no, y me he librado de la esclavitud de desear que la gente piense que soy el mejor.


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