Ahora resulta que nada es verdad y todo es mentira. Durante más de un siglo se nos vendió la idea de que el comportamiento humano es racional e interesado. Miles de dirigentes fueron educados con la idea de que el móvil de nuestros actos era conseguir no solo el reconocimiento, sino el consiguiente interés propio. En las instituciones sociales, en el Congreso, en las grandes empresas… nos dotamos de los mejores personajes racionales e interesados.
Es más, los psicólogos experimentaron en el laboratorio hasta el punto de demostrar que las descargas de testosterona durante el embarazo conseguían que el dedo anular de los hombres fuera más largo que el índice, en promedio, que el de las mujeres, siendo ello un dato inédito e incontrovertible de la mayor ambición de los primeros con relación a las segundas. No solo eso, sino que se pudo demostrar que los agentes de la Bolsa con el anular superior al índice acababan ganando más dinero que nadie. Había pruebas concretas de que, cuanto más racional e interesado, mejor le iba a ir a uno.
Nuestra clase política está atiborrada de personajes que están negociando siempre a su favor; que están en un duelo constante del que tienen que salir triunfadores, incluso cuando defienden el interés general. Los negociadores de las empresas importantes no hacen otra cosa que sobreponer el interés particular al deseo íntimo de ser de utilidad a los demás. Se le ha enseñado a la gente que nos dirige que el ser humano es, por encima de todo, racional e interesado. Es paradójico, pero eso es lo que estamos viendo todos los días en el curso de la actual discusión o negociación en la Unión Europea.
¿Alguien ha podido identificar algún dirigente que defienda, por encima de todo, la necesidad de que él o su país pueda ayudar a los demás? Si no se tiene obligación alguna de mostrar que uno confía en los demás y nadie sabe si Rajoy o Merkel son de fiar, ¿en nombre de qué se podría premiar la confianza mostrada por un extranjero con una dosis recíproca e idéntica de confianza que puede costarte dinero? Si nadie lo va a saber, no hay problema en comportarse como un gusano venenoso, explotando al otro hasta que no pueda resistir más. Según la teoría económica que ha regido durante la mayor parte del siglo XX, esa ha sido la manera real de comportarse de las autoridades competentes tanto nacionales como de los organismos internacionales.
Los dirigentes del mundo que hemos conocido se enamoraron de la teoría que llamaban «del interés propio racional», en virtud de la cual cada individuo tomaba decisiones en función de su propio interés o solo de su país. En el mundo del videojuego lo denominaban el «juego de la confianza», sin darse cuenta de que no iba en absoluto con la gente real.
Mira por donde, nuestros dirigentes no se han enterado de que todo está cambiando. Los científicos que se han puesto a comprobar la supuesta inexistencia de la confianza en los demás basada en la persecución del interés propio están descubriendo que las cosas no funcionan así. Ahora resulta que las dosis de comportamiento positivo aumentan el bienestar de los colectivos considerados; los científicos están demostrando, además –aunque pocos les hagan caso todavía–, que factores biológicos como la oxitocina, pero no solo ella, están desempeñando un papel importantísimo a la hora de responder a un gesto de confianza desprendiéndose de dinero.
Dentro de muy poco tiempo se considerarán alumnos extraviados los preparados para triunfar cueste lo que cueste; aquellos cuyo comportamiento está regulado por el puro racionalismo y la consecución del propio interés. Porque las nuevas competencias estarán demostrando claramente que no se puede ganar siempre sin dar nada a cambio.
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