Si estás
enfadado, ¿Por qué finges? Sí, sí, muchas veces finges, y no digas que no es
así. En muchas ocasiones, fingimos que estamos enfadados para guardar las
apariencias y para mantener las formas, y eso, además de hacernos mucho daño,
le da a los demás pistas sobre lo que puede hacer para dominarte y para
imponerse.
El verdadero
problema es que no sabes canalizar tu ira, y prefieres contenerla. Pero eso estallará,
tarde o temprano.
Y si no nos
molestamos en aprender a dominar la ira, es porque se trata de una emoción en
la que no pensamos, porque creemos que no va con nosotros o porque pensamos que
podemos dominar. Es más, se nos enseña a menudo que se debe evitar para no dar
lugar a daños colaterales en nuestro entorno.
Esto evita
situaciones muy tóxicas, pero reprimir el enfado por completo puede tener
consecuencias negativas también. Saber cuándo evitarlo y cuándo no puede ser un
reto. Te animo a que analicemos juntos cuándo no deberías reprimir la ira.
La
ira reprimida te está causando problemas de salud
Tendemos a
pensar en las emociones como si fueran al abstracto respecto a nuestro cuerpo
físico, como si el cuerpo fuera un recipiente para contenerlas y un medio para
expresarlas físicamente. Sugiere que las emociones se manifiestan físicamente,
así como en nuestros pensamientos.
Pero la ira
contenida puede causar graves problemas de salud los cuales, aunque
aparentemente no esté relacionados, sí que lo están. Algunos de estos problemas
son dolor de cabeza, problemas digestivos, insomnio, aumento de la ansiedad,
depresión, alta presión sanguínea, problemas de la piel o problemas cardíacos
(ataques al corazón, taquicardias).
Tienes que
encontrar una forma de liberar y expresar esa ira o acabará contigo.
La
ira no procesada provoca una alteración de tu conducta
Nuestras
emociones se almacenan cuando no nos ocupamos de ellas, y esto puede provocar
que se
filtren de manera incontrolable.
Es posible que
nos sintamos bien al principio por haber controlar un ataque de ira para no
herir ni ofender a nadie, pero luego -probablemente- vamos a arremeter contra
otros -inocentes o que no tienen nada que ver- de otra manera porque
representan una pequeña amenaza para nosotros. No tienes la intención de
hacerles daño, pero la ira cuece a fuego lento dentro de ti, y eso
puede hacer que se evapore tu autocontrol.
La ira
reprimida también puede causar trastornos de ansiedad, miedo irracional y
rabia. La
emoción tiene que salir, por donde pueda.
Cómo
y dónde poner los límites
Tomar
conciencia de que la ira forma parte de nosotros es un primer
paso importante, porque entonces podemos empezar a establecer límites
saludables. ¿Estamos enojados por algo que están haciendo lo demás, o es la ira
causada por una herida personal de nuestro pasado lo que nos están recordando?
¿Es debido a una inseguridad por nuestra parte, o la otra persona realmente nos
está tratando mal?
Las respuestas
a estas preguntas se descubren cuando nos enfrentamos a nuestra ira. Este
conocimiento nos dará claridad para tomar buenas decisiones acerca de las
relaciones que tenemos con los demás. Es posible que tengamos que tomar un paso
atrás para darnos cuenta de que los demás no son tan malos como creíamos.
Los
demás necesitan saber si te están haciendo daño
Aunque algunas
veces la personas actúan con intención de hacer daño, lo cierto es que la
mayoría de las veces esto no es así y no hay intención de desatar nuestra
cólera. Y lo sabemos. Por eso reprimimos la ira. Y si nos sentimos culpables
por nuestra ira, podemos interiorizarla y culparnos a nosotros mismos, sin
abordar el verdadero problema.
Cuando nos
damos la oportunidad de enfadarnos y de analizar el motivo de la ira, vamos a
poder ser más conscientes de la causa detrás de él. Así, podremos poner en
marcha las herramientas
necesarias para soltar le enfado poco a poco y sin causar mayores
daños, haciendo un sano ejercicio de autocontrol.
Experimentar
la ira puede ser agradable
Igual que la
ira reprimida te va a hacer sentir mal, soltarla te resultará reconfortante. Es
como quitarse un gran peso de encima. Experimentar la ira de una manera
consciente es una experiencia totalmente diferente a la negación.
Puede
ayudarnos a conocernos a nosotros mismos y a comprender por qué ciertos
elementos nos hacen enfadar.
No se trata de
vivir en un estado de ira constante, sino de no fingir que no existe. La ira
es una emoción humana natural, y tenemos que darnos permiso para
experimentarla. Solo así aprenderemos a expresarla sanamente y a evitar, no
solo que no nos domine, sino que no aparezca.
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