Existe una frase manida entre los líderes empresariales: «Si quieres que un trabajo se haga, dáselo a una persona
ocupada».
Shaa
Wasmund y Richard Newton escriben en Deja
de hablar y comienza a actuar (Empresa Activa) que están a favor de las
personas ocupadas porque, según ellos, alguien que ya está ocupado no tiene tiempo para quejarse
y retrasarse. Tiene que dar prioridad a las cosas importantes y
hacerlas.
Sin embargo, en el día a día vemos a personas cuya
ocupación no alcanza niveles óptimos porque no saben priorizar. Se dedican a
los asuntos urgentes, en lugar de hacerlo con los importantes. Y su
actividad está llena de estrés, de sensación de urgencia; y eso conlleva hacerlo
todo con un cierto descuido, y solo pensando en el corto plazo.
Ya lo dijo Stephen
Covey, autor de Los siete hábitos de
la gente altamente efectiva: no tiene sentido
ocuparse en subir por la escalera si está apoyada en la pared equivocada.
Las hormigas también están muy ocupadas. A ellas les va
bien. En lo que se refiere a nosotros, lo ideal sería alinear nuestras ocupaciones de acuerdo
con nuestras prioridades y valores.
Si tenemos que encargar algo a alguien ocupado, o a otro
que se pase el día en el bar, criticando lo mal que está el mundo y arreglándolo
con su filosofía particular, probablemente optaremos por el ocupado. Aunque
aparentemente él no tenga tiempo, y el del bar, sí.
Según un proverbio chino, hablando no se cuece el arroz.
Benjamín
Franklin, que vivió en el siglo XVIII, fue el prototipo de hombre
ocupado. Pero supo gestionar el tiempo de tal forma que fue capaz de lo
siguiente: inventar el pararrayos; crear la primera biblioteca pública de
Norteamérica; ser uno de los padres fundadores de Estados Unidos, lo cual
quiere decir que fue uno de los redactores de la Constitución de EEUU y también
de la Declaración de Independencia.
Franklin fue también editor de un periódico; el primer
embajador estadounidense en Francia; organizó el primer servicio de bomberos en
Pensilvania, y cartografió la corriente oceánica que hoy conocemos como
corriente del Golfo.
Para Wasmund y
Newton, este personaje fue el modelo ideal de hombre ocupado que, además,
sabía gestionar su tiempo. Franklin cada día se hacía dos preguntas.
Por la mañana: ¿qué voy a hacer
hoy de bueno?
Por la noche: ¿qué he hecho
hoy de bueno?
La fuerza de voluntad no es suficiente. Según los
autores, con
voluntad pero sin planificación, no llegaremos a ningún lado. Se
trata de establecer una meta -razonable, y accesible-, y un plan. Dividir las
grandes metas en pequeños objetivos asumibles. Si hacemos que la tarea sea
manejable y fragmentada, reducimos la posibilidad de sentirnos agobiados por
ella, y aumentamos las oportunidades para obtener pequeños éxitos a lo largo
del camino.
Eso sí: tendremos que elegir entre pasarnos el día en el
bar solucionando el mundo (y no tengo nada contra los bares), o trabajando en
una zona que la mayoría de las veces es incómoda. Wasmund y Newton sostienen que si nos sentimos incómodos, estamos en
el lugar correcto. «La zona de incomodidad es un estado por el
que debes pasar si quieres introducir algún cambio importante en tu vida»,
afirman. Y lo ilustran con un yogui sentado en un colchón de clavos, pero
relajado. «Renuncia a la tele». «Levántate una hora antes», concluyen.
Como dijo Pablo
Picasso: «Deja para mañana solo lo que no te importe
no haber hecho cuando mueras».
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada