Las relaciones pueden ser una fuente de apoyo y amor o convertirse en un sumidero por el que se esfuma el bienestar. No es cómodo abordar ese problema cuando aparece pero es preciso intentarlo.
La comunicación entre las personas podría compararse a una carrera de obstáculos que solo se gana cuando todos los participantes llegan juntos a la meta. Quienes tomamos parte en un acto de comunicación tenemos un objetivo común del que somos igualmente responsables. Pero de algún modo tememos las ideas de los demás. Reconocerlo es el primer paso para abrirse a ellas.
Probablemente la calidad de nuestras relaciones incide más que ningún otro factor en nuestro potencial para ser felices y prosperar. Como seres sociales establecemos relaciones y la principal herramienta con que contamos para manejarnos en ellas es la comunicación. La esencia del lenguaje es la de crear y mantener relaciones. La palabra comunicación ya integra los conceptos «acción» y «en común», y su objetivo sería el de lograr entendernos con diversos fines.
Sin embargo, llegar a acuerdos para colaborar no siempre es fácil. Sería tanto como pensar que alguien puede comunicarse solo porque puede hablar. En ocasiones ocurre que en los sistemas de los que formamos parte –familia, amigos, trabajo– y en los que interactuamos cotidianamente nos cuesta llegar a desenvolvernos bien con todas las personas. Reconozcámoslo: existen individuos en nuestro entorno con quienes nos encallamos repetidamente y de forma inexplicable y con quienes la comunicación se convierte en un acto difícil y a menudo infructuoso.
7 FORMAS DE DESENCALLAR UNA RELACIÓN CONFLICTIVA
Algunas trampas en las que solemos caer en nuestras relaciones con los demás hacen que nos enfademos y entristezcamos al ver que nuestros intentos no funcionan. Realizar pequeños cambios nos permitirá vivir mejor:
- Aceptar al otro. Cuando pedimos a otra persona que sea diferente no la estamos aceptando tal y como es. Podemos pedirle o hacerle saber lo que nos afecta, así como decidir si queremos estar con ella, pero sin pretender que cambie y sea otra persona.
- Realizar peticiones claras. Es preferible hacer peticiones directas en vez de aguardar a que el otro nos lea la mente y se comporte conforme a nuestras expectativas.
- Ofrecer reconocimiento. No se puede esperar el reconocimiento del otro sin darlo. En ocasiones esperamos que el otro dé el primer paso pero él no se pone en marcha. Empecemos nosotros aportando algo en bien de la relación; por ejemplo, diciéndole las cosas buenas que tiene o que nos gustan de él.
- No buscar aprecio a toda costa. Conviene permanecer tranquilo y darse cuenta de que no siempre hemos de defendernos ante supuestos ataques. No le caeremos bien a todo el mundo, así que tampoco es conveniente esforzarse para que todos nos quieran.
- Discernir qué se quiere. A quienes suelen ceder frente a los deseos de los demás cabe recordarles que esa es una buena manera de amargarse la vida. Pensar qué se quiere –y pedirlo– en lugar de evitar la confrontación puede ser un ejercicio muy terapéutico.
- Ceder si hace falta. Cuando una situación se ha convertido en un pulso para ver quién puede más, ceder un poco a fin de reducir la tensión puede estar bien. En El arte de la guerra, el estratega chino Sun Tzu dice: «Solo el fuerte muestra debilidad».
- Confiar en la capacidad ajena. Si desconfiamos de que el otro sea capaz de hacer alguna cosa, probablemente acabaremos haciéndola nosotros y quejándonos de que no nos ayudan. Eso equivale a pretender enseñar responsabilidad quitándola.
Bet Font (psicoterapeuta familiar) y Víctor Amat (psicólogo)
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