No solo el tiempo derriba la infancia. La educación también
arrampla con ella. Es indispensable educar a un niño. Pero moldear es
suficiente. No hay que aniquilar. La niñez conlleva un kit de herramientas
útiles para toda la vida. No estaría de más conservarlas…
“Nacemos
inocentes. Cuando somos niños, nos guía la pasión por vivir. Al crecer, se
debilita. El niño llega al mundo lleno de capacidades creativas pero, a medida
que envejece, todo lo que importa se va reduciendo. Disminuye la capacidad de
salir a comernos el mundo, disminuye la capacidad de incorporar personas e
ideas nuevas a nuestra vida, disminuye la capacidad de divertirnos y reír. Pero
aumenta el miedo”.
Lo explicó la filósofa y experta en educación Elsa Punset en El ser creativo.
La risa es una de las piezas que más rápido cae
con la madurez. “Reír
es innato. Es el gran comunicador. Es fuente de cohesión social”,
indicó. “Reír
fomenta la creatividad, la salud y el pensamiento creativo. Un niño ríe una media de 300 veces al día.
Los adultos, 40 veces al día”.
El miedo sigue la lógica inversa. Aumenta con la
madurez. “Cuando
nacemos no tenemos miedo. Luego, con el tiempo, los temores van creciendo. El
neurocientífico Robert Maurice Sapolsky explica que los humanos somos capaces
de temer mucho más de lo necesario. Los
niños, cuando nacen, no tienen miedo. Solo temen a los adultos que les gritan o
les asustan”.
El paso del tiempo va aplastando la creatividad de
las personas y va dando altos vuelos a sus miedos. Pero eso es solo una
tendencia sin resistencia. No es ley estricta. Es una inercia que la voluntad y
el trabajo mental pueden invertir.
Punset hizo una llamamiento a “atreverse
a limitar el miedo y sacar al niño interior”. Porque “los menores
dotan la vida de fantasía y no distinguen entre realidad y ficción”. Su mundo es,
así, más amplio, más manejable, más interesante.
La periodista destacó la importancia de la ilusión
(una sensación más frecuente en los niños que en los adultos). “Si no tienes un proyecto, si no tienes un deseo, no
tienes fuerzas”.
Elsa Punset mostró un anuncio. “Se
buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de
completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y
reconocimiento en caso de éxito”.
Lo publicó el explorador Shackleton en 1913.
Quería llegar al Polo Sur en barco. “Cinco mil hombres contestaron al anuncio y, para
escogerlos, una de las preguntas que el aventurero les hacía era: ¿Sabes cantar? Shackleton conocía la
importancia de la ilusión, la risa y la felicidad para sobrellevar los tiempos
duros”.
“Todos llevamos dentro nuestro Polo Sur”, enfatizó Punset.
“Shackleton
era un líder soñador y práctico a la vez. Los
niños son capaces de esforzarse si están motivados. Los adultos también”.
Pero el esfuerzo se trabaja también. Se enseña. “Vivimos en una
cultura en la que prima la distracción y no nos enseñan a esperar. Eso
empobrece nuestra sociedad. No tenemos capacidad de autocontrol y es una
capacidad que se puede fomentar. Dicen que para ser bueno en algo hay que
trabajar en ese tema un mínimo de 10.000 horas”, recalcó la filósofa.
“Hay que crear hogares donde haya alegría y curiosidad.
Donde no exista el miedo, donde se incorporen constantemente ideas y personas
nuevas”.
Y si hasta ahora no se ha hecho no pasa nada. Aún
hay tiempo. “El
cerebro está dotado de la paradoja de la plasticidad. Es capaz de cambiar hasta
el último día de nuestras vidas”, indicó. “No
tiréis la toalla. Es muy probable que no estemos retando lo suficiente al
cerebro”.
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