Aunque parezca una paradoja, bastantes personas tienen la
capacidad de salir fortalecidas tras pasar por una experiencia traumática
Hay personas que son capaces de resistir situaciones extremas y
salir fortalecidas de ellas.
Eric
Abidal, Maria de Villota, el científico Stephen Hawking o el malogrado actor
Christopher Reeve (entre otros muchos) cuentan con un denominador común si
prestamos un mínimo de atención. Todos ellos hicieron, en un momento dado de sus
respectivas vidas, del sufrimiento, virtud. En su día, la fatalidad
les golpeó sin miramientos (un cáncer de hígado, la pérdida de un ojo o
quedarse postrado en una silla de ruedas para el resto de sus días), pero lejos
de hundirse, paradójicamente todos ellos salieron fortalecidos del trauma
vivido.
Este
fenómeno responde al nombre de resiliencia. Según la definición de la Real
Academia española, se trata de “la capacidad
humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”.
Hay
bastante consenso entre los investigadores a la hora de identificar a la
estadounidense Emmy Werner como la
pionera en efectuar un estudio, a mediados del siglo XX, sobre resiliencia.
Werner heredó el concepto del psicoanalista británico John Bowlby, quien a su vez lo tomó prestado de la Física. De este ámbito
es de donde procede, originariamente, el término.
La
Física lo define como la capacidad que tienen algunos metales para doblarse y
luego volver a su posición original cuando se deja de ejercer presión sobre
ellos. En psicología, “se usa la metáfora de los juncos” para
explicar el concepto, relata a LaVanguardia.com el profesor de Psicología de la
Universidad Complutense de Madrid, Gonzalo
Hervás. “Cuando el caudal aumenta
considerablemente, los juncos de los ríos se doblan, sin romperse y sin quebrarse,
y luego vuelven a su posición original cuando las aguas recuperan su aspecto
habitual”, añade.
¿Es posible ser
resiliente, o es algo genético?
Son
muchas, o bastantes para ser exactos, las personas que tienen, entre sus
aptitudes, la de ser resilientes. Aunque puede tener algo que decir, la
genética no determina de manera unívoca que un individuo cuente o no con esta,
dijéramos, habilidad. Y es que se puede aprender a ser resiliente, aunque no
todo el mundo puede hacerlo. “Uno puede pensar que el porcentaje de respuestas
resilientes es minoritaria. Pero en realidad es bastante más alta de lo que
esperaríamos, entre un 30 y un 50%. Es algo frecuente ser resiliente, y mucha gente se sorprende a sí misma
cuando lo descubre”, esgrime Gonzalo Hervás.
El
problema radica en que para saber si uno cuenta, o no, con esta capacidad es
necesario pasar por una experiencia extrema. “Esa
es la prueba de fuego y es lo que hace que uno lo confirme”,
asegura el profesor de la Complutense. De hecho, “la
persona (y esto enlaza con otro concepto psicológico que se llama crecimiento
tras la adversidad) descubre esas capacidades nuevas que desconocía y se siente
mucho más seguro para enfrentarse a otras experiencias. Uno redescubre cuáles
son sus determinados valores, y esto conduce a un cambio vital, de filosofía de
vida”, agrega.
Para
muestra, un botón. “Ahora veo más que antes lo que es
importante en la vida”, dijo la piloto de Fórmula 1, Maria de
Villota, días después de perder el ojo derecho a causa de un accidente con su monoplaza.
Identificada como una
patología
En
el siglo pasado, a las personas resilientes, por desconocimiento, se les había
llegado a tachar de enfermizas. “Antes, cuando no había ni siquiera términos, y por
supuesto menos aún teorías sobre aspectos positivos relacionados con las
fortalezas humanas, se interpretaban estas realidades con las teorías que
habían. Y sólo había teorías para lo negativo”, recuerda Hervás.
En
consecuencia, al final se acababa identificando un rasgo positivo como algo
patológico: que si estaban reprimiendo, que si estaban encapsulando la vivencia
traumática y no la estaban expresando… cuando, en realidad, eran personas
resilientes al 100% que estaban sumergidas en un proceso totalmente sano.
Cabe
remarcar que una persona puede tener experiencias de dolor sin que,
necesariamente, tenga que vivirlas en el plano más social. “En paralelo, incluso, puede mantener una
actitud bastante positiva, sin perder la capacidad de disfrutar”,
esgrime Hervás.
La fe, ¿generadora de
personas resilientes?
Se
ha observado que la espiritualidad y la religiosidad pueden ayudar a algunas
personas a ser más resilientes. Y lo pueden hacer por la vía de dar sentido a
determinadas experiencias adversas y, también, por el apoyo social que pueden
recibir las personas que pasan por un trauma vital (al contar con un entorno
que puede favorecer la expresión de las emociones).
“Pero es muy importante la flexibilidad”, recuerda Hervás. “Las creencias demasiado rígidas, sean de tipo religioso
o de otro, están asociadas a una peor recuperación tras la adversidad”,
añade.
Sacar partido a la
adversidad
Al final, todo se reduce a intentar sacar la parte positiva de
una situación extrema vivida, algo nada fácil. Y es que hay que ser
consciente de que la adversidad está presente en nuestras vidas y antes o
después vamos a encontrarnos (en mayor o menor medida) con ella. “Hay que intentar aprovechar las oportunidades que te
pueda dar la adversidad. En frío, todo el mundo preferiría obviarla, pero una vez
estás sumergido en una situación difícil hay que intentar, en la medida de lo
posible, tratar de sacar algo bueno de ella”, remata Hervás.
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