No deben ser infinitos ni
inalcanzables. Hay que fijar prioridades, concretar cómo y cuándo iniciar cada
uno de ellos y estar abiertos a las sorpresas que depara el camino.
“Los objetivos deben ser concretos y hacer referencia a cambios
personales, no a cambios de conductas de otras personas”
Cuidado con lo que deseamos porque
quizá lo conseguiremos. En las librerías abundan los libros que prometen ayudarnos a alcanzar
nuestros objetivos, pero a veces el problema no se encuentra en el logro de
nuestras metas, sino en ellas mismas. Una mirada hacia la vida que cada uno de
nosotros llevamos es indispensable para revisar nuestros objetivos o para
plantearnos otros nuevos. Kelly G.
Willson y M. Carmen Luciano nos proponen una bonita metáfora a través de la
cual contemplar y reflexionar sobre nuestras vidas.
Imaginemos que tenemos un jardín y que somos
los únicos responsables de cuidarlo. Somos el jardinero de nuestro jardín. Las
plantas simbolizan lo que tenemos en la vida. Si observamos podremos ver las
plantas que tenemos: la planta del trabajo, de la familia, de los amigos, de
las aficiones, de nuestro cuerpo… Ante la visión de nuestro jardín podemos
empezar a plantearnos muchas preguntas:
– ¿Todas las plantas están igual de cuidadas? ¿Cuáles están más
mustias y necesitan más nuestras atenciones?
– ¿El número de plantas de nuestro jardín es el adecuado? Si tenemos demasiadas plantas quizá será
imposible dedicarles el tiempo que necesitan, y si disponemos de pocas, y por
inclemencias del tiempo se marchitan algunas, nos quedaremos con un jardín muy
pobre.
– Además de plantas, en nuestro jardín
también se encuentran algunas semillas que nosotros mismos hemos plantado. Son
nuestros objetivos. ¿Por qué hemos elegido estas semillas y no otras? Probablemente se deba a que queremos tener un
jardín como el del vecino, quizá porque nos lo han sugerido con demasiado
énfasis las personas que nos rodean, o tal vez porque realmente nosotros
deseamos las plantas que brotarán de ellas. ¿Cuál es nuestro caso?
– El crecimiento de las plantas requiere su
tiempo. Muchos jardineros se impacientan, empiezan a plantar más semillas para
comprobar si, al contrario de las ya sembradas, de ellas brotan plantas con más
rapidez. Sin embargo, las semillas recién plantadas, como todas, requieren su
tiempo para convertirse en plantas frondosas. Con su estrategia, fruto de la
impaciencia, acaban con un jardín donde han sembrado muchas semillas, pero de
las que no han obtenido ninguna planta porque no las han cuidado con paciencia.
¿Somos jardineros pacientes?
– Muchos jardineros, cuando plantan una
semilla se imaginan todos los detalles de la planta que crecerá. Y cuando
observan que la forma o el color de las flores o el número de hojas no son
exactamente como habían previsto, empiezan a creer que han escogido la planta
equivocada o que quizá no hayan realizado de forma correcta su labor. Otros, en
cambio, observan sus plantas y aprecian y disfrutan de esas pequeñas sorpresas
de la naturaleza. ¿Nos desespera lo que no se ajusta a nuestras expectativas?
– En nuestro jardín también habitan malas hierbas.
Éstas simbolizan nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras dudas,
nuestros complejos… Hay jardineros que se dedican todo el tiempo a intentar
arrancar malas hierbas y descuidan el resto de sus plantas. Cuanto más se
dedican a arrancarlas, peor está el resto de sus plantas. Todos los jardines
tienen malas hierbas. Si no fuera así, sería tan artificial que lo veríamos
irreal. ¿Dedicamos
más tiempo obsesionados con las malas hierbas o a regar nuestras plantas?
Disfrutando de una cena con una queridísima
amiga le conté la metáfora del jardín.
Por esa época, su tiempo se encontraba absorbido por el cuidado de sus gemelos
y los constantes viajes que tenía que realizar por trabajo. Después de escuchar
la metáfora me señaló que en ese jardín faltaba algo: un banco donde sentarse de vez en
cuando a contemplar el jardín y reflexionar sobre qué plantas necesitan más cuidados, qué nuevas semillas queremos
plantar, si tenemos que cambiar las estrategias… Así que sentémonos durante un
rato en el banco de mi amiga.
CONCRETANDO
OBJETIVOS
“La primera condición para hacer algo
es no querer hacerlo todo al mismo tiempo” (Tristán de Athayde)
En general, reflexionamos mucho y actuamos poco. Quizá la metáfora del jardín o algo que
hemos vivido nos han llevado a profundizar sobre lo que queremos en la vida,
pero si esas reflexiones no se traducen en conductas, ¿para qué sirven?
En las terapias cognitivo-conductuales se
pone mucho énfasis justamente en traducir nuestras ideas en conductas, y se
suelen proponer algunas directrices que nos pueden ayudar.
1. Los objetivos deben ser realistas. Debemos tener en cuenta nuestra situación
presente, nuestras posibilidades. Si nos proponemos grandes metas es muy
probable que no las consigamos y nos desmotivemos. Las metas, en un principio,
tienen que ser siempre menos ambiciosas de lo que nos gustaría. Sentarse ante
un papel y escribir objetivos es muy fácil, y normalmente lo hacemos en un
momento en el que todo nos parece mucho más sencillo de lo que en realidad es.
Así que intentemos
rebajar los primeros objetivos que nos vengan a la mente.
2. Los objetivos deben ser concretos. Por ejemplo, la meta: “Voy a mejorar la
relación con mi pareja” resultaría inadecuada por ser demasiado amplia y vaga.
Un objetivo más preciso podría ser: “Voy a aumentar la comunicación con mi
pareja”; incluso se podría concretar, en mayor medida, si la formuláramos
de la siguiente forma: “Voy a crear un espacio de dos horas cada semana para
conversar con mi pareja”. Dicho de otra forma, los objetivos los tenemos que plantear como
conductas concretas a realizar.
3. Los objetivos deben hacer referencia
a cambios personales, no a cambios de
conductas de otras personas. Una meta inadecuada sería: “Lograr que mi hijo
adolescente me entienda”. Esta meta podría reformularse en otra como: “Antes de
dar mi opinión a mi hijo, debo haber entendido su punto de vista”. Si queremos que cambie el
comportamiento de los demás hacia nosotros, debemos cambiar primero nuestras
conductas.
4. Los objetivos deben referirse a las distintas
áreas. Es una buena
estrategia pensar en las diferentes plantas de nuestro jardín: trabajo,
aficiones, familia… para proponernos objetivos en cada una de ellas. Es
probable que apuntemos muchos, entonces se tratará de ordenarlos. No nos
llevaría a nada intentar conseguirlos de golpe. Si los ordenamos por orden de dificultad, los más
sencillos primero, tendremos más probabilidades de conseguirlos y motivarnos.
5. Planificar el primer paso del
objetivo. Podemos estar
convencidos de que vamos a actuar para conseguir nuestras metas, estar
realmente animados mientras estamos pensando en ello, pero al día siguiente,
cuando la rutina nos engulle, ¡olvidarnos completamente de nuestras firmes
decisiones! Para evitar el olvido podemos anotar el primer paso de nuestro
objetivo en nuestra agenda. Si hemos decidido, por ejemplo, hacer deporte, el
primer paso podría consistir en apuntarnos a un gimnasio. Así debemos planificar qué día y
anotarlo en nuestra agenda ya.
NO OBSESIONARNOS
“Lo que importa verdaderamente no son
los objetivos que nos marcamos, sino los caminos para lograrlos” (Peter
Bamm)
Una serendipia es un
descubrimiento científico afortunado e inesperado que se ha realizado
accidentalmente. Cuando se habla de serendipia, uno de los ejemplos más citados
es el de sir Alexander Fleming. Su
interés era el tratamiento de las infecciones producidas por las heridas, por
ello cultivaba bacterias para estudiarlas. Un día, al volver de unas
vacaciones, Fleming observó sorprendido que en una pila de placas olvidadas
antes de su marcha, donde había estado cultivando una bacteria, había crecido
también un hongo en el lugar donde se había inhibido el crecimiento de la
bacteria. Podría haber pensado que sus placas se habían estropeado
y tirarlas, dado que no era lo que esperaba, pero, sin embargo, lo
vio como algo curioso y lo estudió. Resultó que el hongo fabricaba una
sustancia que producía la muerte de la bacteria; como el hongo pertenecía a la
especie Penicillium, Fleming estableció que la sustancia sería
denominada penicilina.
Aunque no seamos científicos, sí tenemos unos objetivos, y quizá
cuando vamos hacia ellos podemos realizar descubrimientos casuales que sean
mucho más interesantes que nuestros propios objetivos. Éstos no nos deben cegar
ante todos los atractivos hallazgos que podemos encontrarnos por el camino.
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