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dimecres, 31 d’octubre del 2012

LA IMPORTANCIA DE DECIR NO. Irene Orce.


"No hay mayor esclavitud que decir sí cuando se quiere decir no”, Baltasar Gracián
La palabra ‘no’ es tan escueta como poderosa. Dos letras que, unidas, se convierten en una de las combinaciones más temidas de nuestro vocabulario. Su simple mención basta para destruir sueños, romper corazones y demoler expectativas. Está íntimamente relacionada con el rechazo, y cuando se escapa de nuestros labios, tiene la capacidad de convertirnos en auténticos villanos a ojos de los demás. Pero paradójicamente, es también la partícula que nos permite establecer límites, marcar distancias, ajustar nuestros tempos y respetar nuestras necesidades. Y en demasiadas ocasiones, nos cuesta horrores verbalizarla. Cuando nos piden un favor, cuando el jefe nos ‘invita’ a que nos quedemos unas horas más, cuando nuestra pareja nos abruma con sus demandas… la gestión del ‘no’ es una auténtica pesadilla para miles de seres humanos. Y es un reto al que nos enfrentamos a diario.
Vivimos en una cultura de agradadores, en la que el peso de la imagen y el qué dirán en muchas ocasiones supera al de nuestras propias necesidades e inquietudes. De ahí que a menudo nos sintamos culpables cuando decimos que ‘no’ a algo o a alguien. Es más, es una respuesta que solemos posponer lo máximo posible, adornándola a menudo con todo tipo de excusas y disculpas. En este escenario no resulta extraño que lleguemos incluso a mentir, inventándonos compromisos inexistentes para cancelar citas o eventos a los que no nos apetece acudir. Todo ello en aras de “no hacer sentir mal” a esa otra persona. O eso nos decimos a nosotros mismos. Si nos atrevemos a ahondar un poco más allá, veremos que la realidad del asunto es que no sabemos cómo enfrentarnos a la crudeza del ‘no’. Tememos la reacción del otro ante nuestra negativa, su ira, su descontento…pero sobretodo, tememos descubrir de qué manera afectará nuestra respuesta a la imagen que esa persona tiene de nosotros.
Evitamos decir ‘no’ para no alterar la supuesta armonía existente en nuestras relaciones, en las que buscamos valoración, afecto y respeto. Pero hay quien lleva esta tendencia al extremo, viviendo como un auténtico conflicto la posibilidad de verbalizar una negativa. Por lo general, esta conducta tiene que ver con una falta de autoestima y una excesiva necesidad de ser aceptado por los demás. Y se trata de una espiral de la que resulta muy difícil escapar. Pero no decir nunca que no también termina por pasarnos factura. Al fin y al cabo, resulta algo tan natural como necesario. Negarnos a hacer un favor no siempre tiene que ver con una actitud egoísta. No se trata de ser insensibles ante las necesidades de los demás, sino de comprender que en la medida que atendamos nuestras propias necesidades seremos más capaces de dar lo mejor en las situaciones en las que los demás requieran nuestra colaboración.

Cómo construir límites
“Lo más importante que aprendí a hacer después de 40 años fue a decir no cuando es no”, Gabriel García Márquez
La gestión del ‘no’ comienza a una edad muy temprana. De hecho, la primera vez que esta palabra se escapa de nuestros labios solemos contar con unos dos años de vida. En ese momento comienza una etapa de reafirmación, por la que pasamos todos, en la que ponemos a prueba la paciencia de nuestros progenitores. El primer ‘no’ es un canto a la independencia, fruto del proceso de descubrimiento de uno mismo. Surge en el momento en el que aprendemos a valorar todo aquello que las personas de nuestro entorno nos dicen, y en un momento determinado nos rebelamos, utilizando tan escueta palabra como medio para articular el rechazo, la diferencia que hay entre lo que nosotros queremos y lo que los demás nos exigen. Así, la evolución del ‘no’ nos guía en el arduo proceso de descubrir y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Nace de la necesidad de probar los límites de nuestro entorno, y nos acompaña en ese camino repleto de disyuntivas al que llamamos vida. Se trata de una partícula compleja: no hay que olvidar que negar una cosa implica afirmar otras muchas, y viceversa. Al fin y al cabo, saber lo que no se quiere es el primer paso para averiguar lo que realmente se desea.
Lo cierto es que decir ‘no’ es la mejor manera de poner límites, bien sea en nuestro círculo personal o en nuestro entorno profesional. Aunque no solemos prestarles demasiada atención, los límites son un elemento crucial que influye en todas nuestras relaciones. Están íntimamente vinculados a nuestra identidad y a nuestra integridad, pues marcan la pauta de hasta dónde estamos dispuestos a llegar en una temática o situación determinada. Y los ponemos en jaque cada vez que sentimos que deberíamos decir que no y nos reprimimos. De hecho, al no respetar nuestros propios límites estamos invitando a los demás a que tampoco lo hagan. De ahí la importancia de cuestionarnos hasta dónde estamos dispuestos a llegar para complacer a los demás.
Si no ponemos freno a conductas desagradables, destructivas o abusivas de las personas de nuestro entorno estamos dando luz verde para que continúen. Tenemos el derecho de no aceptar ciertas peticiones o demandas, independientemente de quién las formule. Muchas veces no ponemos límites porque no sabemos con certeza cuáles serían los resultados positivos que podríamos obtener si lo hiciéramos. Lo único que tenemos claro son los problemas que padecemos por no hacerlo y el malestar constante que nos acarrea. Esta inercia nos va llevando a olvidarnos de nosotros mismos, arrastrándonos hasta el punto de perder la capacidad de construir una realidad que sea realmente coherente con la persona que somos.

Cuestión de confianza
“Los límites que marcan nuestra vida no son los que nos ponen los demás, sino los que aprendemos a poner nosotros mismos”, Byron Katie
Llegados a este punto, tal vez merezca la pena reflexionar sobre las potenciales consecuencias positivas de practicar el no.
¿Qué lograríamos?
¿Cómo nos sentiríamos?
¿De qué manera influiría en nuestra vida y en nuestras relaciones?
La clave para liberarnos del malestar y la ansiedad que nos genera decir ‘no’ radica en trabajar el cómo. Por supuesto, cada situación es diferente, y en este escenario no caben generalizaciones. Pero lo que sin duda resulta útil es sumar recursos para no volver a caer en la permanente tendencia a ceder ante las peticiones ajenas. En primer lugar, en vez de repetirnos constantemente las mil razones por las que no podemos –o debemos–decir que no, podemos centrarnos en aprender a decirlo de manera que nuestro interlocutor pueda entenderlo y aceptarlo sin acritud. Incluso si se trata de nuestro jefe. El primer paso para lograrlo es tener claras nuestras prioridades. Tener presente aquello que es auténticamente importante para nosotros nos ayuda a definir en qué queremos invertir nuestro tiempo y contribuye a dar solidez a nuestros argumentos. Si nos atrevemos a valorar nuestro tiempo, nuestras necesidades y nuestras inquietudes seremos capaces de minimizar el titubeo y el conflicto interno que nos genera el inquietante ‘no’.
Por otra parte, la forma tiene un papel fundamental para gestionar la comunión de estas dos letras. Cuidar las palabras que utilizamos, con el máximo respeto como guía, suele ser garantía de que el intercambio con nuestro interlocutor termine amigablemente. Cabe recordar que no existe ninguna necesidad de justificarnos en exceso. Resulta innecesario adornar en demasía una negativa, incluso puede llegar a sonar falsa, lo que terminará por debilitar nuestra posición. Una buena técnica es, simple y llanamente, decir no y añadir a continuación la razón principal del por qué. A menudo lo más efectivo es lo más directo y honesto, como un “lo siento, pero me temo que no puedo aceptar” o “en estos momentos me resulta imposible” como respuesta.
Si nos damos la oportunidad de poner en práctica estas fórmulas, posiblemente nos encontraremos con que la respuesta de los demás suele ser positiva, lo que supone que la mayoría de los conflictos que tenemos con decir ‘no’ los creamos nosotros con nuestra tendencia a preocuparnos y a anticipar acontecimientos. En lo concerniente al ‘no’, nosotros somos nuestro mayor enemigo. De ahí la importancia de hacer un ejercicio de honestidad y apostar por ser más auténticos en nuestra gestión de esta palabra. Para muchos, decir no es la cima de la autoestima. Al fin y al cabo, esta pequeña y poderosa partícula nos ayuda a sumar en respeto… y crecer en libertad.

En clave de coaching
·         ¿De qué manera influiría en nuestra vida practicar más el ‘no’?
·         ¿Cómo cambiarían nuestras relaciones?
·         ¿Cómo nos sentiríamos?

Libro recomendado
‘El arte de decir no’, de Hedwig Kellner (Obelisco)





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