Según su perfil emocional, hay quien se recupera más o menos
rápido de un trance doloroso
Quienes dirigen un colectivo o nos gobiernan deberían saber
captar las sutiles pistas no verbales
Richard
J. Davidson, profesor de Psicología y de Psiquiatría de la Universidad de
Wisconsin-Madison, afirma que a lo largo de su carrera como neurocientífico ha
visto a miles de personas que comparten niveles de formación similares
responder de manera extraordinariamente diferente ante un mismo acontecimiento
vital.
Por
eso ha querido saber lo que determina la manera en que alguien reacciona ante
un divorcio, la muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo o cualquier
otro revés. Davidson
se pregunta por qué las personas difieren tan manifiestamente en sus respuestas
emocionales a los altibajos de la vida.
La
respuesta son los perfiles emocionales. «Al igual que cada persona tiene huellas dactilares, que
son únicas, y un rostro, que solo tiene ella, cada uno de nosotros tiene un perfil emocional único, que forma
parte hasta tal punto de lo que somos que quienes nos conocen bien pueden
predecir a menudo cómo vamos a responder ante un desafío emocional»,
escribe Davidson en el reciente libro El
perfil emocional de tu cerebro (Destino).
Estos
rasgos son la razón por la que una persona se recupera bastante rápido de un
doloroso divorcio en tanto que otra se queda atrapada en la desesperación.
Estas particularidades son la causa por la que una amiga es una fuente de consuelo
para todo su círculo de amistades, en tanto que otra se esfuma siempre que sus
amigos necesitan su apoyo.
Davidson investiga, en el laboratorio, cómo es el cerebro de estas
personas. De su trabajo, muy interesante, el perfil que me llama más la
atención es el de las personas que no
saben leer las situaciones sociales. Por ejemplo: un hombre y una mujer están
hablando; él mira hacia otro lado, se inclina hacia atrás y se aleja de ella
medio paso... y la mujer aún no tiene ni idea de que él no está en lo más
mínimo interesado por ella. Esta mujer no es sociaImente intuitiva.
Otro ejemplo:
ese conocido que nos agarra cuando estábamos a punto de salir como un torbellino
por la puerta, y empieza a contarnos su vida entera, mientras nosotros no
dejamos de avanzar hacia el coche y miramos sin parar el reloj: a ver si se da
cuenta. El
hombre no es socialmente intuitivo.
En el otro extremo están las personas que tienen una misteriosa habilidad
para captar sutiles pistas no verbales, interpretar el lenguaje corporal, las
entonaciones, las expresiones faciales de otras personas. Esta intuición social
sería la que tendrían que tener todos aquellos que dirigen un colectivo, o gobiernan
un ayuntamiento o un país o se consideran terapeutas o especialistas de profesiones
humanitarias.
Davidson
pone el ejemplo del Dalái Lama. Cuenta cómo hace unos años visitó un centro de
meditación situado en Massachusetts.Todo el mundo esperaba con entusiasmo la
visita, especialmente la cofundadora del centro, quien, una semana antes, se
había roto la pierna y debía ir con muletas. Pero másd e un centenar de
personas aguardaban en el exterior del edificio el momento de saludar al Dalái
Lama. La cofundadora del centro tiró la toalla, porque estando como estaba
detrás de la muchedumbre, le sería imposible conocerlo. Estaba muy desanimada.
Cuando
el Dalái Lama bajó del coche, miró a la muchedumbre, y de alguna manera reparó
en la mujer que se había quedado apartada detrás. «Desplegando sus antenas sociales
amablemente», escribe Davidson, se abrió paso entre la gente y fue
hasta la mujer. «¿Qué
le ha sucedido?», le preguntó. ¿Se encuentra bien?».
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