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dilluns, 1 d’octubre del 2012

LA INTUICION SOCIAL. Gaspar Hernàndez.


Según su perfil emocional, hay quien se recupera más o menos rápido de un trance doloroso
Quienes dirigen un colectivo o nos gobiernan deberían saber captar las sutiles pistas no verbales
Richard J. Davidson, profesor de Psicología y de Psiquiatría de la Universidad de Wisconsin-Madison, afirma que a lo largo de su carrera como neurocientífico ha visto a miles de personas que comparten niveles de formación similares responder de manera extraordinariamente diferente ante un mismo acontecimiento vital.
Por eso ha querido saber lo que determina la manera en que alguien reacciona ante un divorcio, la muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo o cualquier otro revés. Davidson se pregunta por qué las personas difieren tan manifiestamente en sus respuestas emocionales a los altibajos de la vida.
La respuesta son los perfiles emocionales. «Al igual que cada persona tiene huellas dactilares, que son únicas, y un rostro, que solo tiene ella, cada uno de nosotros tiene un perfil emocional único, que forma parte hasta tal punto de lo que somos que quienes nos conocen bien pueden predecir a menudo cómo vamos a responder ante un desafío emocional», escribe Davidson en el reciente libro El perfil emocional de tu cerebro (Destino).
Estos rasgos son la razón por la que una persona se recupera bastante rápido de un doloroso divorcio en tanto que otra se queda atrapada en la desesperación. Estas particularidades son la causa por la que una amiga es una fuente de consuelo para todo su círculo de amistades, en tanto que otra se esfuma siempre que sus amigos necesitan su apoyo.
Davidson investiga, en el la­boratorio, cómo es el cerebro de estas personas. De su trabajo, muy interesante, el perfil que me llama más la atención es el de las personas que no saben leer las situaciones sociales. Por ejemplo: un hombre y una mujer están ha­blando; él mira hacia otro lado, se inclina hacia atrás y se aleja de ella medio paso... y la mujer aún no tiene ni idea de que él no está en lo más mínimo interesado por ella. Esta mujer no es sociaImente intuitiva.
Otro ejemplo: ese conocido que nos agarra cuando estába­mos a punto de salir como un torbellino por la puerta, y em­pieza a contarnos su vida entera, mientras nosotros no dejamos de avanzar hacia el coche y mira­mos sin parar el reloj: a ver si se da cuenta. El hombre no es social­mente intuitivo.
En el otro extremo están las personas que tienen una mis­teriosa habilidad para captar sutiles pistas no verbales, inter­pretar el lenguaje corporal, las entonaciones, las expresiones faciales de otras personas. Esta intuición social sería la que ten­drían que tener todos aquellos que dirigen un colectivo, o go­biernan un ayuntamiento o un país o se consideran terapeutas o especialistas de profesiones humanitarias.
Davidson pone el ejemplo del Dalái Lama. Cuenta cómo hace unos años visitó un centro de meditación situado en Massachusetts.Todo el mundo esperaba con entusiasmo la visita, especialmente la cofundadora del centro, quien, una semana antes, se había roto la pierna y debía ir con muletas. Pero másd e un centenar de personas aguardaban en el exterior del edificio el momento de saludar al Dalái Lama. La cofundadora del centro tiró la toalla, porque estando como estaba detrás de la muchedumbre, le sería imposible conocerlo. Estaba muy desanimada.
Cuando el Dalái Lama bajó del coche, miró a la muchedumbre, y de alguna manera reparó en la mujer que se había quedado apartada detrás. «Desplegando sus antenas sociales amablemente», escribe Davidson, se abrió paso entre la gente y fue hasta la mujer. «¿Qué le ha sucedido?», le preguntó. ¿Se encuentra bien?».


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