Autor:: Jorge Santamaría.
Hay veces, da la impresión, de que no contemplamos más alternativa para superar una situación que no nos encaja que automentirnos. Sea con el afán de salir de un laberinto que aparentemente no tiene salida, o no queremos verla, o como medida para salvar nuestro orgullo excusándonos de nuestros fracasos, o como forma de escapar de aquello que no comprendemos o que sí comprendemos... pero nos gustaría pensar que es diferente.
El autoengaño se define como el proceso de negarse a racionalizar importantes evidencias y argumentos lógicos que son opuestos a los propios.
Y resulta curioso el efecto, porque parece que cuando nos autoengañamos se nos apaga de repente la luz interior de la lucidez y dejamos de reconocer la realidad de una situación tal cual es. Asumimos la creencia errónea, sin más, y lo que pensamos lo damos completamente por cierto, hasta el punto de poder persuadir con nuestro argumento equivocado a cualquiera... cuando sólo estamos creyendo lo que más nos conviene. Y llegamos a asumir tan bien nuestras propias mentiras, que nadie -nosotros mismos incluidos- seríamos capaces de diferenciarlas de la verdad.
Digamos que el autoengaño es una vía para la supervivencia, y si bien puede ser saludable autrocreerse, por ejemplo, que una situación no es tan dramática como lo es en la realidad, hacer de ello un recurso habitual para cualquier trance desagradable, nos llevará a una especie de realidad paralela en la que las cosas nunca son como realmente son, sino como nos decimos que son.
Si los éxitos que conseguimos son producto de nuestra competencia y habilidad, los de los demás también lo serán, ¿no? Es poco razonable que pensemos que los otros siempre alcanzan sus logros como producto de un golpe de fortuna o porque el destino es más benévolo para con todo el mundo, pero no para con nosotros.
Contra el autoengaño, la racionalidad. Algo muy habitual también, es esperar el cambio de carácter o de forma de ser de una persona que nos decepciona permanentemente. “Ya cambiará”, es la eterna letanía; pero ese cambio nunca llega y, probablemente, nunca llegará y mientras tanto se vive en la ilusoria idea de que sí es posible... y van pasando los años y todo permanece igual.
Reflexión final: ¿Por qué te sigues mintiendo, si al final tendrás que contarte la verdad?
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