Elisabeth
Josephs-Serra, maestra de una antigua danza tántrica para mujeres.
Tengo
54 años. Nací en Barcelona y vivo entre la Costa
Brava y Devon (Inglaterra). Casada, tengo dos hijos. Soy máster en Psicosíntesis. Es necesaria una
política que una y no que separe. He tenido muchas
creencias y lo que me queda es la experiencia, esa es mi guía.
La chamana
Su
propia búsqueda de sentido la llevó por diversas sendas, desde los estudios más
formales en psicoterapia hasta pasar diez años en India como alumna de varios
maestros. Comprendió que el problema era la manera de mirar: "Toda nuestra
educación está enfocada sólo hacia lo externo. Honro profundamente a los
hombres, pero no al patriarcado: una manera de interpretar nuestra existencia.
Debemos aprender a pensar de forma visceral y llevar nuestros pensamientos al
corazón. Todos somos nutridores cuando nos abrimos a lo femenino, pero debemos
empezar nosotras". Ejerce de chamana trabajando con grupos de mujeres. El
26 de octubre dará una charla en Barcelona (alquimiasocial.com).
Qué nos pasa a las mujeres?
Que
hemos perdido nuestro auténtico poder. Durante milenios hemos seguido el modelo
de la sumisión.
Eso ya pasó.
Estamos
en el mundo cultural, económico y político, pero imitando y actuando desde el poder
reconocido, que es el inmaduro masculino.
Defíname inmaduro masculino.
En su necesidad
de dominar y controlar,
consecuencia del miedo que surge de la desconexión de su femenino -que es la
tierra, lo intuitivo, el cuerpo emocional, lo profundo, lo sagrado...-, ha
despreciado la conexión con los sentimientos y las emociones. Los hombres
temen a las mujeres porque temen su propio femenino.
Ahora muchos hombres son
tiernos y se ocupan de su hogar.
La
época moderna desacredita al macho. La mujer se ha masculinizado y el hombre se
ha feminizado, pero su modelo es el del niño tierno, no el del hombre que
cuida.
¿Nadie está en su lugar?
Hace
milenios que no experimentamos el auténtico arquetipo masculino y femenino en
su madurez. El sufrimiento que estamos viviendo (crisis económica, ecológica,
política, social...) se debe a la imposibilidad relacional entre lo femenino y lo
masculino.
Hábleme de ese femenino maduro.
El
poder femenino auténtico se consigue a través de la reconexión y el despertar
del útero. En las antiguas tradiciones, las mujeres sabían que su útero era su
centro de poder creativo a todos los niveles.
¿Dónde nos coloca esa
desconexión?
Actuamos
con miedo, y desconocemos nuestro verdadero poder erótico y sensual. Si no estás
anclada, eres como una cometa a la deriva, y eso nos deja en una situación de
sumisión o de rebeldía ante el poder masculino inmaduro. Al no estar
enraizadas, nos sentimos inseguras y mantenemos la falsa creencia de que necesitamos
pertenecer a un hombre para ver en él el reflejo del amor que somos.
Queremos que nos quieran,
lógico.
¿A qué precio?...,
acallando las emociones.
La cultura patriarcal ha desacreditado el poder femenino. La menstruación se ha
visto como algo impuro que las propias mujeres esconden, cuando en realidad es
la sangre de la vida, no está relacionada ni con la enfermedad ni con la
muerte. Mediante ese proceso cíclico -preovulación, ovulación, premenstruación
y menstruación- se accede a los auténticos arquetipos femeninos.
¿De qué se trata?
El
ciclo femenino equivale a las cuatro estaciones, que son el proceso de muerte y
resurrección. No puede haber creación sin muerte. Si las mujeres entráramos en
la sabiduría innata de nuestros cuerpos, sabríamos que durante la
premenstruación y la menstruación nos liberamos de nuestras sombras, lo que nos
permite crear desde una nueva perspectiva. Es como una desintoxicación física y psíquica.
¿Y qué ocurre con las mujeres
que no tienen útero o están en la menopausia?
Durante
los años fértiles las mujeres vivimos en un estadio de aprendizaje de nuestro
poder. Cuando llegamos a la menopausia somos ese poder: la mujer sabia, la
bruja.
A la que se teme y se aparta.
Como mujeres
estamos condicionadas a temer mostrar nuestro auténtico potencial (a menudo
inconscientemente) para no herir al hombre y que nos abandone o agreda. Y físicamente nos sometemos a
una crueldad de belleza (operaciones estéticas y demás) para aparentar eterna
juventud, una falsa imitación de la auténtica belleza.
¿Cuál es esa auténtica belleza?
La fuerza del
amor es lo que irradia una mujer
cuando está conectada con el latido de su útero y que, independientemente de la
edad, la hace permanecer jugosa y sensual.
¿Jugosas y sin un hombre al
lado?
Sin
un hombre al lado ya lo estamos aunque tengamos maridos, novios y amantes.
Recuperar el poder femenino es la llave para salir del aislamiento colectivo.
¿De qué poder me habla?
Del
amor bien entendido: intuitivo, erótico, tierno y feroz, a través del cual el
hombre podrá verse reflejado y recuperar su dignidad y presencia; únicamente
desde ahí se puede establecer el puente creativo y alquímico que auténticamente
hay entre los dos.
Eso de amor feroz suena
agresivo.
Es
eso que tanto temen los hombres, esa necesaria furia femenina que dice las
verdades, que reta a la masculinidad inmadura fruto del miedo a su propio
femenino. Ese miedo, que los desconecta de las emociones y los deja en el mundo
de las ideas, los despoja de su dignidad y los llena de vergüenza y culpabilidad
por estar utilizando un poder que no está al servicio de la vida.
¿Cómo conectar con nuestro
útero?
Poniendo
la atención en esas partes (útero y vagina) abandonadas a la ciencia y al
hombre, entramos en una maravillosa aventura de despertar de lo que ya
intuíamos.
¿Pero cuál es la vía?
Para
mí, la vía más rápida es a través de una danza que nos conecta al movimiento
espiral y cíclico del universo, y que nos permite conectar con nosotras mismas
y poseer la sabiduría necesaria en cada momento. La observación de nuestro proceso cíclico
nos permite despertar los arquetipos femeninos y sanar la herida y la
desconfianza entre nosotras herencia del patriarcado.
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