El escrito de hoy de Gaspar Hernàndez me ha hecho reflexionar. Tengo amigos, los que siento más cercanos, los que nos vemos para salir, compartir cine, cena o alguna copa.... Pero pocas veces profundizamos en lo que sentimos y en como lo sentimos. Siempre me he sentido mucho más cerca de las mujeres en este sentido. He compartido con ellas intimidades, sentimientos, emociones, pensamientos... pero con pocos amigos he conseguido esta complicidad... Y me sigo preguntando porqué, es ¿pudor?, es ¿desconfianza?, o es solo que no encuentro esa conexión que sí siento cuando hablo con mis amigas?.
Los chicos no suelen hablar de según que cosas entre ellos, quizá por una cuestión de pudor o de desconfianza.
Se ha escrito
poco sobre la amistad entre hombres. No lo digo yo, sino el premio Nobel de
literatura J. M. Coetzee. Las
editoriales Anagrama y Mondadori (en castellano) y Edicions 62 (en catalán)
acaban de publicar una edición especial de su correspondencia con el escritor
Paul Auster. Coetzee empieza preguntándose cómo surgen las amistades, porqué
duran -algunas- tanto tiempo: «Más tiempo que
los compromisos pasionales de los que a veces se considera (erróneamente) que
son tibias imitaciones».
«Parece que la amistad sigue siendo en cierto modo un enigma: sabemos que
es importante, pero no tenemos nada claro por qué la gente traba amistad y la
conserva», escribe Coetzee.
La conclusión
que más me llama la atención de su intercambio epistolar con Auster, en lo que
se refiere a la amistad: los amigos, o por lo menos las amistades masculinas en
Occidente, no
hablan de lo que sienten entre ellos. Paul Auster sostiene que los
hombres no suelen hablar de sus sentimientos, y punto. Y que sin embargo la
amistad entre hombres perdura, a menudo durante décadas, en esa ambigua zona
del no saber.
Un ejemplo
extraído de su vida: las conversaciones que ha mantenido durante los últimos
25 años con uno de sus mejores amigos, quizá el más cercano, «una de las personas más charlatanas que he conocido nunca»,
dice en otro momento Auster, «por el cual
estaría dispuesto a darlo todo». Las charlas entre ellos son,
sin excepción, insulsas y anodinas, enteramente triviales.
Otro escritor
norteamericano, Philip Roth (que,
como publicó este periódico hace un par de semanas, ha anunciado que deja de
escribir) seguro que diría lo mismo, pero llevándolo al terreno sexual. En su libro
La mancha humana (Alfaguara /
La Magrana) su narrador, Nathan
Zuckerman, viene a decir que la mayoría de los hombres tienen una amistad incompleta
con otros hombres siempre y cuando no hablen de sexo. Pero cuando
sucede, cuando hablan del tema sin miedo a ser juzgados, «se
puede alcanzar una sintonía muy grande y un grado de intimidad infrecuente».
Entre hombres
y mujeres las cosas son diferentes. Hoy en día, todo es más fácil. Los más
jóvenes, primero se acuestan y después son amigos.
El caso es
que la amistad entre hombres daría para todo tipo de estudios sociológicos y
psicológicos. Seguro que existen. Pera yo he acudido a la literatura, en busca
de preguntas, más que de respuestas. La buena literatura no da respuestas:
sería como dejar el precio en un regalo, escribió Marcel Proust.
Y he
encontrado que Josep Pla ya se
planteó el tema, y llegó a conclusiones parecidas a las de Coetzee y Auster.
De hecho, no nos imaginamos a Pla contando según qué a según qué amigos. Entre
otros motivos, porque después le pasarían factura. Escribió Pla: «Cuando las personas
se conocen y tratan asiduamente, tienden a la confesión mutua, y toda confesión implica el descubrimiento de
debilidades innumerables, de considerables errores, de intimidades grotescas.
Los amigos -se suele decir- lo perdonan todo. No es cierto. No perdonan nunca vuestras debilidades. La
ironía, entre amigos, siempre trae cola».
¿Es la desconfianza, la que provoca que los hombres no hablen de según qué
entre ellos? ¿El pudor? Quizá el motivo lo apuntaba Auster: toda una generación
de hombres en inferioridad cuando se trata de hablar de sentimientos. Es decir, de lo
que de verdad importa. ¿Pueden ser amigos dos hombres que no hablan entre ellos
de lo que de verdad importa? Los hombres de la generación de Auster
y Coetzee se ve que sí.
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