Siempre
he sido una persona esencialmente optimista, a pesar de las circunstancias de
mi vida. Aunque reconozco que, de niño, los días de lluvia me deprimían. Y es que antes,
las circunstancias externas invadían demasiado mi vida. Aún así,
como todos, en ella han habido buenos y malos momentos, pero siempre que me ha
sido posible, he optado por vivir -y rememorar- los buenos momentos. A fin de
cuentas, uno solo puede dilatar los buenos momentos y contraer los malos!
Eso
no es siempre fácil! Muchas personas, no solo tienen mayormente en cuenta sus
malos momentos, sino que crean -y recrean- una vida alrededor de ellos.
Ni que decir tiene que eso les condena a vivir una vida sombría, a la espera de
nuevos acontecimientos negativos. Así, deciden protegerse de la vida intentando
desesperadamente que “todo siga igual“, sin novedades. “No news, good news“, como se
dice popularmente. Ni que decir tiene que la vida es permanente cambio y que es
una invitación sugestiva a que la vida nos propicie nuevos y variados “malos
momentos“, pues nuestra actitud de atención y preocupación permanente parece
que disfruta con ellos…
Supongo
que, como siempre, lo ideal está en el equilibrio. Ser realista y, a la vez,
tener esperanza, o sea ser optimista. Ser realista no es más que aceptar la
realidad y ser bien consciente de ella; ser optimista es ver solo la parte
positiva de ella, desechando los momentos desagradables… o, lo que es lo mismo,
renunciando a parte de nuestra realidad! Porque la realidad -como la vida- está hecha de buenos y
malos momentos!
Creo
personalmente ahora que la felicidad se basa en la plena consciencia de la
realidad completa, con sus luces y sus sombras, en su sentido… y, a la vez, en
la esperanza de que todo puede mejorar, cada día. La felicidad basada en el
desconocimiento es como la de un niño… bastará una cierta dósis de cruda
realidad para dar al traste con ella. La felicidad de un adulto, en cambio,
está fundamentada -o debería, según la madurez- en la experiencia y en la plena consciencia
de la realidad, aunque con la pertinente esperanza de que todo puede ir mejor,
que es posible cambiar y mejorar.
Muchas
veces, ante algunas situaciones delicadas de nuestra vida, es fácil buscar la
coartada en la culpabilidad ajena, intentar simular el desconocimiento o evitar
una situación. Pero, ni qué decir tiene que no es siempre fácil engañarse a uno
mismo ante la evidencia de la realidad. Como suelo afirmar, la realidad se impone y no deja tregua
para escapar a ella, más tarde o más temprano reaparecerá. De ahí el
valor del tiempo, a la hora de juzgar lo bueno o lo malo en nuestra vida. En
cambio, si uno mira de cara la realidad -por dolorosa que ésta sea-, le será
relativamente fácil aceptarla y, a partir de ella, hallar la esperanza
necesaria para cambiarla o, en su caso, mejorarla. Si solo renuncia a ella, la realidad se
manifestará, se enquistará su efecto… y éste hasta crecerá, ya sea miedo o
tristeza!
Tener esperanza
no es más que creer que uno mismo y la propia vida nos llevarán a la armonía
necesaria con la realidad.
A fin de cuentas, como he dicho antes, tras la realidad y la plena conciencia
de ella está la verdadera felicidad. Es verdad que tal vez la realidad no nos
traiga todo aquello que anhelamos y planeamos para nuestra vida, pero aceptar
la realidad tal como llega nos ayudará a encontrar la serenidad necesaria para
vivir y lograr lo que uno desea para su vida. La renuncia a parte de la realidad, en
cambio, producirá conflicto en nuestra vida, lo que imposibilitará la armonía y
la paz que necesitamos para ser, sentir y vivir la vida feliz y plenamente.
Lo
que es un hecho irrebatible es que no es más importante la realidad que nuestra
percepción de ella. Las circunstancias de las realidad no son buenas o malas,
sino cómo las percibimos y en qué momento vital lo hacemos. La
realidad es la realidad, aunque muchas veces valoramos solo nuestra realidad, esa que aceptamos y
que muchas veces es sesgada según lo que queremos ver. Pero, aún así, debemos
aprender a aceptar la realidad en toda su amplitud, pues siempre podemos
modular el efecto que ésta tiene en nosotros y en nuestra vida!
¿Elijes ser
pesimista u optimista?
Quizás la única diferencia sea que el pesimista basa su percepción solo en el
pasado vivido o en lo que duda que vaya a vivir en el futuro, mientras el
optimista, en cambio, se basa en la confianza que tiene en la vida, en que todo
tiene su propio sentido y en lo positivo que es capaz de sentir y vivir en el
hoy de su ya completa realidad!
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