Tengo 23 años. Nací y vivo en
Barcelona. Soy integrador social, y colaboro con Isep Solidari. Estoy soltero, no tengo hijos. Deberíamos
revolucionar este sistema social. Creo en las
personas, las emociones y los ideales. Hemos creado Sarau, diversión
para pacientes de todo tipo.
DISCOTECA SIN FILTROS
Lleva una camiseta que luce estampada esta frase: “Locura es libertad sin ataduras”, y
para él no es sólo una frase, sino su modo de vivir. Su juventud aúna
experiencias muy intensas y una vitalidad que le lleva a defender la fiesta, el
ocio lúdico, la diversión y la juerga como complementos terapéuticas para
pacientes con etiquetas médicas y psiquiátricas de todo tipo. Se asombra de que
en una macrourbe como Barcelona, con tanta oferta lúdica, nadie haya pensado
antes en la diversión de estas personas, ¡como si no fuesen seres humanos! Por
eso organiza fiestas para ellos en la discoteca Seventy Seven (c/ Balmes con
València) todos los sábados por la tarde (info@ sarau. org).
—¿Integrador social?
—Acompaño a personas para ayudarlas a ser
funcionales socialmente, a ser más autónomas.
—¿Qué tipo de personas?
—Con incapacidades intelectuales y físicas o
trastornos mentales. Singulares.
—¿Singulares?
—Todos lo somos.
Todos somos únicos. Todos tenemos capacidades y discapacidades, y podemos
barajarlas y sacarles partido.
—Bien, pero hay discapacidades... y
discapacidades.
—¿Esquizofrénicos, maníacos,
bipolares, locos?: No, ¡Personas! Las etiquetas diagnósticas arrebatan a las
personas su derecho a serlo y a disfrutar la vida. Yo mismo, como integrador,
al primero que integré fue a mí.
—¿Qué le pasaba?
—A los 15 años me etiquetaron: Bipolar.
—¿Qué síntomas tenía?
—Períodos depresivos y otros maníacos, de una
euforia expansiva que me llevó a dormir poco, abusar de alcohol y otras drogas,
ser irascible, agresivo...
—¿Con qué consecuencias?
—Me fugué de casa, fui detenido e ingresado
en un centro de menores —me enfrenté a todos, me sentía invulnerable— y luego
en el sanatorio mental de Sant Boi.
—¿Y cómo vivió eso?
—Te drogan («choque farmacológico», lo llaman:
Los músculos se contraen dolorosamente, es como una paliza) y te atan
(«contención institucional», lo llaman).
—No les quedaría otro remedio...
—Es un modo de tratar a una persona que estigmatiza.
Hoy trato con pacientes que a veces me abofetean, ¡Y jamás los ataré!
—¿Y qué hace?
—Dialogo. Comprendo sus conductas, busco contenerlas
dialécticamente...
—¿Cómo salió usted de lo suyo?
—Tras el trato recibido, ¡Cuesta mucho
convencerte de que eres independiente, libre, autónomo, capaz, digno! Primero,
en un manual psiquiátrico leí el perfil del bipolar: «Bien, soy esto». Catalogarte
consuela; pero luego me descatalogué: «No: ¡Soy Edgar!».
—Y con ayuda farmacológica, supongo.
—Hace un año decidí dejar todas las drogas,
incluidos los muchos ansiolíticos y antipsicóticos que ingería. Tras un crudo
síndrome de abstinencia, ¡Estoy más tranquilo que cuando los tomaba! Sólo
mantengo el litio.
—Los psiquiatras van a reñirle.
—Diagnostican con excesiva soltura y recetan
demasiados fármacos. Pero yo tuve suerte.
—¿Por qué?
—Gané un concurso de poesía Jocs Florals del
distrito de mi colegio, y eso me devolvió autoestima. Y tuve educadores de
verdad en un hospital de día.
—Y hoy ayuda usted a otros.
—¡Ayudando,
me ayudo! No
soporto lo de «mira qué bueno soy...». Yo disfruto con lo que hago. Soy
aceptado y aprendo mucho.
—Cuénteme algo que haya aprendido.
—A empatizar con internos en clínicas y
residencias, sin miedos ni lástima: Sus conductas incomodan socialmente y se
las cortan de raíz, pero ¿Por qué no darles margen, dejarlas desarrollarse,
observar adónde van? Llamamos locura a lo que es otra lucidez.
—¿Qué más propone?
—Un diagnosticado tiene el tiempo reglado,
acotado, medicalizado. ¿Y el ocio? ¿Y el tiempo libre? ¿Y la diversión? ¿Y el
placer? Después de dormir y comer, ¡Eso es una necesidad humana de
primer orden!
—¿Y no pueden satisfacerla?
—No: Se les recluye como a enfermos
infecciosos. Es inhumano. Por eso un grupo de integradores hemos empezado a
organizar fiestas para que esas personas lo pasen bien...
—¿Qué tipo de fiestas?
—Música, baile, zumos, ¡Marcha! En una
discoteca, cada sábado, de cinco a ocho de la tarde, sin filtros de edad, sexo
o perfil diagnóstico: Abogamos por la riqueza de la diversidad, por un ocio
integrador, inclusivo.
—¿Tetrapléjicos y autistas, bipolares y Down,
paralíticos cerebrales y...?
—Personas que bailan y se divierten. Así se diluyen las
etiquetas, ¡Son personas de tú a tú! Venga usted: Todos son admitidos.
Aprenderá de la diferencia. Yo bailo ahí.
—¿Y lo pasan bien?
—«He
visto la luz, he conocido a gente nueva», «qué divertido es bailar al lado de
otro», «he hablado con una chica que...», me dicen. El barman profesional que nos
sirvió el primer día lloró: «Mira que llevo años de barman, ¡Pero esto es tan
bonito!». Se ponen guapos, vienen contentos, se van felices...
—Aplaudo la iniciativa.
—«¡Nunca había visto a ese levantarse de su silla!»,
me dijo el cuidador de uno el sábado pasado. Y bailan como locos, juegan a
bolos, se liberan, se relajan... Una persona que lo pasa bien es más feliz y,
por tanto, vive mejor. ¡Importa la calidad de vida, no sólo la estabilidad del
cuadro clínico!
—¿Y qué dicen médicos y psiquiatras de sus
fiestas abiertas?
—Son escépticos..., aunque algunos ya van
entendiendo que el ocio rehabilita, que también el ocio es sanador. ¡Divertirse
sana!
—Y además de bailar... ¿Ligan?
—He visto algún beso... ¡Son personas!: Tienen sentimientos y sexualidad.
Parientes y facultativos lo admiten, sí..., pero sólo de boquilla. Yo pregunto: ¿Por
qué les negamos gozar de relaciones sexuales completas y seguras? ¡Qué saludable
sería para muchos de ellos facilitarles un buen servicio sexual...!
Hay profesionales del sexo que se lo harían con mucha ternura, tacto y cariño.
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