En una relación de pareja, uno más uno casi nunca suman dos. Desafiando todas las leyes matemáticas, el romanticismo clásico dictamina que la suma de dos corazones da como resultado uno solo. Como consecuencia, solemos crecer bajo la tiranía de la denominada “teoría de la media naranja”. Lamentablemente, la eterna búsqueda de nuestra otra mitad suele dejarnos exprimidos. De ahí que gran parte de las relaciones de pareja estén minadas por la dependencia emocional, fuente de sufrimiento e infelicidad.
Pero lo cierto es que “no podemos amar verdaderamente a nadie si primero no nos amamos a nosotros mismos”. Así lo afirma el psicólogo clínico y catedrático de la universidad católica de Colombia, Walter Riso, autor de los best-sellers “Amar o Depender” o “Los límites del amor”. Reconocido conferenciante, colabora como profesor en el Máster en Desarrollo Personal y Liderazgo de la Universidad de Barcelona. Su próxima aventura editorial verá la luz en España en marzo de 2011 bajo el título “Manual para no morir de amor” (Planeta/Zenith).
Usted habla mucho sobre el apego en la relación de pareja. ¿A qué se refiere?.
El apego es la incapacidad de renunciar a un vínculo afectivo o amoroso cuando es necesario. Se trata de una adicción, una dependencia muy común en las relaciones de pareja. Es lo que nos impide dejar ir a esa persona a pesar de que se haya roto la reciprocidad del amor, lo que nos lleva a aferrarnos a ella incluso cuando limita nuestro desarrollo personal o viola nuestros principios y valores más profundos. Las personas que sufren apego dedican tanto tiempo al otro que terminan por olvidarse de sí mismos. El resultado es una relación tóxica, fuente de sufrimiento e inseguridad, que en vez de construir, destruye.
Así, usted propone relacionarse desde el desapego…
El desapego significa hacerse responsable de uno mismo. Pasa por ser conscientes de que podemos vivir sin la otra persona, llegado el caso. La mayoría de relaciones se sustentan en la dependencia, es decir, “tú cuidas de mí y yo te culpo a ti por los resultados”. En estos casos, nuestra pareja se convierte en nuestro particular guardaespaldas afectivo, alguien que nos protege y suple nuestras carencias. Otras muchas parejas viven centradas en su propia independencia, es decir, bajo la premisa de “yo puedo hacerlo, yo soy responsable”, pero cada uno por su lado. Sin embargo, hay muy pocas parejas que alcancen el estadio de madurez que proporciona la interdependencia, de donde nace el desapego. Eso supone construir un verdadero equipo y amar sin aferrarse a la idea de que nuestra felicidad depende de la otra persona.
¿De qué manera podemos promover nuestra independencia afectiva?
Poniendo en práctica el principio de la exploración. Resulta fundamental que como individuos nos permitamos tener espacios de intimidad y nos atrevamos a probar actividades nuevas que resulten estimulantes. La individualidad nos brinda incertidumbre, curiosidad y aprendizaje infinito. Cuando exploramos, disminuye la resistencia al cambio y aumenta la alegría de compartir. Tenemos que comprender que “somos” más allá de nuestra pareja. De ahí la importancia de respetarnos a nosotros mismos. Construir una autoestima sólida es el primer paso para poder mantener una relación de pareja sana y sostenible. Y es que, ¿si no nos aceptamos, respetamos y amamos a nosotros mismos, quién lo hará?.
¿Cuáles son los límites del amor?
El amor es una droga socialmente aceptada, cuyos límites aparecen cuando olvidamos nuestros propios derechos humanos. No podemos querer a costa de nosotros mismos. No se trata de sacrificarse por el otro, sino de practicar la solidaridad hacia el otro. La idea de que la pareja es sinónimo de “fusión” entre dos personas no es algo sano, es perverso. Es una falacia que nos han vendido. Cuando nos “fusionamos”, uno desaparece en el otro. En este proceso no crecemos, menguamos. La suma de dos corazones no da como resultado un solo corazón, sino dos, que llegado el caso, pueden llegar a latir al unísono.
¿Cuáles son los pilares de una relación de pareja consciente?
Después de 30 años investigando sobre el amor, creo que hay tres pilares básicos para construir una relación de pareja consciente.
En primer lugar está el “Eros”, el erotismo que va más allá de la sexualidad. Es el juego, la fantasía compartida.
El segundo pilar es la “Filia”, la amistad. Se basa en compartir sueños y habitarlos. Es el motor que nos llena de alegría y agradecimiento porque el otro existe.
El tercer pilar es el “Agape”, el amor como entrega consciente. Es lo que nos permite priorizar al otro cuando lo necesita, la capacidad de pensar más en el otro que en nosotros mismos. Eso sí, sin perder de vista que en última instancia somos responsables de nuestras necesidades, actitudes y conductas.
¿Qué es lo mejor que podemos hacer por nuestra pareja?
En primer lugar, conocernos a nosotros mismos para poder abandonar el victimismo, la dependencia y la reactividad emocional.
Y en segundo lugar, apostar por comunicarnos de forma profunda y honesta.
También es clave poner en práctica la empatía y saber escuchar, comprendiendo las necesidades del otro. Y preguntarnos de vez en cuando: “¿Si yo estuviera en el lugar del otro, qué me pediría a mí mismo?” La maestría en el amor no se logra acumulando información, sino desaprendiendo los patrones con los que la educación y la sociedad nos han condicionado. Si aspiramos a amar con sabiduría, tenemos que ser capaces de responder con nuestra actitud y nuestra conducta a la pregunta: “¿Qué haría el Amor frente a esta situación?”.
Hoy podemos dejar de decir “te amo” y comenzar a practicar el ”te estoy amando“.
EN CLAVE DE COACHING
¿Por qué estás con tu actual pareja?.
¿Cuándo ha sido la última vez que le has demostrado tu amor sin palabras?.
Si estuvieras en el lugar de tu pareja, ¿qué te pedirías a ti mismo?.
EN CLAVE PERSONAL
Tu mayor pasión: Cocinar, la alquimia moderna.
Tu mayor virtud: Creer que no las tengo.
Un punto de mejora: Estar más en el aquí y el ahora.
Un aforismo: “Cuando le acaricio las piernas a mi mujer, ya no siento nada, pero cuando le duelen, me duelen también a mí”, de Unamuno.
Una película: Un profeta (2009) de Jacques Audiard.
Un libro: ‘La carretera’, de Cormac McCarthy.
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