El
noviazgo de Carmela fue corto y muy romántico. Ramos de rosas y cenas con
velitas. La boda, precipitada, ella estaba embarazada. De novio a marido, el carácter de él
cambió. Se volvió distante, hipercrítico, iracundo. Esperando su
segundo hijo, Carmela descubrió que él tenía una amante. Contra la opinión
general (“¿adónde
vas a ir con dos niños pequeños?”, “en un matrimonio hay que aguantar”),
se divorció, en medio de una intensa niebla emocional de miedo y culpa. El
padre trataba a la hija tan mal como antes trataba a la madre, y constantemente
la comparaba (para mal) con su hermano. Pero tal y como hacía con la madre,
alternaba las conductas abusivas y tóxicas con momentos de encanto letal: un
día le gritaba por cualquier nimiedad, al día siguiente le compraba un regalo.
Carmela nunca desautorizó la conducta de su marido. Su marido le chanteajeaba: “¡Has destrozado un hogar!”, y ella le
creía, y aunque a veces la niña decía que no quería ver a papá, Carmela le
obligaba a hacerlo.
Hoy
esa niña tiene veinticinco años. Como suele suceder, se ha buscado un novio que es un clon
de su padre (los patrones tóxicos se suelen reproducir) y está enganchada en
una relación tóxica y abusiva. Cada vez que Carmela intenta decirle
que esa relación no es sana, Miriam se revuelve como una gata panza arriba: “¡No te metas
donde no te llaman! ¡Tú sólo quieres destrozar mi relación”.
Carmela
está desesperada. Tan desesperada como tantos familiares o amigos que contemplan
impotentes como mujeres muy válidas se anulan en manos de patanes que las
tratan como felpudos, porque cada intento de intervención o consejo
provoca una respuesta hostil por parte de la víctima. La tentación de “es asunto suyo
y con su pan se lo coma” es muy fuerte, pero hay que resistirla y
perseverar.
Nunca
insista en lo gilip… que él es (sí, lo es). Ella ya se siente agredida por su
pareja, si le ve a usted en posición agresiva, no reaccionará bien. Nada de: “¡Menudo mam...!
¿Cómo puedes aguantarle?”; sino más bien: “Yo
sé que le quieres, pero no te veo bien y me preocupas”. Tenga en
cuenta que ella, pese a todo, le ama, así que le defenderá y negará el
abuso/maltrato. No hable de él. Nada de: “Pero ¿no ves que te manipula?”. Hable de
ella: “¿Me puedes decir cómo te sientes? ¿Crees
que esto es bueno para ti?”. Practique la escucha activa, deje
que ella se desahogue, que verbalice lo que sucede.
Sea muy paciente.
No intente forzar una ruptura.
Eso sería un intento de control, y a ella ya la están controlado. Según los
especialistas en violencia de pareja, las víctimas intentan romper la relación
entre cinco y diez veces sin éxito antes de separarse (ese círculo vicioso de
amor-pasión-control-celo-amenaza-reconciliación-amor). Nunca diga: “Si vuelves con
él, olvídate de mí, yo desisto”. Diga: “Yo
estoy siempre aquí para escucharte”. Y recuerde que también hay mujeres
maltratadas por mujeres, y hombres maltratados por hombres. Los
casos de hombres físicamente maltratados por una mujer son estadísticamente
mínimos, pero sí existen casos de hombres manipulados por mujeres controladoras
y/o pasivo-agresivas. Las reglas se
aplican exactamente igual: las relaciones tóxicas no entienden de géneros.
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