Ilustración Anna Parini |
Puede llegar el día en el que lo que somos y hacemos no
sea lo que deseamos. Frente a la crisis personal y el miedo al cambio, el
camino es hacerse las preguntas adecuadas.
Cuando un ser humano tiene un
para qué, puede atravesar cualquier cómo. Viktor Frankl.
En determinados momentos de
nuestra vida, todo lo que nos llevó y acompañó hasta un momento preciso, parece
que pierde el significado, y sentimos una necesidad apremiante de salir de
donde estamos para emprender nuevos rumbos, aunque no sepamos
exactamente a dónde nos van a llevar. Queremos experimentar novedad,
hay un impulso que nos lleva a querer cambiar de pareja, de lugar de
residencia, de trabajo, de profesión y de ambiente. Aquello por lo que luchamos
durante años, a lo que nos dedicamos con esmero, parece desmoronarse. Nos
invade una incertidumbre
interior, un gran interrogante, ¿quedarnos en
este “lugar” en el que nuestra vida parece irse apagando por inanición o soltar
lastre y abrirse a lo desconocido?
Ese algo que empuja para
salir de donde nos encontramos varía según la situación, la persona, sus
relaciones, su edad y su historia. Puede ser la búsqueda de sentido, la
insatisfacción, el sufrimiento, el malestar y el aburrimiento o la falta de
motivación. También pueden ser preguntas como:
- ¿voy a seguir así hasta mis últimos días?;
- ¿es esto lo que quiero?;
- ¿qué sentido tiene lo que estoy haciendo y cómo estoy viviendo mi vida?
Tomar la decisión de cambiar
implica a menudo provocar rupturas, confusión y sufrimiento, y entrar en crisis.
Hay que fluir aunque sea en mitad de la
incertidumbre. Puesto que no sabemos lo que nos espera después de ese cambio,
esa inquietud puede provocar falta de fuerza interior. Sin embargo, desprenderse de
lo que nos daña y empequeñece es lo que libera y fortalece.
Entre los 40 y los 50 años
muchos se dan cuenta de que no viven su vida, o que la que tienen no es la que
desean. Quieren dejar el trabajo que llevan haciendo durante años y dedicarse a
otra cosa, o formarse en otros ámbitos profesionales. Quizá se apuntan a una
ONG y se van a África, a América o a Asia. O bien dejan a su pareja y se van solos
o con otra persona. En definitiva, necesitan un cambio radical.
Estas transformaciones
bruscas pueden desembocar en situaciones de crisis existencial profunda. Mi
crisis personal llegó cuando todo aquello que durante años había dado soporte y
sentido a mi vida dejó de ser el apoyo que me había sostenido. Aunque estaba
rodeada de personas, me sentía sola, incomprendida y en un desierto. Me estaba
ahogando y muriendo por dentro. Me empujaba un anhelo de libertad y de
creatividad.
Empecé hablando con personas
con las que había compartido aquella época y me sentí totalmente incomprendida.
Así que inicié conversaciones con otros amigos más lejanos, que resultaron
convertirse en verdaderos amigos. Me arriesgué, me abrí, y unos me dieron la
espalda y otros me acogieron.
En situaciones de “tsunami vital”
es imprescindible reflexionar, escribir, pasear, estar en contacto con la
naturaleza, para escucharse a uno mismo. Es importante también abrirse y
conversar para no desesperarse quedándose dentro todo lo que uno está viviendo.
Sincerarse y arriesgarse a ser incomprendido, y a crear nuevos vínculos.
Escuchar nuestra intuición, lo que sentimos y seguir los pasos que nos acerquen a
nuestros anhelos nos ayudará a salir del estancamiento. Posiblemente implicará
que algunas personas que nos han acompañado en una parte de nuestra vida dejen
de hacerlo en esta nueva etapa. Pero aparecerán otras relaciones que nos
nutrirán de maneras diferentes. Tenemos que aprender a soltar si queremos
vivir con nuestra vitalidad floreciendo. Para lograrlo, ayuda confiar
en uno mismo y en la vida; es clave para avanzar en un mundo lleno de
incertidumbres.
También es importante ser
consciente de qué queremos saber de nosotros mismos. Se trata de plantearse
preguntas que desemboquen en reflexiones que lleven a encontrar sentido y
propósito, a conectar de nuevo con los sueños y a crear nuevos proyectos que
atraigan y nos hagan salir del escollo, descubriendo nuevos sentidos a nuestro
ser y hacer.
Cuando vivimos un
estancamiento en alguna relación importante, se hace necesario reciclarse. Pero
hay miedos
(a la ruptura, al conflicto o a ser incomprendido) que se interponen. Hay un
ejercicio sencillo que sirve para identificar aquellos temores que impiden dar
el paso necesario para acercarse a vivir sus anhelos. Elija un área en la que
se sienta estancado y hágase estas tres preguntas:
- ¿Qué quiero realmente?
- ¿Qué obstáculos se interponen en mi camino?
- ¿Qué me impide afrontar o superar ese obstáculo?
Para cada miedo que le
aparezca en respuesta a la tercera pregunta, puede plantearse las siguientes
preguntas:
- ¿Qué es lo peor que puede ocurrir si sucede lo que temo?
- ¿Cuál es el mejor resultado posible para mí o para los demás si lo hago aunque sienta miedo al hacerlo?
- ¿Qué es lo que posiblemente sucederá entre estas dos cosas?
Ilustración Anna Parini |
En ocasiones el cambio viene
impuesto por la normativa, por ejemplo, en la jubilación, o cuando es el
cónyuge quien se va y nos deja solos, o cuando sobreviene una muerte o un
accidente que implica un antes y un después. Si uno vive la necesidad de rehacer
su proyecto vital desde la resignación, sintiéndose atrapado en ella, su vida y
su ilusión se van apagando lentamente.
Esto le ocurrió a Sonia. Cuando la conocí, sus hijos ya
estaban casados, pero su marido había tenido una muerte rápida hacía cinco años
y ella se hundió en un gran sufrimiento. Sintió un vacío enorme, se preguntaba
cada día por qué le había sucedido, y con tales interrogantes incrementaba su
dolor y su tristeza. La meditación le ayudó a cambiar su actitud y a agradecer
que hubiera podido disfrutar sus años de vida en pareja con enorme
satisfacción. Varió totalmente su visión, entendió la muerte desde otra
perspectiva, y pasó de resistirse a la nueva situación a aceptarla plenamente.
En vez de lamentarse y quejarse, empezó a reconstruir y a tener una actitud de agradecimiento.
De cuestionarse: “¿Por qué me ha pasado esto a mí?”, “¿por qué se ha ido
cuando aún era joven?”, pasó a preguntarse: “¿Qué
puedo hacer a partir de ahora que aporte algo positivo?”. Y a
agradecer todo lo que había compartido y aprendido en esos cuarenta años de
matrimonio. Según las preguntas que uno se hace a sí mismo, las respuestas que
genere pueden llevarle a incrementar el dolor y el sufrimiento o a liberarse y
renacer en cada momento. En su caso, Sonia decidió formar parte de
una ONG y ayudar a otras personas. Meditar la acompañó para encontrar su eje
interior y conseguir fuerzas para reinventarse.
Muchas personas cuyo proyecto
de vida se ha basado en lograr éxito, poder, dinero, privilegios y estatus
sienten que llega un momento que todo deja de tener sentido. El individualismo
en el que se ha sustentado su vida deja de nutrirles. Y es entonces cuando
necesitan abrirse a los otros. Empiezan a plantearse el sentido de su presencia
en el mundo. La actitud de servicio les lleva a espacios de conexión con los
otros, a crear vínculos, comunión y comunidad. Al servir cambian una actitud
que era fuente de sufrimiento. Pasan de pedir y necesitar a dar y compartir.
Es en el dar y en el darse donde radica la semilla de la felicidad. En momentos
de gran tristeza, como en un duelo, el servir ayuda a salir de ese estado y a
conectar con la alegría.
Servir aumenta la capacidad de amar al prójimo. Se potencia la generosidad. La persona servidora crece en humanidad y en
grandeza. No una basada en la ostentación o la fama, sino en la de vivir una vida
con sentido.
Virar el rumbo
Probablemente nunca habíamos
tenido tanto y al mismo tiempo nunca habíamos estado tan insatisfechos. ¿Qué
sociedad hemos construido para que esto ocurra? Hemos creado un paradigma
fundamentado en la necesidad, en la avaricia y en la conciencia de escasez.
Vivimos pensando cómo podemos enriquecernos más, tener más, conseguir más y
crecer más. Esto hace que llegue un momento en nuestra existencia que se desmorone
el sentido y el para qué lo hacemos. Necesitamos crear proyectos de vida que
nos permitan vivir siendo servidores. En vez de preguntarnos: ¿Cómo puedo hacerme más rico, más poderoso y tener más?
Quizá debemos cambiar la pregunta y plantearnos: ¿Qué
es lo que el otro necesita? ¿Cómo puedo contribuir a crear un mundo mejor?
Dice Rabindranath Tagore “Yo dormía y
soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y
vi que el servicio era alegría”.
LIBROS
Enseñanzas sobre el amor. Una guía para alcanzar la
plenitud en las relaciones humanas. Thich Nhat Hanh
(Oniro. Barcelona, 1998)
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