De vez en cuando conviene detenerse, parar, romper la inercia. ¿Para qué? No
es solo una cuestión de salud física, mental y emocional. Detenernos nos conecta con el aquí y
ahora. Detenernos a contemplar las flores, por ejemplo. A observar
todos los matices de su belleza, sus colores, formas y fragancias. Detenernos a
sentir y paladear lo que nuestros sentidos nos regalan, para así oxigenar no solo los pulmones,
también el alma. Detenernos a observar el mismo acto de detenerse, y
meditar sobre lo mucho o poco que nos cuesta el ejercicio de la quietud.
En una sociedad enferma por
sobrecarga de estímulos, de amenazas, de noticias oscuras, de urgencias e
inercias, es imprescindible el acto de pararse, porque si no lo
haces, más tarde o más temprano, la propia vida te obliga a hacer el “Stop”.
Cuánta belleza nos perdemos por
el ajetreo, el jaleo, la velocidad, la aceleración, la saturación. Cuán
peligrosa puede ser la inercia, ya que más que llenarnos tiende a vaciarnos. Sí, la
felicidad es inversamente proporcional a la aceleración.
¿Te
cuesta detenerte?
Besos, abrazos,
Álex
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