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dimecres, 5 de desembre del 2012

¿Toda la generosidad es generosidad?. Ferran Ramon Cortés.

Recibí hace unos días un correo de una amiga, en el que me relataba una entrañable historia de generosidad de mi madre. Y lo cierto es que se lo agradecí profundamente: no sólo por el pequeño homenaje que representaba (mi madre falleció hace pocas semanas), sino también porque me permitió entender la verdada naturaleza de esta destacada virtud.
Y es que lo que hasta ahora había sido generosidad para mi, ahora descubro que quizás no lo era.
Siempre he pensado en la generosidad como aquella capacidad de dar sin recibir, de ayudar sin esperar nada a cambio, o de dedicar tiempo y atención al otro sin esperar ningún tipo de compensación.
 Pero nunca había considerado que también es importante con quien la practicamos, y que es precisamente esto lo que hace que no toda la generosidad es igual, ni necesariamente auténtica.
Hay una generosidad aparente, fácil, que es aquella que practicamos muchos de nosotros con personas de las que en el fondo esperamos algo. No esperamos una compensación inmediata (estaríamos faltando a la esencia de la generosidad) pero si que actuamos con la idea de que aquel acto nos compensará tarde o temprano. Es la generosidad que practicamos con amistades que queremos forjar, con personas que nos interesan, o que simplemente nos caen bien y queremos reforzar nuestros vínculos.
Y hay en cambio una generosidad auténtica, muy difícil, que es aquella que practicamos con gente que la necesita, simple y llanamente por que la necesita, sin ninguna otra consideración ni intención. Sin plantearnos nada más.
Esta era la generosidad de mi madre, capaz de acoger en su casa a un desconocido que “lo está pasando mal”, o de renunciar a una cena de gala por no faltar a su cita con una conocida enferma. Y la generosidad que no acabo de encontrar dentro de mi, pues la que encuentro se tiñe a veces de interés o de oportunidad.
Esta segunda es la verdadera generosidad. Celebro descubrirla como tal, aunque sea tras tantos años de haber tenido el ejemplo tan cerca. Intentaré adoptarla más a menudo ahora que la entiendo, aunque me temo que entenderla no es suficiente: se necesita un corazón tremendamente grande para practicarla
*En recuerdo y homenaje a mi madre.
© Ferran Ramon-Cortés, 2012


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