Cuando uno esta frente a
alguien, pero su mente está en el pasado o en el futuro, se habla, pero no se comunica.
Un letrero al lado de un ciego que mendigaba
en la calle decía: "Soy ciego, por favor ayúdame".
Una mujer que pasaba cogió el cartel y escribió otra frase y lo dejó en el
mismo sitio, pero con la nueva frase visible. Al rato, el ciego recibió varias
limosnas. En el letrero se leía: "Hace un
día hermoso, pero no lo puedo ver." Con estas palabras, el
impacto en los transeúntes fue mayor. Este es un ejemplo de cómo el poder de
las palabras puede cambiar radicalmente nuestro mensaje y su efecto en los
demás.
Las palabras
marcan a las personas para toda una vida. ¿Somos conscientes de su impacto y alcance? ¿Cuántas palabras
decimos al día que son negativas o inútiles, sin sentido o vacías de
contenido? ¿Cuántas conversaciones son innecesarias? ¿Cuántas de ellas no son
más que un darle vueltas a las cosas para finalmente comprobar que no nos
llevan a ningún sitio?
Cuando sienta rabia u otro sentimiento que
pueda poner en peligro algún vínculo, es bueno que lo suelte en soledad, por
ejemplo escribiéndolo. Aligerará su emocionalidad y disminuirá el impacto que
puede transmitir al otro.
Escribir es
curativo y transformador. Nos ayuda a ordenar
nuestras ideas, a preparar conversaciones y discursos, a poner en claro lo que
sentimos. Prestando atención a nuestros pensamientos y emociones, aprendemos
a gestionarlos mejor. Meditando nos calmamos. En el silencio llenamos nuestros
pensamientos de sentido y podemos después trasladarlo a nuestras palabras.
GESTIONAR LAS EMOCIONES
"Las palabras no tienen
manos ni pies; sin embargo, son muy poderosas: una palabra puede curar y otra
herir" (San Kabir Das)
Lo que ocurre a menudo es que corremos tanto
que, cuando hablamos, lo hacemos de forma rutinaria carente de todo interés. No
somos comunicadores creativos. Una persona dispersa y distraída carece de
poder interior y sus palabras estarán a menudo vacías de contenido. No
inspirará confianza. Se va fácilmente por las ramas. Entra en un monólogo de
pensamientos y palabras. Se queja, critica, habla mucho, pero no aporta
soluciones. Le falta tolerancia. Uno se regocija con sus propias palabras y
habla más para sí mismo que para el otro. Actuando así, deja de sentir y de reconocer la presencia
del otro.
Cuando uno está frente a alguien, pero su
mente está en el pasado o en el futuro, en lo que tiene que hacer luego o en lo
que pasó antes, no está presente, no escucha y su comunicación es mecánica o
incluso pésima. Se habla, pero no se comunica. Se pierde la oportunidad de un
encuentro enriquecedor.
Para evitar la comunicación rutinaria
conviene regresar a lo básico, que es estar en el presente; ser creativos al
comunicarnos; ir a lo esencial; comunicar generando experiencias, pronunciando
palabras transformadoras que sanen, eleven y conecten a las personas. Para ello
debemos estar atentos, escuchar activamente todas las señales: las que los
otros emiten aunque no lo expresen claramente, lo que el entorno señala y lo
que sentimos. Desde
esta escucha íntegra, nuestra respuesta es sabia. Solo así se da el
diálogo en el que uno construye sobre lo que el otro ha dicho, se comparte sin
necesidad de instruir ni imponer.
¿Qué le da fuerza a la palabra? Lo que se comunica es contradictorio cuando
se transmite un mensaje con las palabras y otro diferente con el cuerpo. Esta
disociación hace que su poder presencial disminuya y confunda, lo cual a su
vez provoca desconfianza o rechazo en el otro. Asegúrese de que escucha a su
cuerpo y alinea las palabras que dice con su conciencia. Corporalmente, transmite lo que su alma
siente. Aunque intente disimularlo con una oratoria bien preparada,
el cuerpo no engaña. ..Está estudiado que el poder de lo que comunicamos se
reparte de la siguiente manera: un 7% en nuestras palabras, un 38% en lo
paraverbal (intensidad, tono, volumen, calidad, velocidad y timbre) y un 55% en
el cuerpo (movimiento de los ojos, la respiración, los gestos, la postura, los
movimientos corporales, los movimientos faciales).
Conecte con la intención que quiere que
acompañe sus palabras para ser capaz de transmitirla. Lo que diga tendrá más
efecto. Cambiando
la forma de expresarse, cambia su destino.
PALABRAS QUE CURAN
"Todo
ser humano desea ser valorado y aceptado". (Piet van
Breemen)
Hay palabras que sanan. El mundo necesita presencias consoladoras. Si siente algo positivo por la persona que
tiene delante, expréselo, no lo dé por supuesto. Unas palabras amables, que expresen aprecio
y agradecimiento, son un regalo que puede dar varias veces al día.
Cultive la serenidad. Tenga pensamientos pacíficos. Le ayudará el
observar sin implicarse en las historias que no son asunto suyo o por las que
no puede hacer nada. Si hay serenidad en su interior, con su presencia y sus
palabras infunde serenidad a los demás y les ayuda.
Pero también seamos conscientes de cómo nos
hablamos a nosotros mismos. Hay frases que preestablecen límites no formulados y que responden a
reglas de conducta más allá de las cuales creemos que no debemos ir. Suelen
contener las palabras "no se
puede" o "no se debe". Solo si realmente no podemos
hacer algo al respecto, la frase es adecuada.
Todo aquello a lo que uno se
resiste persiste porque todavía llama nuestra atención. Esta es la razón por la
cual anunciar mensajes positivamente produce mejoras importantes en nuestra
comunicación. Por ejemplo, en vez de "quiero dejar de fumar", afirme
"quiero vivir sano". Lo que nos decimos y repetimos se traslada a nuestra
conducta y acción. Cuando cambiamos el lenguaje limitante y negativo e
introducimos palabras en positivo, nuestro comportamiento mejora
ostensiblemente. •
Cambiar el discurso
para evitar la desmotivación
Fortalecemos y ampliamos los problemas al hablar más de ellos. Si nuestro
discurso da vueltas en torno a lo que no funciona, nos anclamos en las
carencias. Si en una relación nos centramos en lo que no funciona y nos
lamentamos, nuestra atención y energía se focalizan en el problema y lo
amplían. Cuando
pensamos mucho sobre lo que no funciona, nos agotamos mentalmente y acumulamos
malestar. Cuando uno se agota mental y emocionalmente, no puede
decidir con claridad y se deja influir por todo y sus palabras no aportan
bienestar a su entorno. Si además la persona se ancla en preguntas como "¿por qué sigues cometiendo los mismos
errores?", se siente más dolor, pena y rabia. Podemos
cambiar el rumbo de una relación si nos focalizamos en lo que vale la pena y
conversamos sobre qué solución nos beneficiaría a los dos, qué hace que las
relaciones se movilicen y avancen, qué queremos conservar, cuál es nuestra
visión, adónde nos gustaría llegar. Así construimos juntos una realidad más
positiva para ambos. Para crear un entorno entusiasta y motivador es necesario
cambiar el discurso basado solo en lo que no funciona. Las palabras
crean mundos. Cada vez que nos quejamos provocamos desmotivación. Compartiendo
nuestras ilusiones creamos esperanza.
BUSCAR OTROS CAMINOS
Libros que nos ayudan a darle poder a nuestras palabras:
- El silencio habla; de Eckhart
Tolle (Gaia Ediciones, Debolsillo, 2007).
- Las voces del desierto; de
Marlo Morgan (Ediciones B, 2009).
- El camino del
artista; de Julia Cameron (editorial Troquel, 7a reimpresión, 2011).
Un método para superar los obstáculos que nos separan de nuestro ser creativo.
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