Laurence
Freeman, director de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana
Soy
británico medio irlandés. Me licencié en Literatura
Inglesa en Oxford y de Teología en Canadá. Soy monje benedictino. Una sociedad justa y civilizada se mide en cómo cuida a
los marginales, los pobres y los vulnerables. Creo que el ser humano es
una manifestación de lo divino
El regalo
Hace
un frío que pela, pero los pajaritos cantan en el claustro de la Casa
d'Exercicis Sant Ignasi-Sarrià, donde se dispone a ofrecer un retiro de
meditación a los alumnos que lo deseen. Freeman, en mangas de camisa, me
descubre los orígenes de la meditación cristiana, que se dedica a esparcir por
el mundo. Su congregación, Monte Oliveto, está en más de cien países; su
impulsor -junto con John Main, su maestro espiritual, ya fallecido- es un
hombre inquieto que buscó conocerse a sí mismo tras trabajar en la banca y el
periodismo y recorrer Europa en busca de sentido; por eso está convencido de
que el mejor regalo que les podemos hacer a los niños y a los jóvenes es la
herramienta de la meditación.
Usted no iba para monje.
Yo
era un estudiante de Literatura Inglesa que quería ser un escritor famoso.
¿Quería triunfar?
Sí,
y pensé que debía comenzar por una carrera académica, pero acabó asfixiándome y
me pasé a la banca.
¿De la literatura a la banca?
Hice
lo que recomendaban los Monty Python: algo completamente diferente. Quería
averiguar cómo se hace el dinero.
¿Y qué descubrió?
Que el placer que
da el dinero es muy estéril pero puede ser adictivo, y que muchas personas se
quedan atrapadas en un trabajo del que no disfrutan. Cuando le dije a mi jefe que me
iba porque quería ser escritor, me dijo con tristeza: "Ojalá hubiera hecho lo mismo".
Después me retiré seis meses a un monasterio para aprender a meditar.
¿Por qué lo hizo?
Me
sentía muy perdido, necesitaba conocerme más a mí mismo. Terminado el retiro me
dije: "Muy bien, ya he aprendido a meditar, ya puedo irme a conquistar el
mundo".
¿Lo conquistó?
Había
perdido mi ambición mundana, y fue un shock, porque solemos encontrar
significado en lo que vamos a conseguir.
Se quedó sin zanahoria.
La
alternativa era el monasterio, pero no lo veía claro. Decidí recorrer Europa y
por el camino comprendí que mi resistencia era la imagen que tenía del
monasterio: no era un lugar hermoso, ni romántico, ni dramático. Hasta que
comprendí que ser monje consistía en comprometerme con la libertad.
¿Enclaustrado en un monasterio,
prometiendo obediencia y evitando alegrías?
El
monasterio que usted describe es un lugar endemoniado, como un banco sin dinero. Se trata de
vivir la vida ordinaria con una intensidad extraordinaria. El
resultado es la trascendencia del ego, librarte de los miedos, y eso es lo que te da la
libertad, y en la libertad está la alegría.
El deseo es nuestra gasolina.
"¿Qué
estáis buscando?", les dice Jesús a los discípulos que le siguen. Esa es
la gran pregunta. El sufrimiento surge por el conflicto de deseos, no
sabemos lo que realmente queremos. La meditación nos ayuda.
¿Y qué queremos?
Hallar nuestro yo
verdadero. El bienestar
esta íntimamente conectado a nuestra manera de prestar atención a las otras
personas para poder verlas tal cual son, sin proyectar nuestros propios deseos
y miedos sobre ellas. El siguiente nivel de conocimiento es
descubrir que cuando prestamos atención de esa forma estamos amando. Es
sencillo.
¿...?
Vivimos en una
sociedad con unos valores materiales excesivos, ya no interiorizamos los
valores espirituales, y eso crea personas indefensas y heridas. Enseñar a meditar a los niños,
a poner atención, es lo más importante que podemos hacer.
Pensaba que la meditación era
una tradición oriental.
Jesús
era un maestro de la contemplación, no nos da reglas sobre la oración,
simplemente nos dice: entra en tu habitación interior, cierra la puerta y reza
a Dios, que está en ese lugar secreto; no pienses, abandona tus preocupaciones,
pon atención plena.
¿Todo esto lo decía Jesús?
Sí.
Su enseñanza es mística. Hay que distinguir entre espiritualidad y religión. La
espiritualidad es el interior de la experiencia, y la religión es el sistema de
símbolos que nos ayuda a desarrollar esta experiencia.
O a cortarla en seco.
Cierto,
porque la religión sin espiritualidad se convierte en diabólica: en ese terreno
están los fundamentalistas.
¿Dialoga mucho con el Dalái
Lama?
Sí, y he
aprendido que el diálogo no es solamente compartir ideas, sino también intentar
ver desde el punto de vista del otro.
Por el contrario, a la Iglesia
católica el Dalái lama ni la prohíbe ni la condena.
El
Dalái Lama es un individuo extraordinario. La Iglesia es una estructura de
estructuras y siempre ha tenido tensiones, y creo que va a pasar por un periodo
traumático.
¿Por qué lo dice?
Es
muy difícil guiar una institución como esa en un momento de crisis. El propia
Dalái Lama dice que al haber sido expulsado del Tíbet ha dejado de ser un
prisionero de su propia institución. La Iglesia es humana, y su pecado a lo
largo de la historia ha sido dejarse llevar por la tentación de poder.
¿Cómo se arregla eso?
Podemos
minimizar ese proceso restaurando la dimensión contemplativa de la Iglesia.
Creo que a través de la muerte y la resurrección, la Iglesia que conocemos dará
paso a una más pequeña, más contemplativa.
¿Qué es la contemplación?
El
simple gozo de la verdad, decía Tomás de Aquino.
Hay muchas verdades.
La verdad es lo
que incluye todo, y por eso siempre está en expansión, es imposible estar en la
verdad y tener prejuicios.
Otra forma de contemplar es estar en el momento presente. El presente no es
algo cronológico, es lo que contiene al tiempo.
Parece usted un budista.
Hay
un único Dios y todos participamos de esa realidad. La meditación nos ayuda a
abrirnos a este terreno común. Si perdemos la experiencia de unidad, la diversidad se
convierte en división, y la división es lo que lleva a la violencia.
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