—¿Cómo es una
vida bella?
—Desde luego, no es un artefacto, algo
acabado y perfecto. Yo creo que somos artífices de nuestra vida, nos vamos haciendo.
—Elija un camino.
—La
sencillez. Hay que saber mucho para ser sencillo. La sencillez es un resultado; la
simpleza, un estado primario. Me gustaría llegar un día a ser sencillo.
—Ya, pero cómo se
llega...
—Desde luego, no solo. Uno solo se
ensimisma, se enquista, se vuelve autosuficiente. Creo que necesitamos el desafío permanente
de los otros, esa irrupción que nos trastorna y nos altera pero que nos hace
vivir.
—¿Y por qué el
otro nos trastorna tanto?
—Porque no es otro como yo. En general, no
buscamos al otro, buscamos a alguien como nosotros para no vernos muy
desafiados. Pero es una suerte encontrarse en la vida con alguien otro de
verdad.
—La alegría no
tiene que reducirse a la llamada felicidad, dice usted.
—Hay éticas de la felicidad e incluso
anuncios televisivos en los que se dice: «Sopas hechas con felicidad»; parece
que es un ingrediente, un aditamento. Yo más bien apostaría por la alegría, por el gozo de
vivir.
—La alegría se
cultiva.
—La alegría es un desafío, algo por lo
que hay que luchar. No comparto los discursos quejosos de esa gente que está
siempre gimiendo y lamentándose. En una sociedad blanda, acomodada y tibia, la queja se ha
convertido en un instrumento que se utiliza con demasiada facilidad.
—La alegría da
trabajo.
—Hay que emprender cosas, sí. En
general, estamos muy aburridos y eso nos produce una vida gris más o menos
adornada. La
alegría nace del desafío, de correr el peligro de vivir, de hacer de la vida
una experiencia.
—Pensar diferente,
¿Cómo hacerlo?
—Hay que vincular el pensar al vivir y
a nuestras palabras. De manera que digamos lo que pensamos, y pensemos y hagamos lo que
decimos. Un pensamiento implicado en la transformación de uno mismo
es muy innovador, porque el pensamiento empieza por transformarse a sí mismo.
—La curiosidad
mueve al pensamiento.
—Sí, la curiosidad de ver si podemos
ser otros que los que somos. Pero nuestro pensamiento es poco curioso, tiende a
confirmar lo que ya existe en vez de crear algo distinto.
—¿Y cómo
sacudirse las telarañas?
—En general, somos seres aislados y
tenemos una idea de las relaciones personales como si fueran un movimiento que
lleva del uno al otro, una especie de yo yo
y tú tú. Si uno piensa en Platón,
entenderá que el eros, el amor, es el movimiento que pone a los dos en
la dirección de algo.
—Hasta que
empiezan las diferencias.
—Encontrarse
a alguien con quien iniciar un itinerario hacia alguna cosa distinta es un
regalo fantástico, pero hay que valorarlo. Deberíamos ser como los
archipiélagos, conjunto de islas unidas por lo que las separa.
—Después de
tantos filósofos, ¿Cuáles son las conclusiones que le han servido para vivir?
—La intensidad es un factor
determinante para la dicha. No se trata, creo, de hacer grandes cosas
extravagantes, sino de cuidar los detalles de la vida, darle mucha
intensidad a cada instante. Piense en esos animales que viven
cuarenta horas...
—¿Dar belleza a
nuestra forma de vivir?
—Sí, pero en el sentido griego, en el
que la bondad, la belleza y el bien están unidos. Nosotros hemos hecho de la
belleza algo esteticista que se logra a través de una especie de ataques de
atletismo, pero
hemos olvidado cultivar nuestro modo de ser.
—Me sabe mal
hablar en este contexto de la muerte.
—Entonces, mejor hablar como mortales,
entendiendo que cada instante no volverá. A mí, ser mortal me ayuda a vivir gozosamente y a darle a
cada instante mucha fuerza.
—Es curioso que nos empeñemos en vivir
como si no fuéramos mortales.
—Porque vivir como un mortal es
exigente. A mí, lo que me asusta es echar a perder la vida. En realidad, nos
pasamos la vida ocultando que somos efímeros (en griego: Seres de un día).
Somos cotidianos, como el pan, como el periódico; somos de a diario, y esto no es un
obstáculo para la alegría.
—Pero nos
llenamos la vida de obstáculos.
—Toda una gran operación para olvidar.
Desde luego, esa obsesión por el trabajo sólo puede deberse a algún tipo de
olvido. Si tuviéramos esa conciencia de finitud, probablemente seríamos menos
productivos.
—¿Qué idea le
sacude a usted más?
—Lo que más me ha costado es aceptar la
soledad y el fastidio constitutivo, aprender a vivir con esa incomodidad que
llevamos dentro y que casi siempre le achacamos a otro.
—Sé a qué
incomodidad se refiere, ¿Pero de qué se trata?
—Somos personas quebradas, no somos
seres acabados ni plenos. Hay que entender que no es que tengas una herida, sino
que eres una herida. La gente que no asume eso suele ser muy
quejumbrosa y culpa a los demás de esa incomodidad que nos constituye.
—¿Qué hacer
cuando sufres?
—Luchar: Yo no creo que el sufrimiento
redima. El
sufrimiento destruye y deteriora, no construye. A mí, la gente sin
placer me parece peligrosa y resentida, me asusta.
—¿Con qué idea se quedaría?
—El lenguaje es un principio
extraordinario de realidad; el pensamiento es acción. El problema es que hay mucha actividad y
poca acción, porque una acción produce una verdadera transformación de sí y de
lo que hay; las actividades no transforman nada.
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