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dimecres, 11 de juliol del 2012

LA ERA DEL TALENTO. Irene Orce. Blog Metamorfosis.

“El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración”, Thomas Alba Edison
El talento es un tesoro de valor incalculable. Un activo en alza en este mundo atormentado por el fantasma de la crisis. Y se oculta en el lugar en el que menos acostumbrados estamos a mirar: dentro de nosotros mismos. Está enterrado en lo más hondo de la cueva de nuestro potencial. Como cualquier tesoro que se precie, no resulta fácil de encontrar. Requiere de una búsqueda apasionada y épica. Grandes dosis de esfuerzo, mucha determinación y el coraje necesario para superar los obstáculos que vayan surgiendo por el camino. Parece una receta sencilla, pero está escrita con la pluma de los sueños, cuya tinta contiene sangre, sudor y lágrimas.
Resulta curioso que solamos limitar el concepto de ‘talento’ a los ámbitos del deporte y la música. Incluso proliferan como setas los programas de televisión dedicados a detectarlo (o a explotarlo). De ahí que a menudo lo veamos como un producto ajeno a nuestra existencia. Sin embargo, la realidad es que el talento tiene mil caras, y va mucho más allá del mundo del espectáculo. Hay personas cuyo talento es crear espacios armoniosos. Hacer reír. Saber escuchar. Liderar. Organizar. Gestionar recursos. Diseñar. Construir. Comunicar…e incluso detectar el talento de los demás. Todos y cada uno de nosotros tenemos un potencial que puede transformarse en auténtico valor añadido para otros. El primer paso para desarrollarlo es identificarlo; el segundo, dedicar el tiempo necesario para nutrirlo y pulirlo. No en vano, el talento es como un diamante. En bruto no es más que una piedra cualquiera, opaca y corriente. Tallado, un bien tan precioso como preciado. Y cuando lo ponemos al servicio de los demás, brilla tanto como una estrella a medianoche.
Según el diccionario, ‘talento’ es una aptitud, es decir, la capacidad para el desempeño de una actividad u ocupación. También significa moneda de cambio, refiriéndose a la utilizada por los griegos y romanos en la antigüedad. Ya entonces, -de un modo u otro-, el talento formaba parte de la economía. Codiciado por todos, poseído por unos pocos. Entonces, ¿cuál es la fórmula del talento? Y ahondando en la polémica, el talento ¿nace o se hace? Según afirma el padre de la psicología positiva, Martin Selligman, ni nace, ni se hace. Es una suma de ambas, pues el talento se cultiva. Si bien todos nacemos con unas cualidades y capacidades innatas determinadas, si no las identificamos y entrenamos nunca se convertirán en auténtico talento. Lo que hace que obtengamos resultados que nos hagan destacar es la pasión que nos provoca esa disciplina, el disfrute que nos genera, el compromiso que adquirimos con ella y la dedicación que invertimos en su perfeccionamiento.

INTELIGENCIAS MÚLTIPLES
“No existe gran talento sin gran voluntad”, Honoré de Balzac
La mayoría de seres humanos no somos conscientes de nuestro propio potencial, y por lo tanto no le sacamos partido. Gran parte de esta realidad se debe a un sistema educativo que tiende a la homogeneización, lo que limita la posibilidad de desarrollar cualidades o habilidades menos comunes. De ahí la importancia de contar con herramientas alternativas que nos ayuden a detectarlas. Entre otras, destaca la teoría de las inteligencias múltiples, acuñada por el psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, Howard Gardner. Su modelo define la inteligencia como “una capacidad que puede desarrollarse”, lo que rompe con la creencia generalizada de que se trata de “un rasgo determinado por la genética que apenas puede modificarse”. Según Gardner, existen siete tipos de inteligencia, que todos desarrollamos en mayor o menor medida, y que van más allá del tan reconocido y aplaudido coeficiente intelectual.
En primer lugar, este investigador define la “inteligencia lingüística”, que enfatiza la habilidad referente al lenguaje, y quienes la tienen más desarrollada destacan por su pericia al leer, escribir y comunicarse utilizando la oratoria y la dialéctica. Por otra parte existe la “inteligencia lógico-matemática”, que supone una mayor destreza para resolver problemas aritméticos, calcular, formular y verificar hipótesis; así como la inteligencia cinético-corporal”, que tiene que ver con el arte de dominar el cuerpo y desarrollar capacidades como la fuerza, la rapidez, la flexibilidad, la coordinación y el equilibrio. También la “inteligencia espacial”, en la que sobresalen quienes tienen dotes para dibujar, orientarse, calcular y proyectar espacios; la “inteligencia musical”, que define la facilidad para aprender idiomas e identificar sonidos, cantar, escuchar y tocar instrumentos; y la “inteligencia interpersonal”, que tiene que ver con la maestría para establecer y desarrollar relaciones sociales. Finalmente, Gardner define la “inteligencia intrapersonal”, vinculada con el autoconocimiento y la gestión eficaz de los pensamientos y las emociones.
En base a esta teoría, todos los seres humanos poseemos estas siete inteligencias, pero cada uno de nosotros desarrolla con más facilidad unas que otras. Lamentablemente, la educación que recibimos se basa fundamentalmente en la inteligencia lingüística y la lógico-matemática, relegando todas las demás a un discreto segundo o tercer plano. Esta forma de proceder tiene graves consecuencias entre quienes no destacan especialmente en estos dos tipos de inteligencia, puesto que el expediente académico limita en gran medida sus oportunidades de cara a su futura formación y oportunidades profesionales. Además, esta tendencia impide que se detecten a una edad temprana los potenciales ‘talentos’ de cada estudiante, y que al no prestarles atención, vayan quedando olvidados, marginados en el almacén de las cosas perdidas.
Así, la mayoría de seres humanos terminamos por elegir una carrera u otra movidos por la búsqueda de salidas profesionales, que en muchas ocasiones poco o nada tienen que ver con nuestro propio potencial. En este escenario, vale la pena apuntar que si bien la crisis es una situación pasajera, la globalización es un proceso estructural que ha venido para quedarse. España y otros países desarrollados ya no pueden competir vendiendo tiempo, precio y mano de obra. Principalmente porque China y otras economías emergentes han aprendido a hacerlo más rápido, barato y de forma más eficiente. Como consecuencia de la deslocalización y la digitalización, estamos presenciando la destrucción de cada vez más sectores, empresas y oficios industriales. De ahí la importancia de introducir el talento como elemento diferenciador en el ámbito profesional, puesto que muchos puestos de trabajo están condenados a reinventarse o a desaparecer.

PASIÓN Y PROPÓSITO
“El secreto de la genialidad es el de conservar el espíritu del niño hasta la vejez, lo cual quiere decir nunca perder el entusiasmo”, Aldous Huxley
La mejor arma para luchar contra el monstruo del paro, que cada día engrosa sus filas, es que nuestra profesión esté vinculada con nuestro talento, alineada con nuestro tipo de inteligencia. En última instancia eso es lo que nos permitirá aportar creatividad, el auténtico valor añadido que no puede reemplazarse y del que no resulta fácil prescindir. Además, genera una serie de beneficios adicionales, como el bienestar interno y el dotar de un sentido a nuestra dimensión profesional, más allá del meramente económico. Y dado que lo tiene todo que ver con la persona que somos, probablemente aquello que hagamos generará resultados de excelencia. En estos momentos, todas las empresas están recortando gastos innecesarios, y no está de más comenzar a preguntarnos: ¿qué valor añadido aporto en mi trabajo?
Sin embargo, perseguir el talento tiene un elevado precio que no todo el mundo está dispuesto a pagar. Implica afrontar el miedo al rechazo, al error y al fracaso, a lo que piensen los demás. Supone apostar por nosotros mismos, aprendiendo a crear valor a través de nuestras capacidades, fortalezas y cualidades. Y asumir la responsabilidad de desarrollar todo nuestro potencial. Significa dejar de conformarnos con lo ‘normal’ y perseguir lo ‘excelente’. Según un estudio del psicólogo Anders Ericsson, de la universidad de Florida, se requieren 10.000 horas de práctica intensa para lograr la maestría en cualquier disciplina. Un compromiso sólo al alcance de quienes viven con pasión y con propósito su proceso de aprendizaje.
Esta colosal cantidad de tiempo invertido en desarrollar una competencia determinada garantiza que nuestras conexiones neuronales estén entrenadas para realizar dicha actividad con espontaneidad y naturalidad. Ya no necesitamos pensar en lo que estamos haciendo; simplemente lo hacemos. Es la magia que convierte lo complejo en algo aparentemente sencillo. La buena noticia es que no es algo únicamente al alcance de unos pocos privilegiados. Depende de nosotros detectarlo, desarrollarlo, nutrirlo, compartirlo y ponerlo en valor. El reto consiste, como decía Steve Jobs, en aprender a escuchar y a seguir a nuestra intuición y a nuestro corazón. De algún modo, ellos ya saben quiénes hemos venido a ser. Bienvenidos a la era del talento.

En clave de coaching
·         ¿Qué me llena de entusiasmo?
·         ¿De qué manera puedo transformarlo en valor añadido?
·         ¿Qué pasaría si dedicara tiempo a desarrollar mi talento?

Libro recomendado
·         El Elemento’, de Ken Robinson (Grijalbo)

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