El miedo es inherente a la persona. Se trata de un mecanismo
natural y debemos aprender a vivir con él. Pero hay otros tipos de temores más
nocivos y más difíciles de superar.
En
los años treinta el antropólogo británico Pat
Noone, explorando la isla de Malaca,
se encontró con los senoi. Descubrió
en ellos una forma de vida curiosamente pacífica y feliz. Noone se preguntó qué
es lo que hacía a esta tribu tan diferente del resto. Y descubrió que lo que
fundamentaba la cultura senoi era el ritual de compartir los sueños.
Cada
mañana, las familias, formadas por un gran número de personas, se reunían para
explicarse los unos a los otros sus sueños y discutirlos. En cuanto un niño
había aprendido a hablar se le animaba a que contase a los demás sus
excursiones al mundo de Morfeo. De este modo, se iba familiarizando poco a poco con su
mundo interior y con el de las personas que lo rodeaban.
El sueño es el
momento en el que el sabio y el loco que están dentro de nosotros se cuentan
sus secretos.
Los senoi lo sabían. Creían que los
personajes que aparecen en sus sueños eran los espíritus de animales, plantas,
árboles, montañas y ríos. Y pensaban que haciéndose amigos de ellos podrían
aprender cosas que nunca llegarían a conocer por medio de sus sentidos. Así, si
un niño soñaba que era perseguido por un animal y se despertaba aterrorizado,
su padre le animaba a que hiciera frente a su perseguidor en otro sueño. Y si
el animal era muy grande y el niño no se atrevía a plantarle cara, le
aconsejaba que llamara a sus hermanos o amigos para que le ayudaran a luchar
contra él en sus sueños.
Los
senoi sabían que del miedo se
aprende mucho: pocas emociones activan tanto nuestra mente. Y por
eso utilizan sus sueños para perder el miedo al miedo, que es lo que realmente
paraliza a los seres humanos. Enseñaban a sus hijos, cuando estos se iban
haciendo mayores, a establecer buenas relaciones con las figuras de sus sueños
que en un primer momento les atemorizaban. Sabían que lo mejor que les podía
pasar es que sus
objetos de temor acabaran convirtiéndose en sus consejeros.
La
cultura euroamericana moderna no suele favorecer una relación tan sana con el
miedo. El miedo tiene mala prensa. Vivimos, cada vez más, en una sociedad individualista en
la que se supone que todos debemos ser independientes y desenvolvernos solos.
Y hay personas que creen que para eso deberíamos estar libres de recelos y
desasosiegos.
Sin
embargo, para los psicoterapeutas, el temor es una emoción sana. El miedo activa
nuestra mente y la pone en estado de alerta. El resultado es la precaución: no
nos acercamos a aquello que tememos hasta que lo analizamos y llegamos a la
conclusión de que es seguro. La aprensión en estos casos es adaptativa: nos preserva de
aquellos peligros que nos compensa evitar.
El
miedo es una emoción adaptativa cuando, por ejemplo, nos impide ir muy deprisa en asuntos en los
que no nos desenvolvemos bien. En psicomotricidad es típico observar
como las personas que tienen menos flexibilidad actúan con aprensión cuando
tienen que realizar movimientos rápidos. Este recelo les ayuda a ir encontrando
poco a poco su propia forma de moverse con seguridad.
También
es útil el temor
que nos impide entrar en mundos que podrían ser perjudiciales para
nosotros por nuestra forma de ser. Un ejemplo clásico es el desasosiego ante
las drogas que experimentan los individuos tendentes a la adicción. Para ellos,
acercarse a esas sustancias es más peligroso que para otras personas.
Por
último, hay otra cobardía adaptativa: la que nos permite ir encontrando la forma de vivir que mejor
optimizará nuestro patrón de personalidad. Un introvertido, por
ejemplo, suele sentir horror a lugares como las discotecas. Y eso es sano
porque le ayudará a buscar otras formas de relacionarse con los demás más
tranquilas, en las que se desenvolverá mejor.
Lo
dicho: nuestros
terrores favoritos son buenos para nosotros. De hecho, el miedo no
se siente como emoción negativa: la excitación fisiológica que produce es
similar a la euforia. Quizá por eso a muchos nos gusta ver películas de terror.
Sólo
en ciertas ocasiones las sensaciones de pánico son negativas. Son los momentos en
que el miedo nos impide vivir con normalidad situaciones que nos hubieran hecho
más felices y que no eran, en realidad, peligrosas. La diferencia es
clara. Los temores positivos son una extensión de nuestra personalidad. Los
otros, los que nos limitan, tienen que ver con tabúes, frustraciones y formas
de ser de la persona que nos ha transmitido esos miedos.
Porque
hay quienes usan una y otra vez el temor como táctica de persuasión. Intentan
inculcar sus desasosiegos. Son traficantes de miedos. El tópico de los
mensajes satánicos en el rock es un ejemplo de estos miedos transmitidos que
resultan poco adaptativos para los que los reciben. En los años sesenta, entre
ciertas personas ajenas a esta música y a la tecnología moderna, surgió el
rumor de que determinadas canciones contenían llamadas subliminales a la
adoración del diablo.
En
el año 1957 James Vicary había
anunciado que un experimento suyo demostraba que los estímulos percibidos
subliminalmente influyen sobre las personas. Ese tipo de mensajes no son
procesados conscientemente. Según Vicary, se puede decir a cualquier individuo
que haga algo y esta persona ejecutará la orden sin pensarla racionalmente.
Cuando una década después, el rock y la industria musical tomaron el mundo,
algunas personas encontraron en las afirmaciones de Vicary una concreción de
sus temores.
La
desconfianza que crea lo desconocido (nuevas músicas, nuevas tecnologías)
estaba haciendo mella en ellas. Y el mito de los mensajes ocultos en
determinadas canciones concretaba esa aprensión en algo supuestamente racional.
En los sesenta, los crímenes de la familia Manson (cometidos supuestamente por
las órdenes asesinas que se escuchaba en el Disco Blanco de los Beatles) fueron
el inicio de la leyenda popular. Desde entonces, infinidad de músicos han sido
acusados de encubrir crípticos himnos satánicos en sus composiciones. E incluso
ha habido jóvenes que han creído ese bulo y han llegado a suicidarse por los
supuestos mensajes que alguien les había dicho que se escuchaba en determinadas
canciones.
Cuando
analizamos la leyenda de los mensajes maléficos desde el punto de vista
racional el miedo se desvanece. El experimento de Vicary no ha podido ser
replicado nunca y hay bastantes razones para pensar que nunca se realizó. Por
otra parte, la psicología científica tiene muy claro que los procesos
inconscientes se refieren sobre todo a automatismos, rutinas, hábitos… Lo más
complicado que podemos hacer sin tomar una decisión consciente es lavarnos los
dientes. Un mensaje subliminal que nos ordenara matarnos o matar no tendría la
más mínima influencia. Y, de hecho, el mito se está desmoronando. Hay páginas
web dedicadas a encontrar mensajes ocultos en canciones. Pero ahora son
humorísticas. Hallan, por ejemplo, demonios que hablan en español cañí y
entonan un patriótico Viva la Alhambra al final de la película
Grease o un Quiero
queso roñoso en la dura letra de Money for nothing.
Pero
eso no supone el final de los traficantes de miedo. El miedo a los mensajes
satánicos se ha sustituido progresivamente por el temor a internet o a los
videojuegos. Para estas personas transmitir angustia es una forma de influir en
los demás. Lo importante no es el objeto de desasosiego, sino el resultado.
Quieren conseguir que el receptor se llene de temor y recurra al que le ha
inculcado el miedo como una especie de tabla de salvación.
Y es que el miedo
puede ser muy persuasivo.
Es, por ejemplo, una forma de crear un espíritu colectivo de guerra, muy
conveniente para cualquiera que quiera tener un poder absoluto. Las masas
humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas se ha inyectado el recelo a
los otros. Al vendedor de miedos esto le viene muy bien: a fin de cuentas, las
trincheras sólo tienen dos lados y en los climas bélicos el resto de los
problemas se diluye. Y eso puede resultar muy útil en determinados momentos. Al
final, el objetivo de estas advertencias es crear en la sociedad lo que en
psicología se conoce como síndrome de indefensión, el estado en el que caen las
personas cuando llegan a la conclusión de que lo que ellos hagan o digan no
cambiará los acontecimientos.
Para
evitar que los ignoremos, los individuos que quieren infundirnos desconfianza
hacia algo utilizan ciertas tácticas: afirmaciones no falsificables, insinuaciones que no se
concretan o generalizaciones a partir de hechos aislados. Para los
que llegan a la conclusión de que sus temores no tienen una base real, reservan
una última técnica. Afirman que aquellos que dudan del peligro forman parte de
él. Es lo que argumentaban habitualmente los fabricantes del mito de los
mensajes subliminales. Según ellos, los que dudaban de la influencia de estas
comunicaciones con el maligno formaban parte de la conspiración satánica.
En la vida
cotidiana, se utilizan las mismas estrategias para difundir temores. La familia, que es el primer
lugar que nos enseña tabúes y lugares oscuros, es un contexto favorable para
poner en práctica estas estrategias. Los padres nos enseñan de qué se habla y
de qué no. Y, además, nos indican con qué tono hay que tratar cada cuestión y
cuál debe ser la emoción predominante. Relacionar miedo con ciertos temas es sencillo cuando se
tiene ese poder.
Pero
hay otros papeles de la vida privada que pueden ser utilizados para traficar
con miedo. Nuestros profesores, nuestras parejas y nuestro grupo de referencia
disponen de un contexto sencillo para transmitirnos sus propios temores. Por
eso es tan importante viajar en dirección de nuestros propios miedos llenando
la mochila de conocimiento. Al individuo que ignora sus zonas oscuras no le ocurre
nada, pero tampoco aprende. Hay que trabar amistad con nuestros temores, valorarlos
por lo que nos aportan y sentirnos orgullosos de convivir con ellos.
De esa forma, no dejaremos que nos asusten los terrores y recelos de los demás.
Tendremos
el espíritu lleno con nuestros sanos y adaptativos miedos y no nos hará falta
que nadie nos venda los suyos.
ELIMINAR MIEDOS EN CINCO PASOS
1
- Recuerde que los
miedos más adaptativos son individuales. Cada persona debería tener
los suyos. Cuando su aprensión coincida con la de alguna persona que pueda
haberle influido (padres, líder político o religioso, pareja, etcétera),
analícela racionalmente para saber si es adaptativa para usted.
2 - Haga una lista de las limitaciones que le supone ese
terror. Qué mundos le impide conocer, qué personas le obliga a
evitar, qué actividades deja de realizar…
3 - Después, viaje en dirección a su miedo.
Es decir, acérquese ligeramente al objeto de su desconfianza en una situación
controlable (una situación en la que usted lleve las riendas y de la que se
pueda salir fácilmente). Eso le permitirá experimentar si realmente le causa
temor o si su problema es el miedo al miedo.
4 - Cuando haya vivido esa situación, analícela.
Evite los prejuicios. Trate de averiguar si realmente había razones para
asustarse ante su objeto de angustia o si ha confiado sin pruebas en lo que
otros le advertían que le podía ocurrir.
5
- Si su miedo resiste todas estas pruebas, hágase amigo de él. Un temor que no ha sido
impuesto por los demás, que nos preserva más de lo que nos limita, que nos
causa desasosiego y que está basado en hechos objetivos, es adaptativo. Es
prudencia y le está sirviendo para evitar situaciones en las que usted puede
tener mucho que perder. Así que trate de aprovechar las reacciones positivas
que provoca el temor: activación, encuentro de nuevas experiencias, estimulación.
PAREIDOLIA Y MIEDO
Uno
de los últimos ejemplos del poder de los traficantes de miedo ha sido convencer
a parte de mexicanos y filipinos de que tras el Aserejé había un himno satánico.
El
título ya daba pistas: Aserejé: a es
uno, ser es ser y erejé, hereje. La canción se titulaba, por tanto, “Un ser hereje”. Además, la cantaban Las Ketchup. Los periódicos de aquellos
países destacaron que pronunciar chet es como decir excremento en inglés y up
es arriba. Pero ahí no quedaba la cosa. Sólo el estribillo era para echarse a
temblar. “Aserejé,
ja, de je, de jebe tu de jebere sebiunouva, majabi an de bugui an de buididipi”
contiene muchos mensajes satánicos. Así serían sus traducciones: “Asejeré” (un
ser hereje), “ja” (las siglas de Jehová), “deje, dejebe tu dejebe” (deja tu
ser). Al unir las palabras dice: “Un ser hereje Jehová deja tu ser”. Después,
se continuaría descifrando: “majabi”, que se relaciona con la palabra bajan al
ser leída al revés, “an de”, obviamente, han de; “bugui an de buididipi”, o
sea, guían o guiar, y gui, que en inglés es we, que significa nosotros. Es
decir, “bajan
y han de guiarnos a nosotros”... Pese a lo ridículo de los
argumentos, el caso llegó a los jueces, y la canción casi fue prohibida en
algunos países.
La pareidolia es una ilusión que hace que percibamos un
estímulo sin sentido o ambiguo como algo definido. Las personas no
nos resignamos al caos: tratamos de buscarle sentido. Y, a veces, como en el
Aserejé, hallamos coherencia donde sólo hay arbitrariedad.
Esta
búsqueda inconsciente de orden en el caos está probada con la vista y el oído.
Quizá se dé con más sentidos, pero lo que es seguro es que caemos en la
pareidolia desde pequeños: los bebés reconocen como rostros humanos cosas que
no lo son. Y prefieren estímulos que tienen cierto parecido con caras a
aquellos que parecen totalmente caóticos. Nos gusta, desde niños, el orden. Y
donde no lo hay, nos lo inventamos.
En
situaciones difusas de supervivencia, la pareidolia tiene ventajas: cuando uno
ve unas pocas líneas difusas acechando en los árboles que podrían ser
reconstruidas como un tigre, es mejor que inventar la figura entera y huir por
si acaso. Es un ejemplo de miedo adaptativo. Nadie interpreta la situación
desde fuera, nosotros la dotamos de sentido. Pero, otras veces, alguien quiere
imponer su visión. Y eso puede llevarnos a ver demonios…donde sólo hay
cachondeo.
ENFERMOS DE TEMOR
Un
estudio del University College de Londres (UCL) avala una conclusión: el miedo
continuo es malo para la salud. La inseguridad ciudadana es un
factor subjetivo. Un ejemplo que lo demuestra viene de EE.UU., donde los
delitos han bajado en veinte años.
Pero,
en cambio, el miedo a la delincuencia aumenta. La sensación de inseguridad
tiene que ver más con factores sociales. A veces es alentada por traficantes de
miedo que sacan partido de ella en la política o en los medios.
Pues
bien, según esta investigación, lo que se recoge es algo más que miedo. También
corremos el
riesgo de un empeoramiento de la salud por esa sensación de vulnerabilidad.
Los expertos definen la inseguridad ciudadana como la respuesta emocional de
nerviosismo o ansiedad ante el delito o ante símbolos asociados.
Para
estudiar cómo nos afecta, Mai Stafford
y su equipo del Departamento de Salud Pública del UCL trabajaron con 6.500
voluntarios a los que pidieron que cuantificaran el nivel de preocupación que
sentían ante la posibilidad de ser víctimas de un delito, y estudiaron su salud
física y mental. Los datos revelaban que los participantes con más miedo eran
1,93 veces más proclives a sufrir depresión y 1,75 veces más propensos a
mostrar ansiedad.
Además,
comprobaron que el miedo también está relacionado con hacer menos ejercicio y
relacionarse poco con los amigos. Según Stafford, “lo que afecta a nuestro comportamiento
afecta a nuestra salud; si tienes miedo, estás menos dispuesto a mantener
relaciones sociales, por ejemplo”. Y esto afecta a nuestra salud mental, pero
también física.
Moltes gràcies per aquest article, és genial!
ResponEliminaDe res Yolanda!. Gràcies!
ResponEliminaSí, el artículo ya puede ser mejor que la terapia
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