El mayor peligro se
encuentra en no intentarlo por miedo a perderlo.
A veces, el temor nos invade y nos
sumerge en su atmósfera. Y así, atrapados por él, todo a nuestro alrededor se
ve diferente, se nubla. Como si tuviéramos unas gafas empañadas puestas y
nuestra visión se manchara por pequeñas o grandes motas.
Son las manchas del miedo, las manchas
de las suposiciones, de nuestros “y si…”,
“quizás…” o nuestros deberías… colocándose a menudo
como obstáculos en nuestro camino.
¿Cuántas veces no hemos avanzado por
ello?… ¿Cuántas cosas hemos perdido por miedo a perder?
Y es que ocurre que a veces, el
pañuelo que utilizamos para limpiarnos esas motas, en lugar de quitarlas, nos
ensucia cada vez más. Pues la solución, estrategia o alternativa que hemos
elegido, en lugar de apaciguar nuestro miedo, lo alimenta y lo hace más fuerte.
Como cuando le dices a alguien que
está enfurecido que se calme, aumentando su ira por momentos o cuando nos
decimos a nosotros mismos que no pensemos en lo que nos hicieron o en la
situación que nos preocupa, y acabamos aumentando más nuestro grado de
preocupación.
Estas motas que aparecen nos hacen
parecer miopes ante las circunstancias que nos suceden y andamos entre la
neblina, dando tumbos, a medio camino entre
la confusión y la incertidumbre.
Otras veces, parece que echamos un
pulso contra el miedo… luchamos y luchamos contra él, de mil y una manera
diferentes pero que casi todas nos llevan a la derrota y al desgaste, porque al
miedo más que golpearlo, es necesario comprenderlo y aceptarlo, para descubrir que nos está
sucediendo.
El miedo
hay que sentirlo para saber que nos dice, pero sin extremos.
Y en ocasiones, es el propio miedo al
miedo el que nos atrapa y nos quedamos con las manchas de las expectativas y las suposiciones;
imaginándonos un futuro incierto pero tan vivo para nosotros en esos momentos,
que da miedo… y es cuando empezamos a perder cosas, personas o vivencias por
miedo a perderlas…
Por miedo a perder, has podido cambiar
tus elecciones. Por miedo a perder, has podido quedarte donde estás y
conformarte; por miedo a perder, en lugar de arriesgarte, te has quedado en la
seguridad de lo conocido… por miedo a perder, has optado por el silencio en
lugar de las palabras; por miedo a perder, has hecho tantas cosas para no
perder a algo o a alguien, que en ocasiones, han sido justo las condiciones que
lo han provocado o que incluso, te han hecho perder tus objetivos…
Ten en cuenta que el miedo surge ante
lo desconocido, ante la creencia de que no podemos controlar algo, a alguien o
a nosotros mismos.
El
miedo nos hace perder y el perder nos da miedo.
El miedo, nuestro temor, tan solo es
una señal que nos indica que algo está sucediendo dentro de nosotros, pero
no hay que dejarse doblegar por ello.
El miedo es una proyección del futuro,
es el poder de nuestra imaginación en marcha, anticipándonos a las situaciones
y a nuestras vivencias, seguramente porque una vez no ocurrió como esperábamos.
El miedo a perder está ubicado en un futuro que
no existe y que tan solo le damos fuerza desde nuestra mente,
imposibilitando la consecución de nuestros sueños y perdiendo las infinitas
posibilidades.
El miedo a perder conlleva una vida
llena de pérdidas, de todas esas que no intentamos, perdiéndonos la vida misma,
pues ésta solo ocurre en el presente, siendo el futuro un misterio.
Vivir en el miedo es no permitirse vivir,
desaprender la posibilidad de vivir desconectando de lo que ocurre aquí y
ahora.
Por lo tanto, ¡lánzate a vivir!
No te aseguro que no tengas perdidas,
eso es imposible, pero habrás aprendido a vivir aún a pesar de ellas, a luchar
por lo que quieres y lo más importante, a no traicionarte a ti mismo.
De lo contrario, ¿cuánto estás
dispuesto a seguir perdiendo?.
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