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dimarts, 31 de juliol del 2012

LA CIENCIA DE LA BELLEZA - Redes. Nancy Etcoff psicóloga del Harvard Medical School.

Durante mucho tiempo, predominó la idea de que las expresiones faciales de las emociones eran aprendidas culturalmente. En las últimas décadas, los científicos han descubierto lo opuesto: la forma de manifestar las emociones es innata e universal. Más recientemente, ha sucedido algo muy parecido con la percepción de la belleza.
Nuestra capacidad para apreciar lo bello no depende tanto de los cánones culturales sino de la biología, según le explica a Eduard Punset Nancy Etcoff, psicóloga del Harvard Medical School. La belleza es universal y, en definitiva, sirve para publicitar nuestra salud y fertilidad.



Entrevista de Eduard Punset con Nancy Etcoff, psicóloga de la Harvard Medical School, Estados Unidos. Boston, 18 de abril del 2011.

Los rasgos bellos son accidentes de la evolución biológica.
Nancy Etcoff
Eduard Punset:
Justamente hoy he visto la maratón de Boston, la maratón popular que, al parecer, fue laprimera del mundo. Bueno, creo que se celebró una maratón olímpica un año antes, en mil ochocientos noventa y algo… 96, creo. Sin embargo, ¿sabes? Lo que me ha dejado fascinado, al mirar a la gente que corría alrededor de Boston, es que había, de entre los 20.000 participantes (o incluso más) bastantes mujeres. Y he pensado: «estoy convencido de que en 1896 no había ninguna mujer corriendo por ahí», ¿no? ¿Han cambiado desde entonces las cosas para las mujeres?
Nancy Etcoff:
¡Los cambios para las mujeres han sido enormes! En su papel en la vida, su función en la educación, su profesión, su poder y visibilidad en el mundo, las actitudes de la sociedad hacia las mujeres… creo que la maratón es tan sólo una pequeña muestra de todo un siglo de cambios para las mujeres.
Eduard Punset:
Probablemente se pueda decir que, en la actualidad, incluso las feministas, o algunas feministas, han aceptado que el cabello largo y seductor, las caderas y labios prominentes… todo está codificado en nuestro cuerpo en cierto modo, y no se puede evitar, e incluso no se debe evitar.
Nancy Etcoff:
Sí. Creo que algunas feministas establecen una distinción entre la expresión cultural de la belleza (en algunos aspectos concretos) y el deseo innato de las personas de ser guapos, de contemplar la belleza. Y puede que digan: «no quiero llevar tacones porque, en esta sociedad, simbolizan tal y cual cosa», pero a la vez afirman que quieren unas piernas bonitas o un cabello maravilloso, o que les importa su aspecto físico.
Eduard Punset:
Lo que creo es que, en realidad, incluso quienes aceptan todo lo anterior son conscientes de que hay otras cosas que también son muy importantes, como los olores, las voces… ¿qué más? Los gestos, ¿no? O incluso las feromonas, ¿verdad?
Nancy Etcoff:
Sí, aunque creo que somos criaturas visuales. Si pensamos en nuestro cerebro, el 50% del procesamiento superior de la corteza cerebral es visual, así que nos regimos mucho por lo visual. No obstante, hay muchas otras claves que definen la belleza, el atractivo y la capacidad de gustar, entre las que se incluyen el olor, la manera de andar, las expresiones, el estilo, y otros aspectos sobre uno mismo. Y, desde luego, nuestra personalidad y preferencias se reflejan en nuestro aspecto tanto como en nuestros pensamientos.
Eduard Punset:
Nancy, sé que investigas… bueno, todo el mundo sabe que también investigas el tema de la felicidad. Y resulta que yo también he abordado ese problema en el pasado. Me parece sorprendente que la felicidad no tenga una dimensión de belleza, es decir, que la belleza no sea una de las dimensiones (de las dimensiones clásicas) de la felicidad. Hablábamos del nivel de ingresos, de las relaciones con los demás, de la salud, la educación, la religión… todas ellas se supone que son dimensiones de la felicidad. Pero la belleza no se consideraba una de ellas.
Nancy Etcoff:
Intentamos analizar este asunto, puesto que ha sido ampliamente ignorado. Evidentemente, cuando escribí el libro, busqué todas las publicaciones que pude acerca de la felicidad, que hace diez años recién empezaba a estudiarse, y descubrí que solamente había un par de estudios al respecto. Leí montones de artículos que describían las ventajas sociales de la belleza: cómo ayuda a conseguir un trabajo, a encontrar pareja, a prosperar en la escuela, en todas las fases de la vida… pero yo me planteé: «¿Cuál es el verdadero beneficio? ¿Son más felices los guapos? Y, si no lo son, ¿por qué?». Por aquel entonces, no había ninguna conclusión clara aunque, en general, los indicios sugerían que la felicidad no era algo que se pudiera conseguir con la belleza, igual que pasaba con los ingresos. Las pruebas más recientes apuntan a que quizá los más guapos no solamente sean más felices, sino que tal vez tengan incluso menos probabilidades de padecer depresión, así que quizá la belleza comporte un beneficio en lo que respecta a la felicidad. Además, no solamente hay que analizar el plus que aporta la belleza, sino también la penalización que conlleva la fealdad. Se ha descubierto que las personas poco atractivas sufren realmente una gran desventaja social y tienen másprobabilidades de sufrir una depresión.
Eduard Punset:
Es cierto que las personas más atractivas del mundo encuentran trabajo con más facilidad, pero que luego no lo tienen más fácil que los demás a la hora de conseguir un ascenso en el trabajo.
Nancy Etcoff:
Sí. En cierto modo, es como una magnífica carta de recomendación: la buena presencia te abre puertas. Pero lo que pasa después tiene mucho más que ver con las habilidades y lo que uno aporta al trabajo. De hecho, la belleza puede convertirse incluso en un inconveniente, porque esperarán más de ti. Hay muchísimos estereotipos: los guapos tienen que irradiar confianza en sí mismos y a la vez inspirar confianza, y si te alejas del tópico se te penaliza bastante más.
Eduard Punset:
Es increíble, ¿no? Al analizar las redes sociales y el papel que desempeña la belleza, hablas de una cosa que denominas «el sistema del placer». Se trata de un sistema muy extraño, a mí, por lo menos, me lo parece… dices que lo primero es el deseo carnal, las ganas de irse a la cama con alguien, muy bien. Pero también está la activación de la dopamina, que te hace sentir…embelesado por alguien.
Nancy Etcoff:
Sí, por una persona en concreto.
Eduard Punset:
Pero, a veces, sientes que querrías vivir para siempre con alguien, y eso, según afirmas, es porque entra en juego la oxitocina, ¿verdad?
Nancy Etcoff:
Sí, y el apego.
Eduard Punset:
Pero lo increíble es que explicas muy fácilmente (no sé si es verdad, imagino que sí) explicas muy fácilmente los problemas. Y los problemas surgen porque a veces, en la primera fase, sientes que quieres vivir con alguien para siempre, pero a la vez te gustaría acostarte con otra persona, o te sientes atraído por otra. Y esta mezcla de placeres es lo que desestructura las relaciones sociales y familiares. ¿Es así como lo ves?
Nancy Etcoff:
Los tres sistemas existen, y realmente se pueden observar en el cerebro, ¿sabes? El deseo carnal, el embelesamiento, el apego. ¡Y tienen objetivos biológicos distintos! Como bien has dicho, el deseo carnal no es más que la atracción sexual hacia alguien, las ganas de procrear; pero también está el embelesamiento con una pareja en la que tal vez te centres y con la que puedas tener hijos, y luego está el apego, que es un vínculo para toda la vida. En realidad, se pueden sentir los tres a la vez, lo cual puede convertirse en una gran fuente de infelicidad para algunos y demuestra lo complicado que es trasladar el sistema del placer del cerebro a nuestras ideas sobre qué es una vida feliz. Desde luego, alguien puede estar felizmente casado y, sin embargo, sentirse embelesado por otra persona que acaba de conocer, y puede sentir a la vez deseo sexual por una tercera persona. ¡Ocurre! Y, en parte, ocurre porque nuestro cerebro está configurado para que pueda ocurrir.
Eduard Punset:
Me gustaría saber tu opinión sobre algo que también has dicho y que fue una novedad en el debate sobre la belleza. Dijiste algo así como que no existe ninguna moda universal. Bueno, salvo por el hecho de que queremos volver visibles algunas zonas concretas, partes eróticas del cuerpo. Pero, aunque no exista una moda universal, sí que existe una belleza universal. ¿A qué te refieres?
Nancy Etcoff:
Me refiero a que existe una geometría abstracta de la belleza que se basa en la biología, y a que nos gusta ver señales que publiciten nuestra salud y fertilidad, que se expresan en un pelo seductor, una piel suave y sin imperfecciones, la forma de reloj de arena de las mujeres. Y en los hombres en la zona superior del brazo y la fuerza de la parte superior del cuerpo… y nos resultan atractivos porque aquellos de nuestros antepasados que eran así sobrevivieron y se reprodujeron y nosotros estamos aquí para contarlo. No hay ninguna cultura que diga, por ejemplo, que la piel con muchas imperfecciones sea especialmente atractiva, o que el cabello débil y endeble sea cautivador; existen señales universales de salud y además respondemos a las diferencias entre hombres y mujeres, que también nos resultan muy atractivas. Si exageramos lo más diferente en un rostro femenino respecto a un rostro masculino, o en un cuerpo femenino respecto a un cuerpo masculino, también tenderemos a encontrarlo atractivo. Las mujeres tienen mandíbulas más gráciles, más pequeñas, ojos más grandes, suelen tener la frente más ancha… el rostro de las mujeres difiere en varias cosas respecto al de los hombres y, si se exageran las diferencias, nos parece más bonito. Si reducimos la cintura de una mujer un poquito más, resultará atractivo. Lo mismo ocurre con los hombres… aunque, en su caso, hasta cierto punto: si un hombre resulta demasiado hipermasculino, las mujeres creerán que tiene un aspecto… ¡jajaja! Un poco neandertal, quizá.
Eduard Punset:
Demasiado.
Nancy Etcoff:
Sí. Mejor no exagerar la masculinidad demasiado.
Eduard Punset:
Me recuerda al argumento de un debate que duró mucho tiempo y que creo que Ekman zanjó, en el sentido de que solía decir algo parecido, aunque no acerca de la belleza sino de las emociones, ¿no? Decía que, al final, hay una manera universal de expresar las emociones. Y es más o menos la misma en todas partes.
Nancy Etcoff:
Sí. Fue mi punto de partida para analizar la belleza. Había estudiado las expresiones faciales, había realizado un estudio con Paul Ekman, y se me ocurrió que se podían plantear preguntas muy parecidas acerca de la belleza. En cuanto a las expresiones, él afirmaba que puede haber reglas distintas a la hora de mostrar las expresiones en las diferentes culturas (por ejemplo, si hay que reír o no en un contexto determinado). Del mismo modo, la manera en la que se hace gala de la belleza puede variar… Pero, en el fondo, existe una especie de contexto universal de lo que nos parece bello.
Eduard Punset:
Nancy, ¿qué hay de la antigua pregunta (que han estudiado los neurólogos y también los psicólogos) de si el cerebro tiene o no tiene sexo? ¿Y cuáles son las cosas que contribuyen a eso, si es que hay alguna? Por supuesto, la mayoría de estas diferenciaciones tienen un carácter evolutivo, ¿pero cuáles son? Es decir, ¿tenemos una idea más clara acerca de las diferencias entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres?
Nancy Etcoff:
La idea de las diferencias entre sexos en el cerebro sigue siendo muy controvertida, pero observamos diferencias claras entre el cerebro masculino y femenino en muchas áreas cognitivas y áreas emocionales distintas. Eso sí, como con cualquier otra diferencia, se producen también solapamientos. Ni mucho menos podemos afirmar que el cerebro masculino y el cerebro femenino sean totalmente distintos; hay mujeres que son más como los hombres, y hombres que son más como las mujeres. Sin embargo, algunas diferencias están ahí. Una de ellas es que, al parecer, el cerebro femenino está más predispuesto para la empatía. Eso no significa que los hombres no puedan empatizar también… Y los hombres tal vez sean más propensos a la sistematización, ¿sabes? A tener una teoría sobre cómo deben funcionar y funcionan todas las cosas.
Eduard Punset:
Sin embargo, la empatía (o la mayor propensión a la empatía en el caso de las mujeres) tiene un origen evolutivo. Me refiero a que realmente se debe a que en las cuevas debían ocuparse de los hijos, y es imposible cuidar a un niño si no puedes empatizar con él o ponerte en su lugar.
Nancy Etcoff:
Exactamente. Está el instinto maternal, pero también la cooperación y las coaliciones que forman las mujeres. Cuando nos vemos sometidos a estrés, se produce una respuesta de luchar o escapar, una respuesta agresiva o una respuesta que consiste en marcharse. Sin embargo, en el caso de las mujeres, suele haber un intento de forjar amistades, formar coaliciones, cooperar entre sí… hay distintas estrategias evolutivas que pueden funcionar mejor para las mujeres y para los hombres.

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