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dijous, 25 de juny del 2015

¿Es el rostro el espejo del alma?. La mente es Maravillosa.

Seguro que te ha ocurrido alguna vez. Cruzarte con un rostro y sentir una repentina desconfianza, o al contrario, experimentar sin saber por qué, una grata serenidad y bienestar.
No es necesario que sean caras más o menos bellas, simplemente transmiten algo que va más allá de los sentidos básicos de la vista…. expresiones que nos transmiten quizá el reflejo del verdadero ser de la persona. Su alma.

¿Puede ser esto posible?
Los expertos nos dicen que en realidad, las personas tenemos una gran colección de “caras”. Es más, nos vestimos con una dependiendo de las circunstancias. No es lo mismo estar en casa solos que en una reunión de trabajo o en una cena con tu pareja o tus familiares. Nuestras expresiones cambian. Los rostros varían. Entonces ¿somos las personas unas mentirosas natas capaz de enmascararnos en cada momento con un rostro? En absoluto.
Llegada una edad, nuestro rostro va a ser reflejo de una predisposición genética y de un componente personal. Ese donde las expresiones tenderán más hacia lo que es más habitual en nosotros: el enfado, la ira, la tristeza, la timidez, la apertura, la serenidad, el sentido del humor, etc.

Rostros, emociones y almas
Hay una curiosa anécdota que nos habla de cómo un día, Abraham Lincoln llegó a rechazar a una persona solo porque “no le gustaba su cara”. Uno de sus ayudantes se lo recriminó, justificando que era una persona preparada que podía aportar mucho a su gabinete personal. Tenía 50 años y no era nuevo en aquellas tareas. Puntualizando además que “nadie es responsable de su cara”.
Ante lo cual, el presidente Lincoln respondió que una vez se pasa de los 40, todos somos responsables de nuestra cara, y aquel hombre, no le inspiraba confianza. Sin más.
Por sorprendente que parezca, cuando médicos y psiquiatras nos hablan de la morfopsicología, mantienen que la idea de Lincoln era totalmente cierta.
Cuando uno pasa de los 40, nuestra fisonomía ha ido moldeándose de acuerdo a las actitudes que han dominado nuestra vida. Un rictus en nuestra frente implica preocupación. Una boca que tiende hacia abajo es reflejo de una persona que no está acostumbrada a sonreír….
Rasgos que se vuelven aún más evidentes a medida que las arrugas aparecen en la cara, marcas de esas expresiones que más han predominado en nosotros.
Cuando miramos un rostro todos solemos recabar información de él en pocos segundos. ¿Es alegre, tiene aire serio y esquivo? ¿Es risueño o quizá transmite tristeza?
El rostro suele ser la esencia de la persona, y es habitual que nos guiemos por estas sensaciones a la hora de sentir más o menos cercanía por unos y no por otros.
Obviamente hay quien esconde muy bien sus emociones, quien suele vestirse una máscara casi cada día para esconder lo que verdaderamente es, como una especie de Dorian Grey capaz de dejar en un lienzo sus malas artes y oscuridades.
Un dato curioso a tener en cuenta es que la lectura de rostro, se ha practicado durante miles de años. Fue en China, y anterior a Confucio, cuando esta disciplina era, por así decirlo, una auténtica profesión. De esto hace ya más de 2.500 años, pero incluso Pitágoras llegó a ponerla en uso casi cada día.
Se dice que el sabio elegía a sus discípulos basándose en sus rasgos faciales, haciendo un examen del rostro y del cuerpo en general. Valoraba incluso la comunicación no verbal, para emitir un justificado juicio de valor sobre las personas.
Resulta muy impactante el hecho de que los seres humanos otorguemos casi más importancia a las sensaciones que nos ofrece un rostro, antes que lo que nos dice, por ejemplo, la comunicación no verbal.
¿Sabes por ejemplo a qué le damos más importancia las personas? A los ojos y a la sonrisa. Puede que un cuerpo nos esté engañando, puede que unos movimientos nos demuestren cercanía y amabilidad, pero si los ojos no nos parecen sinceros, desconfiaremos.
Tal vez, no sea el rostro, sino los ojos quienes en verdad nos terminan de convencer. Ellos son los menos dados a las mentiras y en ellos es donde nos reflejamos para sentirnos cómodos o no, ante un desconocido.
Pero aún así vale la pena ser cautos y prudentes. No debemos caer en el error de dejarnos influenciar por la primera impresión y esa necesidad casi instintiva de juzgar a las personas solo por su cara.

Recuerda que nosotros mismos estamos llenos de prejuicios, y no hay nada más peligroso que ver el mundo desde esos prismas distorsionados. Así que antes de juzgar a alguien, es mejor que empecemos por nosotros mismos…


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