Loehr sugiere reprogramar
la mente v el cuerpo para sentirnos como nos gustaría sentirnos.
El cuerpo responde de forma fisiológica a las
sensaciones reales ya as representaciones convincentes
Siempre
me han sorprendido las personas que durante un entierro son capaces de sonreír.
No me refiero al muerto (que a veces también sonríe, como si pensase: «Por fin descanso de la maldita crisis»), sino al
pariente próximo. Al cónyuge, o al hijo o hija del muerto.
En
estos casos, tiendo a pensar que aún no han interiorizado la muerte de ese ser
querido. Por desgracia, ya llegarán los duros meses de pena y lágrimas. Y, sin
embargo, a veces, durante otro tipo de duelo, el de un divorcio, la persona te
confiesa que está hecha polvo, y al cabo de poco rato es capaz de gastar una
broma. Este
subidón del estado de ánimo me sorprende tanto como el de los entierros con
sonrisas.
Me
pregunto cómo elevan tan rápidamente su estado de ánimo. ¿Son personas cínicas?
En absoluto. La respuesta la descubrí leyendo a Jim Loehr, atleta, y especialista en psicología deportiva. Según
Loehr, la actuación excelente de un deportista no solo depende del
entrenamiento físico, sino también del adecuado adiestramiento mental y emocional.
«Las emociones responden del mismo modo en que lo hacen los
músculos, y es por ello que las que más ejercitamos acaban convirtiéndose en
las más intensas y frecuentes», leo en el libro Lo que realmente importa (La
Liebre de Marzo), de Tony Schwartz.
Y me lo han comentado amigos actores. Si durante dos horas interpretan a un
personaje enfurruñado, salen del teatro enfurruñados. Y al contrario: si
durante dos horas interpretan a un personaje chistoso, salen del teatro
contentos. Como el público.
Por
eso Loehr recomienda reprogramar la mente y el cuerpo para sentirnos como nos
gustaría sentirnos: «Cuando uno deja de preocuparse por cómo se
siente y presta más atención a cómo necesitaría sentirse para dar lo mejor de
sí, está transformando su misma fisiología».
En
1990, Tony Schwartz lo comprobó acompañando al tenista Ivan Lendl, que por
aquel entonces ocupaba el primer lugar de la clasificación mundial. Se dio
cuenta de que, a parte del entrenamiento y el régimen físico implacable,
invertía mucho tiempo en el adiestramiento mental. Como lo hacen los
meditadores. Antes de cada partido, se sentaba y revisaba sus objetivos: «Sé fuerte, seguro, ambicioso y rápido»,
se repetía, como un modo de programar su mente. Finalmente, cerraba sus
ojos y se imaginaba materializando sus objetivos.
Uno
de los éxitos más fulgurantes de Loehr fue la tenista argentina Gabriela Sabatini. Cuando Loehr la
conoció, esta se hallaba sumida en un profundo bache. Se sentía tan abatida que
había perdido la motivación. En la pista, se encontraba ansiosa y confusa.
Loehr se concentró en su estado anímico. Su reto consistió en ayudarle a
revitalizar su juego haciéndole recuperar la sensación de diversión, excitación
e intensidad que había perdido.
Para
ello, Loehr invitó a Sabatini a ser más expresiva en la pista, a hacer un gesto
de seguridad con el puño cada vez que ganaba un punto, a sonreír e incluso a
gritar. Es decir, a hacer todo aquello que sirviera para infundirle entusiasmo.
Le recomendó, en suma, que aunque no sintiera grandes emociones positivas, debía
actuar como si las sintiese, ya que el cuerpo responde fisiológicamente tanto a
las sensaciones reales como a las representaciones convincentes. Al
final, Sabatini acabó sintiendo lo que estaba representando. Cuatro meses
después, derrotó a Steffi Graf.
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