He perdido el respeto a la prima de riesgo. Quizá porque ya no me importa o porque, entre otras cosas, nunca la he entendido.
Muchos
lectores recordaran que el actor inglés Hugh Grant fue detenido hace unos años
por la polícia de Los Ángeles cuando una noche estaba en su coche, en compañía
de una prostituta, ensayando vete a saber qué papel.
Como
dice el escritor Simon Leys en su
libro La felicidad de los pececillos
(Acantilado), para el común de los mortales, semejante desventura seria
simplemente incómoda, pero, para un actor tan célebre, habría podido tener
consecuencias catastróficas: toda su carrera en Hollywood pareció por un
momento a punto de zozobrar.
En
medio de tal marasmo, fue entrevistado por un periodista, que le hizo lo que
Seys califica de una pregunta muy... estadounidense: «Va ahora usted a un psicoterapeuta?».
«No»,
respondió Grant. «En
Inglaterra leemos novelas».
En
efecto, las novelas pueden ser una gran herramienta de autoconocimiento. En mi
caso, la mejor herramienta. La otra son los gatos.
Un gato
es un espejo.
No de su amo, porque no tienen amo, a diferencia de los perros. Un espejo,
digamos, de la persona con quien conviven. Según Joél Dehasse, veterinario y psicólogo
conductista de Bruselas, «el animal de compañía es nuestro espejo. A menudo
-añade-, el rasgo de carácter que el propietario no soporta en su animal es lo que
no soporta en sí mismo».
Así
pues, en vez de ir al psicólogo me he fijado en mi gato. ¿Qué es lo que no
soporto de él? Bueno, no soportar suena a demasiado grave. Lo cambiaría por un «no me gusta».
No me gusta que sea testarudo. Según Dehasse,
esto es lo que no me gusta de mí. Tiene toda la razón, Dehasse. El gato como
espejo.
Tampoco
me gusta que esté comiendo a todas horas. Debe ser porque yo también voy a la
nevera a menudo. Mi gato, por cierto, no es vegetariano; tampoco me gusta.
Pero,
sobre todo, no me gusta su manía de menospreciar a los protagonistas de la
actualidad. Igual que hacía el gato que Guillermo
Cabrera Infante tenía en Londres, Offenbach,
un gato sumamente afectado y «consciente de la tremenda impresión que producía su
primera aparición». Lovi una vez;tuve el privilegio de tomar el té con
el escritor y su mujer, Miriam Gómez.
Tal y como escribió, el gato caminaba poniendo una pata delantera delante de la
otra para parecerse a Marlene Dietrich
en sus mejores tiempos, mientras la parte trasera de su cuerpo se movía con el
ritmo de un púgil o de un cowboy de cine.
El
caso es que el gato de Cabrera Infante se sentaba precisamente sobre la noticia
del periódico que él estaba leyendo. «Cómo consigue tal precisión», escribió el
autor cubano, «es
uno de sus misterios».
A
mí me sucede lo mismo. Estoy intentando comprender la actualidad, leyendo una
noticia sobre la prima de riesgo, y va y mi gato se sienta encima de la hoja
del periódico que trata de la prima de riesgo; y no me entero de nada. Qué
falta de respeto. ¿Será que yo también le he perdido el respeto a la prima de
riesgo? Me lo diría un psicólogo, pero por suerte ya tengo al gato.
Será
que si, que ya no me importa la prima de riesgo, entre otras cosas, porque
nunca la he entendido; no sé qué es. Igual que no sé quién nos ha robado, ni
quién se está enriqueciendo con esta enorme estafa a la cual llamamos crisis.
Que, en el fondo, no es una crisis, sino el fin de una época.
Lástima
que el gato no me Io explique. Él sólo se sienta encima de la actualidad. Cierra los
ojos. No soporto que, en vez de indignarse, cierre los ojos ante tanto
desalmado y sólo le preocupe su dosis de caricias.
Impresionante artículo y buenisima crítica a nuestra "deriva social".
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