Autor:
Marilyn Vos Savant.
¡Ya
no más¡ ¡Hasta aquí llegué¡ ¡Renuncio¡ ¡No puedo seguir¡ ¡Me rindo¡ ¿Te recuerdas a
ti mismo alguna vez exclamando frases similares a estas?
Ser
conscientes de haber agotado todas nuestras reservas de energía en pos de la
resolución positiva de una situación difícil y tener que rendirse ante la terca
evidencia que nos grita, que hagamos lo que hagamos, no podremos ganar en un
empeño concreto, es una sensación amarga y una experiencia dolorosa como
pocas, para quien posea un cierto coraje y una mínima autoestima.
Abatirse, no por
no haber prescindido de luchar, sino por comprender que no es posible alcanzar
el desenlace deseado, no puede hundirnos en la postración y el
nocivo desaliento. Es en ese instante cuando las probabilidades de caer en los abismos de
la autocompasión, el victimismo, y la culpabilización se hacen más patentes.
Hay muchas veces que no se puede luchar contra una determinada
situación, aunque se ponga todo el ánimo y todo el tesón e incluso hasta el
talento que no tenemos, en sacarla adelante. Hay veces que uno consume todo su vigor y acaba por darse cuenta que no
avanza ni un solo centímetro y el remedio a lo que le preocupa, sigue tan
distante como el primer día.
A la persona que abandona el combate cuando ha hecho todo lo que
legítimamente estaba a su alcance para virar un resultado adverso, no se le puede
reprochar nada. Está en su derecho de abandonar y mal haría
en recriminarse nada a si mismo. Simplemente hay que comprender que hay tareas más grandes que nosotros
mismos y que nuestra capacidad. Vergüenza por tanto para aquel que no haya luchado, pero nunca
para el luchó con todas sus ganas y no pudo.
Ahora
bien, justo cuando notemos que todo está perdido y nos sintamos vencidos, es
cuando debemos encontrar una provisión de fuerza que nos permita
seguir adelante. Podemos, ya lo he dicho, tener de nuestro lado la razón y los
argumentos para abandonar, pero no para
permitirnos que una pérdida puntual se convierta en el preludio de una derrota
eterna.
Los fracasos en la vida son tan efímeros como el tiempo que tardemos en
ponernos en marcha para intentarlo de nuevo. Al que
llora permanentemente por aquello que no pudo lograr, le faltará la claridad
necesaria para ver lo que en adelante si que estará a su alcance.
Decía
Simón Bolivar que el soldado bisoño lo cree todo
perdido desde que es derrotado una vez. El veterano, añado,
sabe que hay más batallas por luchar y que la oportunidad de triunfar está de
nuevo muy cerca.
Destruidos
en algún momento, quizá. Desmoronados, abatidos, compungidos, también, en
fracciones de tiempo limitadas… pero
nunca derrotados para siempre.
“Cuando la derrota viene,
acéptelo como una señal, de que sus planes no son sólidos, reconstruya esos
planes y embárquese otra vez hacia su meta codiciada. Si se rinde antes que su
meta haya sido alcanzada, usted es un "perdedor".
(Napoleón Hill)
Y no lo somos, ¿verdad?
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