Ilustración Anna Parini |
Entender lo que sentimos
y la utilidad de las diferentes emociones nos ayuda a hacer de ellas una guía
para nuestro camino.
Exprésate como las
personas comunes, pero piensa como un sabio. Aristóteles
La mayoría de las
personas son tan felices como sus mentes les permiten ser. Abraham Lincoln
Uno de los grandes avances en la
psicología de las últimas décadas ha sido el descubrimiento de la inteligencia
emocional como habilidad básica para el éxito.
Quien popularizara el término en 1995,
Daniel Goleman, advertía que no nos
extrañáramos de acabar trabajando para alguien que en la escuela era calificado
de “tonto”,
ya que aquellos que dominan sus emociones y comprenden las de los demás
tienen una gran ventaja sobre el resto a la hora de progresar y resolver
problemas de cualquier tipo.
Familiarizarnos con nuestra brújula
emocional nos permite mantener el control sobre nuestra mente, con
lo que ganamos atención y eficacia, además de dotarnos de la capacidad de
seducción que promueve la empatía.
Por el contrario, no ser conscientes
de lo que sentimos puede conducir al sufrimiento y al fracaso en las relaciones
sociales.
Las emociones están presentes en todos
los niveles evolutivos y en todos los animales, incluyendo los seres humanos,
afirmaba el psicólogo Robert Plutchik.
Ya en el siglo XIX, Charles Darwin concluyó que la
expresión de las emociones es algo innato y no aprendido, como se creía en su
época. Llegó a esta hipótesis tras estudiar su expresión en los animales
superiores, así como los gestos que hacen de forma instintiva las personas
ciegas de nacimiento. En sus viajes comprobó, además, que estas emociones eran comunes
a todas las culturas y se manifestaban de forma parecida, lo cual le convenció
de que las llevamos “de fábrica”.
En tiempos más actuales se ha
intentado enumerar nuestras emociones básicas, que según el psicólogo social Paul Ekman serían seis: ira, alegría,
sorpresa, asco, tristeza y miedo. El actor brasileño Marcelo Antoni junto con Jorge Zentner, guionista y escritor
argentino, en su libro Las cuatro
emociones básicas, además de descartar el asco y la sorpresa del primer
rango, señalan la importancia de reconocerlas en uno mismo y en los demás: “Una emoción es
información íntima. Un aviso respecto a qué me está pasando en este momento; un
toque de atención que sitúa a cada uno en el presente, pues está referida a lo
que vivimos y sentimos en este instante concreto. Es un aviso primario con
importantísimas funciones en la conservación, la relación y la socialización
del individuo. Una información que también recibimos internamente, desde
nosotros mismos”.
Los autores hablan de lo que sentimos
como “existencia
de tránsito”. Nadie puede anclarse de forma permanente a una misma
emoción. Por eso, aunque hablemos de personas tristes o alegres, en realidad lo
que existen son las situaciones tristes o alegres.
Tomar conciencia de ello permite relativizar lo
que sentimos y no tomarlo como algo definitivo, lo cual es un alivio
en el caso de las emociones negativas. Saber que el sentimiento que nos tortura
es temporal y dará paso a otro, quizá de signo contrario, nos ayuda a
relativizar el sufrimiento.
Una vez se toma posesión de nuestra
brújula y somos capaces de leer lo que sienten los demás y nosotros mismos, ¿cómo gestionar
las emociones? No se trata de meras reacciones a lo que vivimos.
También tienen una utilidad y podemos canalizarlas para optimizar nuestra vida
y la de nuestro entorno.
Al experimentar alegría, aumentamos la empatía
y la capacidad de estrechar vínculos con los demás, además de desarrollar en
nosotros la ternura,
la excitación
e incluso la atracción
física. Es un estado perfecto para compartir ideas, sensaciones y
nuevos proyectos.
Sentir miedo activa nuestra atención
ante una posible amenaza o peligro. Cuando no aparece de forma
injustificada y repetida, convirtiéndose en fobia, esta emoción es muy útil
para nuestra supervivencia. Nos permite tomar conciencia de lo que estamos
viviendo y, no menos importante, de lo que hacemos con nuestra vida.
La ira señala una situación,
interior o exterior, que nos produce desasosiego y debe ser reparada. Si en lugar de
expresarla a través de una explosión de genio la canalizamos en forma de soluciones,
esta emoción nos servirá para corregir el desequilibrio y estar mejor que
antes.
En cuanto a la tristeza, muchas veces tiene que
ver con hechos del pasado. Apunta a algo que hemos vivido de forma traumática
o, por el contrario, a experiencias que fueron muy positivas, pero que no
podemos volver a repetir, por ejemplo, tras una separación. La función de este
estado es desprendernos
de aquello que un día tuvimos o sentimos.
Comprender nuestras emociones básicas
y su utilidad nos permite dejar atrás lo que ya no nos sirve, tomar conciencia de
lo que ahora necesitamos y proyectarnos de forma mucho más positiva hacia el
futuro.
Ilustración Anna Parini |
El problema de muchas personas es que
llegan a sentirse abrumadas por sus propias emociones, como si en lugar de una
brújula para orientarse llevaran grilletes que las paralizan. Sobre esto, un
cuento sufí glosado por el místico y espiritual indio Osho, entre otros,
explica lo que un rey pidió a los sabios de su corte:
–Me
estoy fabricando un precioso anillo y quiero ocultar bajo el diamante algún
mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Tiene que ser muy
breve de modo que pueda esconderlo allí.
Aquellos eruditos habían escrito
grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje de solo dos o tres
palabras que pudiera ayudar a su rey en esos momentos en los que él consideraba
que esa ayuda podría marcar la diferencia.
Sin embargo, el monarca tenía un
anciano sirviente que era como de la familia, el cual le dijo:
–No
soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas, porque me lo
dio un místico hace tiempo.
Dicho esto, el anciano escribió tres
palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la
advertencia.
“No lo
leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo haya fracasado y
no encuentres salida a tu situación”.
El momento llegó cuando el país fue
invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar la vida mientras sus
enemigos le perseguían. Finalmente, llegó a un lugar donde el camino se acababa
al borde de un precipicio.
Entonces se acordó del anillo. Lo
abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto
también pasará”.
Mientras leía aquella frase, los
enemigos que le perseguían se perdieron en el bosque, al errar el camino, y
pronto dejó de oír el trote de los caballos.
Tras aquel sobresalto, el rey logró
reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la capital hubo una gran
celebración y el monarca quiso compartirlo con el anciano, a quien agradeció
aquella providencial perla de sabiduría. El viejo le pidió entonces:
–Ahora
vuelve a mirar el mensaje.
Al ver la cara de sorpresa del rey,
explicó: “No es solo para situaciones
desesperadas, sino también para las placenteras. No es solo para cuando estás
derrotado; también sirve cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando
eres el último, también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el
mensaje: “Esto también pasará”, y
entonces comprendió.
–Recuerda
que todo pasa –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que permaneces por siempre como testigo.
Como en este cuento tradicional, si
entendemos que las emociones no somos nosotros, sino que se trata de estados
transitorios de nuestra mente para adaptarnos a la vida, dejaremos
de sentirnos sobrepasados por ellas. Las emociones son una brújula, pero nosotros
decidimos el rumbo de nuestra existencia.
El
mapa facial de las emociones
Los rostros de los seres humanos
expresan lo que sienten a través de una serie de gestos que constituyen un
lenguaje universal:
Ira: contracción de las cejas, mirada más intensa y
tensión en los labios, que se preparan para gritar.
Alegría: elevación de los labios y las
mejillas, a la vez que arrugamos la piel bajo nuestros párpados.
Sorpresa: las cejas se elevan adoptando forma
circular, además de tener los párpados muy abiertos y la mandíbula baja.
Asco: suele expresarse levantando parte del labio
superior y frunciendo el ceño.
Tristeza: descenso de los ángulos inferiores
de los ojos y de los labios, que pueden manifestar temblor.
Miedo: elevación de los párpados y las
cejas; los labios pueden estar tensos o bien abrir la boca.
Para
conectarnos
Discos
Way Down Low. Kat Edmonson (MRI)
Un disco para equilibrar las
emociones. El segundo álbum de esta cantante texana de corte jazzístico es una
invitación al recogimiento. Canciones como Whispering Grass, Hopelessly Blue o
Happy convocan los estados más serenos de nuestro espectro de emociones.
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