Ada E. Yonath, premio Nobel de Química 2009; participa en el Nobel Campus de la URV
Tengo la edad de mi curiosidad, que se mantiene increíblemente joven. Nací en Jerusalén, hija de un rabino: no tuve una educación científica, pero siempre hay un camino para quien quiere aprender. La religión es unirse para el bien común. Y la política también debería serlo.
Buena química
Buena química Los jóvenes investigadores retan con preguntas y seis Nobel de Química les contestan con otras. Fuera del auditorio se oyen gritos de euforia de un Port Aventura al completo. He tenido que aparcar bajo un algarrobo lejos del inmenso parking repleto. En derredor, se afana el primer turno del segundo complejo petroquímico de Europa, que no despide a nadie y exporta más que nunca. Ha aflojado incluso el bochorno africano de los últimos días. En este país hay cosas y personas que no han dejado de funcionar a toda máquina ni un solo segundo. Van a más y mejor. Veo alumnos míos practicando periodismo allí: espabilando. Algunos sin cobrar, pero con toda la ilusión de que sólo será de momento.
Hace treinta años que me propuse conseguir un objetivo científico muy ambicioso...
¿Le apoyaron?
Me recordaron que, durante veinte años, los mejores laboratorios de todo el mundo lo habían intentado sin éxito...
¿Se desanimó?
... y añadieron que cómo iba a conseguirlo entonces una chica perdida en un remoto laboratorio de Oriente Medio.
¿La animó alguien?
Además, justo antes de comenzar la investigación, me había caído de una bicicleta y sufrí una conmoción cerebral, así que los menos simpáticos me apodaron la Loca y los más, la Fantástica...
Seguro que alguien le echó una mano.
Un colega del Instituto Max Planck de Berlín recopiló la lista detallada de los insignes investigadores que lo habían intentado antes que yo sin conseguirlo.
Al menos se interesó por su trabajo.
Cuando escuchaba cómo me leía todos aquellos prestigiosos nombres, a los que acompañó de toda clase de comentarios elogiosos y la dificultad del trabajo, de repente me di cuenta de algo importante. Le miré a los ojos y le dije: "Oye: estos tipos fracasados son los mejores, yo quiero estar en esa lista".
Un modo de incentivarse.
Es que lo pensé realmente. Aquella lista de fracasados acabó de motivarme. Porque si un reto vale la pena, sólo que lo intentes ya te hace mejor. Aquellos investigadores eran mejores aunque no lo hubieran logrado. Yo también quería ser uno de ellos.
¿Con los años le dieron más crédito?
Cuando yo ya llevaba cinco años de trabajo, la portavoz de otro comité de investigadores también dijo: "Es un proyecto como para ganar el Nobel...".
¡Bien!
... "pero -añadió sonriendo- no tiene ni la más remota posibilidad de conseguirlo".
¿Cada vez se sentía usted más cerca de figurar en aquella lista?
Tenía otro pensamiento que también me ayudó a trabajar aquellos años, y era que, aunque sólo consiguiera acercarme un poquito al objetivo, ese poquito ya habría proporcionado suficiente conocimiento como para justificar todo el esfuerzo de mi equipo.
Así que nunca saldría perdiendo.
Perder o ganar es una cuestión de perspectiva. Para mí, intentarlo y lograr que alguien me apoyara y me siguiera en el intento ya era ganar, y creo que conseguí que mi equipo también pensara como yo. Además, tenía al Instituto Weizmann.
¿Provenía usted de familia científica?
Más bien no. Soy hija de un rabino de Jerusalén y nací en la ciudad tres veces santa. No tuve una educación muy científica.
Nadie lo diría escuchándola.
Pese a la rigidez de una educación religiosa, si tienes curiosidad, acabas por encontrar en ella, aun dando unos cuantos rodeos, los caminos que te llevan al conocimiento y la ciencia. Y yo tengo mucha curiosidad. Y además tengo otra virtud...
¿...?
Más curiosidad y pasión por satisfacerla.
Ciencia y dogma son incompatibles.
Como científica, no tengo fe, sino que me limito a verificar las pruebas de los hechos. Lo que no puedo probar deja de interesarme como objeto de investigación.
¿Así que usted trabaja para dejar a Dios sin motivos para existir?
Creo en el ser humano, pero eso no me obliga a seguir todas las instrucciones que algunos líderes religiosos quieran imponernos ni tampoco a creer todas las historias de la Biblia. La religión es la unión de los seres humanos para el bien común.
¿Qué pensaba su padre el rabino?
Mis abuelos y mi padre habían escrito libros, pero religiosos. Y eso es menos incompatible con la ciencia de lo que parece.
¿Acaso los judíos no tienen dogmas?
Claro que sí, unos pocos, pero lo que realmente diferencia a los judíos de los católicos no son los dogmas, sino el papa. Nosotros no tenemos una autoridad única, sino muchos rabinos, y cada uno con sus seguidores, así que cada judío elige el suyo y de ese modo también escoge qué quiere creer.
¿Fe a la carta?
Bueno... En cualquier caso, ese sistema no es tan diferente de la investigación.
La ciencia no tiene un papa, sino popes.
Por cierto, disfruté una estancia apasionante en el Colegio Cardenalicio vaticano cuando me dieron el premio Ciencia para la Paz.
Enhorabuena.
Perdí el avión y me tuve que quedar un día más de lo previsto, así que pude conversar con los cardenales. Uno se alegró conmigo de que Galileo hubiera sido rehabilitado por Roma... Tras cuatrocientos años.
Ante la eternidad no son tanto.
Y sacar del infierno a Darwin sólo había costado 200, apostillé, así que Roma avanzaba.
¿Por qué le dieron el Nobel a usted?
Por ese proyecto del que le hablaba y que hoy ya está en los libros de texto de mi nieta, que estudia el bachillerato. Y eso me hace incluso más feliz que el Nobel.
Explíqueselo a mi madre.
Cada célula tiene unas fábricas, el ribosoma, capaces de leer las instrucciones del código genético para transformarlo en partes de un ser vivo. Intentamos descubrir cómo funciona. Y es crucial porque muchos...
El manual de instrucciones de la vida.
... microorganismos nos enferman al atacar esas fábricas precisamente.
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