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divendres, 5 de juny del 2015

¿ES POSIBLE CAMBIAR?. ES de la Vanguardia. José Andrés Rodríguez.

CRISIS SIN FONDO DE RESCATE
·  “Mucha gente va tirando, aunque sea de forma un poco renqueante. La vida no les pone en situaciones muy difíciles y no sienten la necesidad de cambiar”, explica José Miguel Ribé. El problema llega cuando la vida nos aprieta. Cuando la pareja dice adiós, cuando los amigos no cogen el teléfono, cuando se está en un callejón sin salida… “Hay que adaptarse, y puede salir a la luz una personalidad desastrosa”. Entonces, uno vive en sus carnes una crisis. Y, en este caso, no hay fondos de rescate que valgan. Una crisis es un fuerte impacto emocional, que te hunde o “que te hace ver que te toca moverte”. Algunas personas las aprovechan y otros se instalan a vivir en ellas. Para Anabel López, “a muchas personas las crisis las cogen con el paso cambiado porque no se planifican. A veces, le he preguntado a una persona de 25 años por sus planes para los próximos cinco, y me miran con cara de alucinado. Y mucha gente de cuarenta o cincuenta años de repente se dan cuenta de que nos les gusta su vida, pero no han planificado lo que querían”. 

Ser menos obsesivo, superar por fin esa tendencia a la tristeza, ser menos ansioso… Muchas personas desean cambiar aspectos de su forma de ser. Pero no siempre es sencillo. Una cosa es superar una mala racha. Y otra distinta es cambiar algún aspecto de la personalidad. Una cosa es estar triste tras una ruptura de pareja. Y otra, ver la tristeza como una compañera de vida desde hace muchos años. 
La personalidad es nuestra forma de ser y de relacionarnos con los demás, con el mundo y con nosotros mismos, y se forma básicamente en la infancia. Tiene que ver con nuestros genes y con lo que aprendemos. Un bebé aterriza en una familia y su personalidad empieza a estructurarse mediante el proceso que los psicoanalistas conocen como identificación, que consiste en asimilar rasgos de los demás para hacerlos propios. Estos rasgos serían, por tanto, los andamios con los que el niño irá creciendo y construyendo su personalidad. Y los expertos coinciden en que los primeros años de vida son cruciales para la formación de nuestra personalidad. Se ha visto que si tienes cariño y amor sinceros por parte de tus padres cuando eres niño, de adulto tendrás más mecanismos de protección contra la ansiedad”, apunta Jesús de la Gándara, jefe del servicio de psiquiatría del Complejo Asistencial Universitario de Burgos. Una madre depresiva probablemente contribuya a que su hijo sea un adulto depresivo. Unos vínculos débiles en la infancia probablemente son la base de un adulto que tendrá dificultades en sus relaciones personales. “Muchos de los problemas que tienen que ver con la estructura, con la forma de ser, suelen deberse a cuestiones no resueltas de la infancia”, explica Joan Romeu, psicoanalista.  
Así que llegamos a la edad adulta con las cartas marcadas. Con un equipaje que no hemos elegido. Cuando la vida aprieta, muchas personas abren sus maletas y no encuentran lo que necesitan para adaptarse. O lo que encuentran les causa más dolor que bienestar. El rasgo de personalidad que tuvo su utilidad en la infancia ahora es un lastre. Y eso es lo que hay que cambiar. Tomemos como ejemplo el narcisismo, la necesidad de ser admirado. “Muchas personas narcisistas fueron infravaloradas de pequeños o, lo contrario, les hacían sentir especiales, únicos. Así que aprendieron que tenían que llamar la atención. De niño puede funcionar, pero un adulto no puede ser siempre el centro de atención”, añade Romeu. Entonces, cuando el adulto ve que hay algo en su forma de ser que cojea, quizás se plantea: ¿es posible cambiar la personalidad?.  
“Más que cambiar la personalidad, se pueden cambiar algunos rasgos que no son adaptativos y que se han convertido en rígidos”, explica José Miguel Ribé, psiquiatra y psicoterapeuta. “Todas las personas tenemos rasgos de todo tipo, ya sea positivos o negativos. Podemos ser obsesivos, seguros, ansiosos, valientes… El problema es cuando una persona en casi todas las situaciones es obsesiva, por ejemplo. Porque ese rasgo puede ser práctico en su trabajo pero seguramente no en su relación de pareja”. Quizás sea más fácil cambiar con treinta años que con sesenta. “Es verdad”, considera Jesús de la Gándara, “pero siempre es posible. El cerebro es el órgano más flexible que hay”.  
La gran pregunta es: ¿cómo se puede cambiar?. “Entendiendo que tu forma de relacionarte te causa daño y que hay otras formas más sanas de funcionar. No podemos cambiar lo que nos ha pasado en la infancia. Pero sí podemos cambiar la huella inconsciente que ha dejado en nosotros”, opina Romeu. Cambiar no implica únicamente dejar de ser obsesivo, ansioso, dependiente, miedoso, triste… No consiste sólo en reprimir ese rasgo que nos pone la zancadilla en la vida. Uno tiene que pensar también en qué quiere ser. Vale, quiero dejar de ser depresivo y ansioso. Entonces, ¿cómo quiero construirme?”, explica Anabel López, psicoanalista del Espacio Psicoanalítico de Barcelona. 
El camino del cambio se puede emprender sin ayuda profesional. “Cada mañana, dedica tres minutos a lavarte los dientes y diez minutos a tu mente”, aconseja Jesús de la Gándara. “Intenta saber qué te pasa. Lleva un diario para ver en qué situaciones reaccionas de determinada manera. Y sé honesto”. Pero no todo el mundo tiene la paciencia para hacerlo. Es normal que muchas personas se sientan superadas. Una opción, entonces, es buscar ayuda profesional. “Con un terapeuta es más sencillo salir de los bucles mentales en los que a veces nos perdemos”, añade Anabel López 
Volviendo a la definición de personalidad. Esta es la forma que tenemos de relacionarnos. Y una terapia psicológica es un espacio para que paciente y terapeuta vivan una relación intensa y especial que permite cambiar. El paciente revive con el terapeuta su forma de relacionarse”, explica José Miguel Ribé. Si el paciente es muy dependiente y necesita aprobación de los demás, la exigirá al terapeuta. O si es agresivo, lo será con el terapeuta. Éste, en lugar de responder con agresividad, quizás se quede callado o le responda con suavidad. Es decir, de una forma que el paciente no espera”. Y, así, se van produciendo movimientos emocionales más o menos intensos. Porque lo que es evidente es que el cambio es una experiencia emocional. Aunque luego debe pasar por la razón para que uno lo entienda y lo acabe de integrar bien”.  
Pero cambiar, aunque sea con la ayuda de un terapeuta, no es un camino fácil. Y el primer escollo está en que muchas personas no saben qué deben cambiar. Se sienten mal, saben que algo no funciona, pero no consiguen saber dónde está el problema. “Y también lo que ocurre muchas veces es que el paciente dice que su pareja se queja de que es muy celoso, pero que a él no le pasa nada”, explica Anabel López. El paciente ideal sería el que llega a la consulta una vez asumido que quiere cambiar aquella pieza de su personalidad que chirría. “Pero no es frecuente. Más bien vienen porque sienten angustia, porque están mal. Empiezan a hablar de su pareja, de su familia, de sus problemas. Y poco a poco se dan cuenta de que algo pasa con ellos”.  
Cuando uno ha sentido en terapia que existen formas de funcionar mucho más saludables, toca pasar a la acción. Aunque sea poco a poco. “Recuerdo el caso de un hombre que era muy evitativo. Le costaba mucho relacionarse”, explica Mónica Lavilla, psicóloga del centro TLP-Tractaments. “No podía ni ir a comprarse ropa, porque le angustiaba hablar con la dependienta. Le dije que empezara paseando cerca de una tienda de ropa; un día entró en la tienda; otro día se probó una prenda…” Así uno se da cuenta de que puede dejar de actuar como lo hacía. De que no estamos condenados de por vida. De que una forma de ser disfuncional no es una cadena perpetua. “Si una persona es muy celosa, llegará un momento en que, aunque sienta el impulso, ya no montará un espectáculo”. Sentirá que la forma de ser que quiere dejar atrás lucha por imponerse. Sentirá ese impulso pero lo controlará. Y el cambio culminará cuando ya ni aparezca el impulso. “Cuando ya has interiorizado otra manera de actuar y ésta es parte de tu forma de ser en sustitución de la anterior”.  
Cuando uno quiere cambiar tendencias profundas de la personalidad debe tener paciencia. Los expertos coinciden en que suelen ser necesarios varios años de psicoterapia para cambiar rasgos que llevan enquistados mucho tiempo. “La gente cambia mucho. En varios años de lucha puedes transformar tu vida”, señala Anabel López. Aunque no sea un proceso lineal. Lo normal es que en un proceso de cambio uno sienta que avanza, que retrocede, que se estanca… Pueden pasar semanas o meses sin que uno note nada especial. “Y un día sientes que ya no haces lo que hacías. Ya no te pones irascible en situaciones en las que solías reaccionar así”, añade José Miguel Ribé.
Pero qué ocurre cuando alguien dice: quiero cambiar pero no puedo. ¿Alguien puede querer y no poder?. “Aunque haya situaciones o rasgos que hacen sufrir, estos también tienen un beneficio secundario”, considera Anabel López. “Uno puede quejarse de que siempre está deprimido. Pero gracias a eso se ahorra enfrentarse a la vida. A nivel inconsciente no desea cambiar a pesar de que afirme lo contrario. Por otro lado, hay felices circunstancias de la vida que tienen el poder de un curarlo todo. Una persona puede llevar varios años de terapia luchando contra su tendencia a la tristeza y un día llegar a consulta cantando de alegría porque ha encontrado el amor. “Pasa con cierta frecuencia que algunas personas están mal, y, cuando se enamoran, ya se sienten bien y dejan la terapia. Pero hay que tener cuidado porque ya decía Freud que las curas por amor duran poco”. Tampoco es sencillo asumir que uno tiene rasgos negativos. Y hay que saber encajarlos con deportividad. Nuestros rincones más sombríos chocan con lo que Sigmund Freud denominaba ideal del yo, el modelo al que todos intentamos acercarnos de cómo queremos ser. “Cabe preguntarse que ha hecho uno para lograrlo. Porque muchas personas se quejan que no están realizadas profesionalmente pero no luchan demasiado”.  
Así que cambiar no es sencillo. Pero es posible. Cambiar tendencias de personalidad es dejar atrás el territorio vital en el uno que lleva años instalado, aunque fuera incómodo, y explorar a machetazos una nueva forma de vivir. “Por eso creo que las personas que más se pueden beneficiar de una terapia son las que confían en el otro, en este caso el terapeuta, y se dejan llevar”, considera José Miguel Ribé. No estaría mal que se pudiera recetar confianza para un viaje tan incierto como emocionante. “A mí me gustaría poder recetar valentía y control”, apunta Jesús de la Gándara. “Valentía, porque creo que el rasgo de personalidad doloroso más frecuente es la tendencia a ser ansioso. Y la ansiedad tiene que ver mucho con el miedo a la vida. Y control, para que uno sienta que tiene las riendas de su vida”. Para llegar al final del viaje y lograr el premio gordo: “una personalidad sana, que, para mí, es la personalidad estable, segura y capaz de vincularse con los demás”. 


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