A menudo pensamos que nuestro
camino hacia la plenitud ha de labrarse en torno a la eliminación de elementos
negativos. Creemos que en el momento que toquemos con las manos la felicidad,
automáticamente nos liberaremos de sensaciones sombrías como el dolor, la
tristeza, la pena… Y precisamente puede que sea esa la razón por la que no la
alcanzamos, porque jugamos con una teoría de base errónea. Quizá es
esa tesis equivocada la que nos hace frustrarnos, la que nos hace pensar que no
lo conseguiremos, la que nos aleja de ese nirvana que habitualmente imaginamos
cuando nos recreamos en el concepto de felicidad.
El experto en psicología
positiva Tal Ben-Shahar, que lleva
años abordando este aspecto con enorme determinación, asegura que solo hay dos
tipos de personas capaces de anular los malos sentimientos, esos malos momentos
que la vida nos trae de vez en cuando: los psicópatas y los muertos. Desde luego
que visto así nadie querría situarse en ninguna de esas dos categorías. Todas
nuestras emociones fluyen por la misma tubería emocional. No existe un conducto
para lo bello y otro para lo feo, no hay cañería de alegría y otra paralela de
pena. Todas las emociones se manifiestan por el mismo lugar, lo que produce que
en el momento que bloqueamos las malas, sin querer hacemos lo mismo con las
buenas. Este hecho se entiende perfectamente cuando vemos a un bebé llorar de
forma desconsolada y, acto seguido, reír a carcajadas. O bien cuando aceptamos
que un padre puede llegar a sentir algo de envidia por el plano prioritario que
ha adoptado su hijo en su vida en pareja, al mismo tiempo que siente un amor
descontrolado hacia él o ella. Es compatible, y lo es porque es humano.
Por eso Ben-Shahar nos invita en este camino a la felicidad precisamente a
algo tan simple como eso, como otorgarnos el permiso para ser humanos. A
concedernos el permiso a sufrir y disfrutar como formas compatibles de
felicidad. Porque sería un hecho insólito, antinatural, raro, no sufrir por
alguna de las desgracias que en nuestra vida a veces nos ocurren. Porque sufrir
en un momento determinado, llorar o sentir rabia es tan humano como la
felicidad. No hay nada malo en sentir envidia, celos, rabia… pero sí puede
haber algo malo en nuestro comportamiento posterior en relación a estos
sentimientos.
“Tratar de impedir que salgan las emociones negativas no hace
sino intensificarlas y evitar que salgan las positivas. Hay que ser plenamente
humanos”
Y sinó, hagamos esta sencilla
prueba: Si os pido que bajo ningún concepto penséis en un cisne rosa, ¿qué ocurre?
Pues que como yo, seguramente de forma inmediata pensaréis en un cisne rosa.
Solo cuando no tratamos de negar, cuando aceptamos que existen sensaciones o
emociones negativas, éstas se debilitan y podemos vivir mejor, mucho más
felices otorgando el valor que tienen los malos sentimientos en su justa
medida. Porque como afirma la psicóloga Susana
Méndez en su libro La bondad de los
buenos sentimientos, “en la sociedad de la protección estamos íntimamente
desprotegidos, pues hemos quitado de la paleta de colores emocionales
sentimientos y emociones necesarios. Eliminamos los oscuros y nos queda un
abanico especialmente colorido, casi chillón. El optimismo, la felicidad o el
sentido del humor son tan necesarios como la frustración, la angustia, el
dolor, la agresividad, la vergüenza o la culpa, pero estos últimos han sido
suprimidos por considerarse negativos, olvidando que también tienen su razón de ser y su utilidad”.
Esta aceptación de base acaba
convirtiéndose en el pilar más importante para una vida plena. Porque todos
sentimos miedo, por ejemplo, pero si incluso así lo superamos y seguimos
adelante, deja de ser miedo paralizante para convertirse en valentía, en
coraje. Pero no basta con aceptar con resignación. El hecho de aceptar las
limitaciones no debería convertirse en otro límite que nos imponemos, es decir,
conocer nuestras debilidades, nuestros puntos negros ha de tomarse como un impulso para
superarlos, en ningún caso un amarre a ellos.
La actriz Natalie Portman acudió hace unos años a su universidad, la de
Harvard, para aconsejar a los futuros licenciados sobre su futuro laboral. ¿Qué
les dijo? Pues exactamente esto, que utilizaran sus debilidades, sus
limitaciones, en su beneficio.
“Cuando decidí rodar Cisne Negro (por la que recibió el Oscar), con
todos los miedos que me generaba ese papel por no saber ballet, se transformó
en una de las experiencias más gratificantes, porque pasé por alto mis
limitaciones y valió la pena. Si me hubiera quedado anclada en ellas, no
hubiera hecho esa película… o no hubiera dirigido mi propio filme que se
presentó en Cannes”
Portman de esta manera hacía buena la mítica frase de Albert
Einstein: “una vez que aceptemos nuestras
limitaciones, iremos más allá de ellas”.
Porque las limitaciones están
ahí, al igual que están nuestros
defectos, nuestras sombras… pero están ahí para que las aceptemos, para que las
conozcamos y las dominemos, para que sepamos vivir junto a ellas. Solo así
dejaremos salir por ese conducto compartido mucha más felicidad. Porque “por supuesto que no hay fórmula para el éxito excepto,
tal vez, la aceptación incondicional de la vida y lo que trae”
(Arthur Rubinstein).
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