Del siempre interesante Blog conSentido una fábula de Jorge Bucay, de su libro El camino de la Autodependencia,
Había
una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los
demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy
joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los
invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había
elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la
cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje
consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un
bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos
cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos
parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba
del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue
inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en
la foto del brazo de piratas.
El
hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años
no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
Pero
un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de
entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón,
saco marrón, medias y zapatos marrones. “Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de
marrón soy yo”, se dijo.
Con
el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar
su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose
reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: “Yo soy el
hombre de marrón”.
Durante
el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una
tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había
estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las
ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.
Llegó
al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box
para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullover, la
camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los
calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó.
“Si me quito la última prenda, quedaré
desnudo como los demás”,
pensó. “¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme
si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?”
Durante
más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta,
dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no
podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de
identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del pulóver que traía y se la
ató al dedo mayor de su pie derecho.
“Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra
marrón en el dedo soy yo”,
se dijo.
Sereno
ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco
de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana resbaló de su dedo
y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver
la hebra en el agua le comentó a su amigo:
“Qué casualidad,
éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja
una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color”.
Y
tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla,
se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.
Mientras
tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las
opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de
secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente
desnudo y que no tenía la hebra en el pie.
“Me perdí”,
se dijo temblando,
y
salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba.
Pocos
minutos después, observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie
del otro hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se
acercó a él y le dijo:
“Disculpe señor.
Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?”
JORGE BUCAY
El Camino de la
Autodependencia
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