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dimecres, 17 d’octubre del 2012

El desapego. Verónica Maza Bustamante.


En las tradiciones orientales el apego es visto como la causa principal del sufrimiento humano.
Ay, el amor, mis queridos lectores! ¡Y el deseo! Son tan ricos que es fácil que uno se enganche a ellos como si se tratara de drogas duras imposibles de abandonar. Pero aunque parezca que esa necesidad del otro, del placer, de la cercanía y de la posesión conforman la mejor y única manera de amar, resulta que más bien están ligados a lo que en la columna de la semana pasada definí como “adicción al amor” o apego.
Les prometí que el día de hoy hablaríamos de las fases de recuperación o desapego a nuestras parejas. Hagamos un poco de memoria sobre el tema, de acuerdo a lo que Walter Riso, famoso psicólogo, especialista en terapia cognitiva y magíster en bioética, afirma: "el apego es una vinculación mental y emocional (generalmente obsesiva) a objetos, personas, actividades, ideas o sentimientos, originada en la creencia irracional de que ese vínculo proveerá, de manera única y permanente, de placer, seguridad y/o autorrealización".
“En consecuencia, la persona apegada estará convencida de que sin esa relación estrecha le será imposible ser feliz, alcanzar sus metas vitales o tener una vida normal y satisfactoria”.
Aunque en occidente la palabra “apego” se ha relacionado con el vínculo entre los niños y sus padres o cuidadores, en las tradiciones orientales el apego es visto como la causa principal del sufrimiento humano y una forma de adicción. Para el filósofo y escritor Jiddu Krishnamurti, cuando creemos “pertenecer al otro” y deseamos que éste nos corresponda de la misma manera, estamos siendo alimentados psicológicamente por el otro, dependemos de él o ella, y en eso siempre habrá ansiedad, temor, celos y sentimientos de culpa. “Mientras haya miedo no hay amor. Una mente dominada por el sufrimiento jamás lo conocerá; sentimentalismo y emotividad no tienen nada que ver con el amor”, afirmaba el místico indio.
Lo contrario es el desapego, que tiene un sentido liberador y positivo; está relacionado con el disfrute de las cosas sabiendo que son transitorias, con desarrollar un estilo de vida fundamentado en la independencia emocional. Riso escribe en su libro —de reciente publicación— Desapegarse sin anestesia (editorial Océano), que desapego no significa falta de compromiso con lo que uno hace; “comprometerse no es esclavizarse ni venderse al mejor postor”.
Los especialistas de Ekhia, Centro de Psicoterapia y Desarrollo Humano, comentan que el placer y el sentido de comodidad se mezclan para crear una súper droga de alta adicción que puede tener como efectos un sentimiento de bienestar, tranquilidad, diversión, engrandecimiento del ego a través de la pareja, confianza, compañía, soporte, apoyo emocional o simplemente presencia física.
¿A qué nos hacemos adictos, a qué nos apegamos en una relación amorosa?
A la seguridad y/o protección que nos brinda la pareja; es el apego más resistente, pues se busca la supervivencia, no el amor o el placer.
A la estabilidad: se prefiere un mal matrimonio que una buena separación, porque nos da miedo el abandono.
A las manifestaciones de afecto: pedir mimos, arrumacos, apapachos tiene como objetivo sentirse amado, pero es diferente que nos las den por gusto a que las exijamos como una obligación.
A las manifestaciones de admiración, que tienen que ver con el ego.
Al bienestar, la tranquilidad, la comodidad, la camaradería diaria, el apoyo económico, moral, la educación de los vástagos (Roger le dice a Don, en la serie Mad Men: “¿Por qué seguimos casados después de veintitantos años con mujeres que no amamos? Supongo que por los hijos”).
Para comenzar a cultivar el desapego emocional, Walter Riso nos da algunos puntos de reflexión: "no debes estar donde no te quieren o te hacen daño; la abstinencia es un sufrimiento útil que ayuda a desapegarte; quítale el poder a las necesidades irracionales; acepta lo peor que pueda ocurrir; ten confianza en ti mismo; ten sin poseer; confirma que nada es permanente; déjalo ir".
Reconocerse a uno mismo como adicto al amor no es agradable porque muchas veces llegamos a esa conclusión cuando sentimos un insoportable dolor tras alguna pérdida o comprendemos que estamos esclavizados a una persona o situación que no nos gusta. Para prescindir de la adicción emocional a otra persona es necesario, también, afrontar la supresión del resto de adicciones paralelas: a los momentos emocionales intensos, al entusiasmo, a la ayuda económica, a la compañía. Lograr superar estas dependencias es el primer paso, pues al conseguirlo será más sencillo trabajar con la codependencia.
Como sucede con cualquier adicción, para desapegarse es necesario pasar por un periodo de abstinencia, que inicia al distanciarse de la pareja. Pero, ojo, distanciarse de la relación no significa necesariamente separarse o pedir el divorcio, tampoco que los miembros de la pareja eliminen cualquier contacto entre sí. En el Centro de Psicoterapia y Desarrollo Humano recomiendan “tratarse el uno al otro de forma agradable y dedicarse cada uno a sus propios asuntos, a su propio proceso y no criticar o tratar de mejorar el camino del otro”. Este alejamiento tendría que servir para ver al o la compañer@ de una forma realista, asumir la responsabilidad del propio crecimiento personal, centrarse en encontrar soluciones a los problemas personales, para después hablar con él o con ella sobre aquello que involucra a ambos.
En esta etapa de recuperación es importante trabajar con la autoestima pero también con el ego. No somos necesarios para nadie, ni nadie es necesario para uno. Dice Riso que para acabar con los apegos "es necesario sacar a flote las fortalezas personales, entender cuáles son nuestros sueños aparentemente irrealizables y saber por qué no los hemos llevado a cabo".
Una de las prácticas de desapego que ofrece el psicólogo me parece la base de toda relación afectiva sana: tendríamos que comprender que los otros nos acompañan en el camino de la vida, pero no los poseemos ni nos poseen. “La posesión no sólo te quita tiempo y energía, también te hace emocionalmente más frágil a los ataques externos”. Esto aplica en la pareja pero también en los hijos; pensando en ello, recordé un escrito de Khalil Gibrán que dice:

“Tus hijos no son tus hijos.
 Son los hijos e hijas del anhelo de la vida.
Vienen a través de ti, pero no de ti
y, aunque están contigo, no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos,
pues tienen los suyos propios.
Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas,
pues sus almas habitan en la casa del mañana,
que tú no puedes visitar ni siquiera en sueños”.

Es necesario que al terminar una relación amorosa, se reflexione al respecto y se trate de vivir en el desapego, tanto emocional como material. Una separación debe ser una gran enseñanza, no únicamente un alivio, una obligación moral o social, un acto legal o un acontecimiento sin importancia. Si recapacitamos al respecto después de una separación, la relación con nuestra siguiente pareja será mucho más rica, placentera, inteligente, armoniosa, divertida, amorosa. En pocas palabras, será una relación sana que nos hará crecer y ser felices. Porque de eso se trata vivir, ¿no?

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