Seguro que te ha ocurrido
alguna vez. Cruzarte con un rostro y sentir una repentina desconfianza, o al
contrario, experimentar sin saber por qué, una grata serenidad y bienestar.
No es necesario que sean caras
más o menos bellas, simplemente transmiten algo que va más allá de los sentidos básicos
de la vista…. expresiones que nos transmiten quizá el reflejo del
verdadero ser de la persona. Su alma.
¿Puede
ser esto posible?
Los expertos nos dicen que en
realidad, las personas tenemos una gran colección de “caras”. Es más, nos vestimos
con una dependiendo de las circunstancias. No es lo mismo estar en casa solos
que en una reunión de trabajo o en una cena con tu pareja o tus familiares.
Nuestras expresiones cambian. Los rostros varían. Entonces ¿somos las personas
unas mentirosas natas capaz de enmascararnos en cada momento con un rostro? En
absoluto.
Llegada una edad, nuestro
rostro va a ser reflejo de una predisposición genética y de un componente
personal. Ese donde las expresiones tenderán más hacia lo que es más habitual en nosotros:
el enfado, la ira, la tristeza, la timidez, la apertura, la serenidad, el
sentido del humor, etc.
Rostros,
emociones y almas
Hay una curiosa anécdota que
nos habla de cómo un día, Abraham
Lincoln llegó a rechazar a una persona solo porque “no le gustaba su cara”. Uno de
sus ayudantes se lo recriminó, justificando que era una persona preparada que
podía aportar mucho a su gabinete personal. Tenía 50 años y no era nuevo en
aquellas tareas. Puntualizando además que “nadie es responsable de su cara”.
Ante lo cual, el presidente
Lincoln respondió que una vez se pasa de los 40, todos somos responsables de
nuestra cara, y aquel hombre, no le inspiraba confianza. Sin más.
Por sorprendente que parezca,
cuando médicos y psiquiatras nos hablan de la morfopsicología, mantienen que la
idea de Lincoln era totalmente cierta.
Cuando uno pasa de los 40,
nuestra fisonomía ha ido moldeándose de acuerdo a las actitudes que han dominado nuestra vida.
Un rictus en nuestra frente implica preocupación. Una boca que tiende hacia
abajo es reflejo de una persona que no está acostumbrada a sonreír….
Rasgos que se vuelven aún más
evidentes a medida que las arrugas aparecen en la cara, marcas de esas
expresiones que más han predominado en nosotros.
Cuando miramos un rostro todos
solemos recabar información de él en pocos segundos. ¿Es alegre, tiene aire serio y esquivo? ¿Es
risueño o quizá transmite tristeza?
El rostro suele ser la esencia de
la persona, y es habitual que nos guiemos por estas sensaciones a la
hora de sentir más o menos cercanía por unos y no por otros.
Obviamente hay quien esconde
muy bien sus emociones, quien suele vestirse una máscara casi cada día para esconder
lo que verdaderamente es, como una especie de Dorian Grey capaz de dejar en un lienzo sus malas artes y
oscuridades.
Un dato curioso a tener en
cuenta es que la lectura de rostro, se ha practicado durante miles de años. Fue
en China, y anterior a Confucio, cuando esta disciplina era, por así decirlo,
una auténtica profesión. De esto hace ya más de 2.500 años, pero incluso
Pitágoras llegó a ponerla en uso casi cada día.
Se dice que el sabio elegía a
sus discípulos basándose en sus rasgos faciales, haciendo un examen del rostro
y del cuerpo en general. Valoraba incluso la comunicación no verbal, para
emitir un justificado juicio de valor sobre las personas.
Resulta muy impactante el hecho
de que los seres humanos otorguemos casi más importancia a las sensaciones que nos ofrece
un rostro, antes que lo que nos dice, por ejemplo, la comunicación no verbal.
¿Sabes por ejemplo a qué le
damos más importancia las personas? A los ojos y a la sonrisa. Puede que un cuerpo nos
esté engañando, puede que unos movimientos nos demuestren cercanía y
amabilidad, pero si los ojos no nos parecen sinceros, desconfiaremos.
Tal vez, no sea el rostro, sino
los ojos quienes en verdad nos terminan de convencer. Ellos son los menos dados
a las mentiras y en ellos es donde nos reflejamos para sentirnos cómodos o no,
ante un desconocido.
Pero aún así vale la pena ser
cautos y prudentes. No debemos caer en el error de dejarnos influenciar por la
primera impresión y esa necesidad casi instintiva de juzgar a las personas solo
por su cara.
Recuerda que nosotros mismos
estamos llenos
de prejuicios, y no hay nada más peligroso que ver el mundo desde
esos prismas distorsionados. Así que antes de juzgar a alguien, es mejor que
empecemos por nosotros mismos…
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