El dolor
crónico se ha convertido en una enfermedad grave, mal diagnosticada, extendida,
incomprendida e infravalorada
Dolor y sufrimiento no son sinónimos. «Se puede tener dolor sin sufrir, como una mujer que da
a luz en un parto normal a un hijo deseado», escribió el doctor Ramon Bayés,
en el libro Cara a cara con tu dolor, de Jenny Moix
(Paidós). Y se puede sufrir sin que exista ningún daño, como cuando sentimos
miedo ante la posibilidad imaginaria de un diagnóstico de cáncer. El sufrimiento
es un concepto más amplio que el de dolor. Y el dolor no es solo la
consecuencia de una estimulación nerviosa. «Los que
padecen dolor, los que sufren, no son los cuerpos, sino las personas»,
escribió también el doctor Bayés.
Quizá, como dice Pnin, el personaje
de Nabokov, la historia de la humanidad
es la historia del dolor. «El dolor secuestra de su mundo a quien lo sufre y lo
abandona en la cima de una montaña mágica, aislado y desesperado»,
escribe Melanie Thernstrom en el extraordinario
ensayo Las crónicas del dolor, que acaba de
publicar Anagrama. Un libro necesario. Una investigación rigurosa sobre la
historia del dolor y la situación actual, y al mismo tiempo una crónica en
primera persona de una mujer que considera que el dolor crónico se ha convertido en un
fantasma de nuestro tiempo, una enfermedad grave, extendida, incomprendida, mal
diagnosticada e infravalorada.
Solo en Estados Unidos el dolor crónico afecta a más de 70 millones de
personas y cuesta a la economía más de 100.000 millones de dólares al año. Sin
embargo, escribe Thernstrom, el tratamiento del dolor crónico es a menudo inadecuado.
Esto se debe, en parte, a que hace muy poco que empezó a considerarse una
dolencia con una neuropatología propia y diferenciada. El dolor crónico como una enfermedad en sí.
A pesar de que el dolor es uno de los principales motivos por los que la
gente acude a consultar al médico en EEUU, solo hay colegiados 2.500
especialistas en medicina del dolor (apenas un médico por cada 25.000 pacientes
aquejados de dolor crónico). «Por lo tanto -escribe la autora- el tratamiento del dolor
continúa en manos de los médicos de cabecera, la mayoría de los cuales saben
poco sobre el asunto y no les interesa saber más».
La razón por la cual el dolor no ha sido motivo de estudio hasta hace muy
poco se debe a que era considerado el síntoma de una enfermedad subyacente.
Según tal concepción, la solución era sencilla: cura la enfermedad y el dolor
desaparecerá por sí solo. Sin embargo, hace tiempo que la verdad desagradable
asoma: el dolor crónico sobrevive a las causas que lo originaron, empeora con
el tiempo y desarrolla lo que Thernstrom denomina «una desconcertante
vida propia».
No es una metáfora, lo de la vida propia. (Susan Sontag ya dijo que la forma más sincera de contemplar una
enfermedad es la que está depurada de todo pensamiento metafórico). No es una
metáfora, porque con el paso del tiempo se ha demostrado que el dolor que no ha
sido tratado acaba por reescribir el sistema nervioso central, causando daños
patológicos en el cerebro y en la médula espinal que, a su vez, provocan un
dolor aún mayor.
¿Con más o
menos sufrimiento? Eso sigue siendo lo más desconcertante: la relación del dolor con el
sufrimiento. Hay personas que parecen sufrir lo indecible por causa de un dolor
leve y las hay que no sufren ni la mitad por un dolor grave. Según el doctor Eric J. Cassell, «el
dolor es el dolor que es, y el sufrimiento toma la forma que toma, en parte debido
a los significados que le aporta el paciente».
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada