"No hay mayor esclavitud que decir sí cuando se quiere
decir no”, Baltasar Gracián
La
palabra ‘no’ es tan escueta como poderosa. Dos letras que, unidas, se
convierten en una de las combinaciones más temidas de nuestro vocabulario. Su simple
mención basta para destruir sueños, romper corazones y demoler expectativas.
Está íntimamente relacionada con el rechazo, y cuando se escapa de nuestros
labios, tiene la capacidad de convertirnos en auténticos villanos a ojos de los
demás. Pero paradójicamente, es también la partícula que nos permite establecer
límites, marcar distancias, ajustar nuestros tempos y respetar nuestras
necesidades. Y en demasiadas ocasiones, nos cuesta horrores
verbalizarla. Cuando nos piden un favor, cuando el jefe nos ‘invita’ a que nos
quedemos unas horas más, cuando nuestra pareja nos abruma con sus demandas… la gestión del
‘no’ es una auténtica pesadilla para miles de seres humanos. Y es un reto al
que nos enfrentamos a diario.
Vivimos en una
cultura de agradadores,
en la que el peso de la imagen y el qué dirán en muchas ocasiones supera al de
nuestras propias necesidades e inquietudes. De ahí que a menudo nos sintamos
culpables cuando decimos que ‘no’ a algo o a alguien. Es más, es una
respuesta que solemos posponer lo máximo posible, adornándola a menudo con todo
tipo de excusas y disculpas. En este escenario no resulta extraño que lleguemos
incluso a mentir, inventándonos compromisos inexistentes para
cancelar citas o eventos a los que no nos apetece acudir. Todo ello en aras de “no hacer
sentir mal” a esa otra persona. O eso nos decimos a nosotros mismos.
Si nos atrevemos a ahondar un poco más allá, veremos que la realidad del asunto
es que no sabemos cómo enfrentarnos a la crudeza del ‘no’. Tememos la reacción
del otro ante nuestra negativa, su ira, su descontento…pero sobretodo, tememos
descubrir de qué manera afectará nuestra respuesta a la imagen que esa persona
tiene de nosotros.
Evitamos
decir ‘no’ para no alterar la supuesta armonía existente en nuestras
relaciones, en
las que buscamos valoración, afecto y respeto. Pero hay quien lleva
esta tendencia al extremo, viviendo como un auténtico conflicto la posibilidad
de verbalizar una negativa. Por lo general, esta conducta tiene que ver con una
falta de
autoestima y una excesiva necesidad de ser aceptado por los demás. Y
se trata de una espiral de la que resulta muy difícil escapar. Pero no decir
nunca que no también termina por pasarnos factura. Al fin y al cabo, resulta
algo tan natural como necesario. Negarnos a hacer un favor no siempre tiene que ver con
una actitud egoísta. No se trata de ser insensibles ante las
necesidades de los demás, sino de comprender que en la medida que atendamos nuestras propias
necesidades seremos más capaces de dar lo mejor en las situaciones en las que
los demás requieran nuestra colaboración.
Cómo construir límites
“Lo más importante que aprendí a hacer después de 40 años fue a
decir no cuando es no”, Gabriel García
Márquez
La
gestión del ‘no’ comienza a una edad muy temprana. De hecho, la primera vez que
esta palabra se escapa de nuestros labios solemos contar con unos dos años de vida.
En ese momento comienza una etapa de reafirmación, por la que pasamos todos, en
la que ponemos a prueba la paciencia de nuestros progenitores. El primer ‘no’
es un canto a la independencia, fruto del proceso de descubrimiento de uno
mismo. Surge en el momento en el que aprendemos a valorar todo
aquello que las personas de nuestro entorno nos dicen, y en un momento
determinado nos rebelamos, utilizando tan escueta palabra como medio para
articular el rechazo, la diferencia que hay entre lo que nosotros queremos y lo
que los demás nos exigen. Así, la evolución del ‘no’ nos guía en el arduo
proceso de descubrir y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Nace de la
necesidad de probar los límites de nuestro entorno, y nos acompaña en ese
camino repleto de disyuntivas al que llamamos vida. Se trata de una partícula
compleja: no hay que olvidar que negar una cosa implica afirmar otras muchas, y
viceversa. Al
fin y al cabo, saber lo que no se quiere es el primer paso para averiguar lo
que realmente se desea.
Lo
cierto es que decir ‘no’ es la mejor manera de poner límites, bien sea en
nuestro círculo personal o en nuestro entorno profesional. Aunque no solemos
prestarles demasiada atención, los límites son un elemento crucial que influye en todas
nuestras relaciones. Están íntimamente vinculados a nuestra
identidad y a nuestra integridad, pues marcan la pauta de hasta dónde estamos
dispuestos a llegar en una temática o situación determinada. Y los ponemos en
jaque cada vez que sentimos que deberíamos decir que no y nos reprimimos. De
hecho, al no
respetar nuestros propios límites estamos invitando a los demás a que tampoco
lo hagan. De ahí la importancia de cuestionarnos hasta dónde estamos
dispuestos a llegar para complacer a los demás.
Si no ponemos
freno a conductas desagradables, destructivas o abusivas de las personas de
nuestro entorno estamos dando luz verde para que continúen. Tenemos el derecho de no
aceptar ciertas peticiones o demandas, independientemente de quién las formule.
Muchas veces
no ponemos límites porque no sabemos con certeza cuáles serían los resultados
positivos que podríamos obtener si lo hiciéramos. Lo único que
tenemos claro son los problemas que padecemos por no hacerlo y el malestar
constante que nos acarrea. Esta inercia nos va llevando a olvidarnos de
nosotros mismos, arrastrándonos hasta el punto de perder la capacidad de construir una
realidad que sea realmente coherente con la persona que somos.
Cuestión de confianza
“Los límites que marcan nuestra vida no son los que nos ponen los
demás, sino los que aprendemos a poner nosotros mismos”, Byron Katie
Llegados
a este punto, tal vez merezca la pena reflexionar sobre las potenciales
consecuencias positivas de practicar el no.
¿Qué lograríamos?
¿Cómo nos sentiríamos?
¿De qué manera influiría en
nuestra vida y en nuestras relaciones?
La clave para
liberarnos del malestar y la ansiedad que nos genera decir ‘no’ radica en
trabajar el cómo.
Por supuesto, cada situación es diferente, y en este escenario no caben
generalizaciones. Pero lo que sin duda resulta útil es sumar recursos para no
volver a caer en la permanente tendencia a ceder ante las peticiones ajenas. En
primer lugar, en vez de repetirnos constantemente las mil razones por las que
no podemos –o debemos–decir que no, podemos centrarnos en aprender a decirlo de manera que nuestro
interlocutor pueda entenderlo y aceptarlo sin acritud. Incluso si se
trata de nuestro jefe. El primer paso para lograrlo es tener claras nuestras
prioridades. Tener presente aquello que es auténticamente importante
para nosotros nos ayuda a definir en qué queremos invertir nuestro tiempo y
contribuye a dar solidez a nuestros argumentos. Si nos atrevemos a valorar nuestro tiempo,
nuestras necesidades y nuestras inquietudes seremos capaces de
minimizar el titubeo y el conflicto interno que nos genera el inquietante ‘no’.
Por
otra parte, la forma tiene un papel fundamental para gestionar la comunión de
estas dos letras. Cuidar las palabras que utilizamos, con el
máximo respeto como guía, suele ser garantía de que el intercambio con nuestro
interlocutor termine amigablemente. Cabe recordar que no existe ninguna
necesidad de justificarnos en exceso. Resulta innecesario adornar en demasía
una negativa, incluso puede llegar a sonar falsa, lo que terminará por debilitar
nuestra posición. Una buena técnica es, simple y llanamente, decir no y añadir
a continuación la razón principal del por qué. A menudo lo más efectivo es lo
más directo y honesto, como un “lo siento, pero me temo que no puedo aceptar”
o “en estos
momentos me resulta imposible” como respuesta.
Si
nos damos la oportunidad de poner en práctica estas fórmulas, posiblemente nos
encontraremos con que la respuesta de los demás suele ser positiva, lo que
supone que la mayoría de los conflictos que tenemos con decir ‘no’ los creamos
nosotros con nuestra tendencia a preocuparnos y a anticipar acontecimientos. En lo
concerniente al ‘no’, nosotros somos nuestro mayor enemigo. De ahí
la importancia de hacer un ejercicio de honestidad y apostar por ser más
auténticos en nuestra gestión de esta palabra. Para muchos, decir no es la cima
de la autoestima. Al fin y al cabo, esta pequeña y poderosa partícula nos ayuda a sumar en
respeto… y crecer en libertad.
En clave de coaching
·
¿De qué manera influiría en
nuestra vida practicar más el ‘no’?
·
¿Cómo cambiarían nuestras
relaciones?
Libro recomendado
‘El arte de decir no’, de Hedwig Kellner (Obelisco)
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