Aquello que no se
utiliza, se atrofia. Y esto vale para los músculos y también para el cerebro.
La soledad, la falta de contacto con otras personas, disminuye las facultades
cognitivas y puede llevar a la demencia, especialmente a edades avanzadas. El
antídoto es relacionarse
Jeanne
Louise Calment, una francesa documentada como la persona más
longeva de la historia tras vivir 122 años y 164 días, se mantuvo activa,
recibió visitas, y participó en películas y entrevistas hasta el día que
cumplió 122 años. Entonces los responsables de la residencia donde vivía
anunciaron que no haría más apariciones públicas por el bien de su salud y
cinco meses más tarde falleció. Algo natural a su edad, ¿no? Francisco Mora Teruel, catedrático de
Fisiología Humana de la Universidad Complutense y autor, entre otros, del libro
¿Se puede retrasar el envejecimiento del
cerebro? (Alianza Editorial), cree que no es casual que Calment muriese
poco después de quedarse sin visitas y entrevistas, sino que el hecho de perder
la atención y las relaciones sociales supuso una especie de permiso para morir.
Mora recurre a este apunte para enfatizar que una de las claves para mantener
una buena salud a pesar de los años es tener relación con los demás, no envejecer solo.
La
soledad es la segunda preocupación de las personas mayores después de la salud.
Aunque se podría decir que es parte de la primera, porque la soledad, entendida
como aislamiento social, implica problemas de salud. Es más, la OMS cita la
soledad como una de las principales causas de deterioro de la salud en los
mayores. “La
percepción de soledad y aislamiento va asociada a no salir de casa, cosa que se
traduce en problemas de movilidad porque cuanto menos te mueves menos ágil
estás, más riesgo hay de deterioro articular y más problemas reumáticos se
desarrollan; pero además, la falta de relaciones, de personas con quien hablar,
hace que se entre en riesgo de melancolía, en estados depresivos, y que al no
ejercitar la mente se potencie la disminución de las facultades cognitivas”,
dice Pilar Rodríguez, vicepresidenta
del área de gerontología de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología
(SEGG).
“Somos seres sociales y no podemos tener ninguna capacidad, ni
mental ni de ningún tipo, en soledad, aislados; necesitamos a los demás desde
el nacimiento hasta la muerte, y más aún de mayores, porque a partir de los
50-60 años vivimos de la reserva cognitiva, de las conexiones neuronales que
hemos acumulado mientras éramos muy activos, y esa reserva depende mucho de las
relaciones sociales, porque si reduces tu actividad y tus contactos los
circuitos se pierden, porque todo
aquello que no entrenas o no utilizas lo pierdes”, explica Mora.
La vinculación entre actividad y relaciones sociales que hace no es casual. El
aislamiento de los mayores tiene mucho que ver con su pérdida de actividad,
condicionada muchas veces por la jubilación, puesto que el trabajo es el origen
de las principales relaciones sociales para muchas personas y a menudo se
vincula la pérdida del trabajo con un sentimiento de desvalorización, de
pérdida de estatus y de la sensación de quedar excluido. A veces quien se
jubila no sabe cómo ocupar su tiempo, qué actividades hacer fuera del entorno
doméstico y se recluye en casa, lo que encamina al aislamiento social y
emocional, a la soledad. A ello se suman en algunos casos la muerte de amigos o
de la pareja, que implican la pérdida de compañía y de una afectividad
disfrutada durante décadas y en ocasiones problemas de gestión de tareas o
falta de recursos materiales. En otros casos, el desencadenante de la pérdida
de relaciones es el deterioro del organismo, que limita la movilidad.
Pero tampoco
hay que pensar que todos los mayores se sienten solos, porque no es cierto. Ni confundir
soledad con vivir solos. Hay personas que viven solas y no se
sienten solas, y otras que viven acompañadas pero se sienten aisladas. Cada vez
son más los mayores que viven solos y muchos por elección, porque no quieren
perder su entorno ni sus relaciones, porque quieren organizarse la vida
libremente o por la serenidad que les da su hogar. Otros lo hacen por falta de
familiares, porque sus parientes viven lejos o no tienen espacio en casa,
porque no quieren suponer un estorbo o provocar tensiones familiares, o porque
no se llevan bien con la familia. Según el informe 2010 sobre las personas
mayores en España, un 21% de los mayores de 65 años viven solos, aunque en el
caso de las mujeres el porcentaje sube al 29%. Y si uno se fija en los de edad
más avanzada (85-89 años) pasa al 32%. Las estadísticas también indican que
aproximadamente cuatro de cada diez mayores que viven solos se muestran
insatisfechos con su soledad.
La
vicepresidenta del SEGG asegura que el aislamiento y el sentimiento de soledad
es más frecuente entre los mayores de 80 años que empiezan a tener problemas de
salud y se retraen más de salir de casa, y también entre las personas que han
centrado su vida casi exclusivamente en la familia o en el trabajo y no han
cultivado las amistades cuando eran jóvenes. Gloria Mateu, psicóloga y psicoterapeuta de la Fundació Sant Pere
Claver, apunta que hay personas que son capaces de disfrutar de la soledad
porque han
manejado bien a lo largo de la vida los abandonos y han conseguido una
maduración emocional; otras que evitan estar solas y desarrollan la
capacidad de ilusionarse con nuevas actividades o con proyectos de
voluntariado, y otras que tienen más riesgo de convertir la soledad en algo
patológico que puede acabar desencadenando una demencia. “El principal temor de estar solo es
encontrarse con sentimientos persecutorios y no tener en quien proyectarlos, y
cuanto más autosuficiente y narcisista haya sido una persona a lo largo de su
vida y más estructuradas tenga sus defensas frente a la ansiedad y las
pérdidas, más deterioro psíquico y mental sufrirá al sentirse solo, porque al
ver que con la edad deja de ser autosuficiente tratará de defenderse
desconectando del resto, diciendo que no necesita ayuda ni que nadie vaya a
verle, y ese encierro, además de deterioro motriz provoca desorganización
mental y, mal resuelto, puede llevar a la demencia”, detalla Mateu.
Soledad
Ballesteros,
catedrática de Psicología Básica de la UNED y responsable del grupo de
investigación en envejecimiento y enfermedades neurodegenerativas, asegura que
hay muchos estudios que demuestran que hay una relación inversa entre relaciones sociales y
depresión, deterioro cognitivo y demencia, y que el riesgo de
enfermedad de Alzheimer es más del doble en las personas que apenas se
relacionan. Diversas investigaciones vinculan también la soledad a un deterioro
del sistema inmunológico, a mayor uso de medicamentos, más visitas al médico y
mayor riesgo de muerte precoz. Un equipo de psicólogos de la Universidad de
Chicago comprobó a través de análisis de orina que las personas aisladas
socialmente tienen más epinefrina, una hormona que se libera cuando el
organismo está alerta ante situaciones de estrés, lo que se traduce en una
menor capacidad para superar los avatares de la vida y más problemas de sueño.
Por otra parte, investigadores del centro médico de la Universidad de Amsterdam
supervisaron durante tres años a mil personas mayores y analizaron los signos
de soledad que presentaban y su deterioro cognitivo. Diferenciaban entre
quienes se sentían aislados y quienes no tenían sensación de soledad aunque
vivieran solos y observaron que, al cabo de los tres años, el 13,4% de las
personas que se sentían solas tenía demencia, mientras que sólo el 5,7% de las
que afirmaban estar solas pero sin sentir soledad tenía problemas mentales. En
conjunto, el porcentaje de personas con demencia entre quienes vivían solos
(10%) doblaba al de quienes vivían acompañados (5%).
Por el
contrario, activar
y ampliar la red de contactos de los ancianos permite mejorar algunas de sus
habilidades cognitivas, según han comprobado los investigadores del
proyecto europeo Agnes, en el que ha participado Ballesteros. El proyecto
consistió en enseñar a personas mayores de Madrid, del norte de Suecia y de
Atenas (Grecia) cómo manejar un ordenador e incorporarse a una red social que
les facilitaba el contacto con la familia, los amigos y el equipo de
investigación. Las pruebas realizadas a estas personas antes y después de
participar en la red social permitieron comprobar que habían mejorado su
desempeño cognitivo y su bienestar, su sentimiento de estatus, de sentirse
tratados con respeto y de ser personas independientes y autorrealizadas
respecto a otro grupo de control, de mayores que no se habían incorporado a la
red. En una línea similar, psicólogos de la Universidad de Arizona (Estados
Unidos) han probado que los mayores que aprenden a utilizar Facebook realizan
mejor ciertas tareas diseñadas para medir sus habilidades mentales y declaran
que se sienten menos solos o más conectados socialmente.
También
mostraron una mejora en su grado de satisfacción con la vida las personas que
participaron en el proyecto Cerca de Ti,
desarrollado por el Imserso en colaboración con Cruz Roja, Cáritas y la
Fundación Vodafone España. En este caso fueron voluntarios quienes se
encargaron de romper el aislamiento de un grupo de personas de entre 81 y 86
años que vivían solas, en su mayoría mujeres viudas. La visita de los voluntarios pretendía
estimular hábitos saludables como salir a pasear, rutinas de
higiene, de tomar las medicinas y comer mejor, y también promover la
participación de la persona en actividades de su entorno para ampliar sus
relaciones. La valoración de los responsables de la iniciativa fue que el
contacto presencial o telefónico con el voluntario permitió a los mayores
mejorar sus niveles de autonomía, reducir su percepción de soledad y mejorar
algo la relación con su red de familiares, amigos y vecinos y la frecuencia del
contacto con ellos.
La clave, sea
a través de la tecnología, la compañía o actividades, es romper el aislamiento
porque, según los expertos, si un anciano no recibe visitas y no tiene llamadas
comienza a sentirse diferente a los demás, empieza a pensar que ya
no tiene presente sino sólo pasado, y lo recuerda con nostalgia, así que se
siente triste, se muestra apático, le cuesta levantarse de la cama, arreglarse
y cuidarse, y muchos comienzan a tener deseos de morir. A veces es el propio
mayor quien promueve ese aislamiento porque le obsesiona la idea de que sus
familiares tienen muchas cosas que hacer y visitarle les ocasiona molestias,
así que les piden que no vayan tanto. En los grupos de investigación de la
psicoterapia psicoanalítica en la vejez en que participa, Gloria Mateu ve muchos casos así. “Hay quien te cuenta que no ha vuelto a
hablar con nadie desde la última sesión de grupo, hace una semana; o quien se
lamenta de que sus hijos no le llaman nunca y si preguntas ‘¿y usted los
llama?’ responde que no ‘porque ellos tienen cosas importantes que hacer’ y no
quiere interferir”, ejemplifica la psicóloga de la Fundació Sant
Pere Claver.
A estos grupos
de psicoterapia que funcionan en algunos ambulatorios llegan entre 80 y 100
ancianos al año, en su mayoría enviados por el médico de cabecera, que si
observa que una persona está sola y acude mucho a consulta sin que ninguna
patología lo provoque, entiende que la dolencia es la soledad. “Observamos que
el mero hecho de tener que ir al ambulatorio una vez por semana para participar
en el grupo ya se traduce en mejoras para el mayor: mejoran sus capacidades
motoras y su autoestima para presentarse delante de los otros, porque al
principio igual acuden vestidos de cualquier manera, pero a medida que avanzan
las sesiones cuidan mucho más su imagen personal; el objetivo es lograr que el grupo sirva para resocializarlo, involucrarlo
en actividades del barrio y sacarlo de un encierro que sólo empobrece y produce
deterioro físico y mental”, comenta Mateu. Y detalla que durante las
reuniones de estos grupos los mayores ríen y lloran y van resolviendo
conflictos, lo que les ayuda a avanzar hacia una vejez digna y resolutiva. “Al principio
creíamos que hablarían más del cuerpo y de sus dolores, pero eso sólo pasa los
primeros días; luego hablan de las pérdidas que les producen sentimientos
dolorosos y persecutorios y que pueden estar provocados por la muerte de un
familiar o de una mascota pero también por dejar de trabajar, por la pérdida de
capacidades físicas, de la sexualidad o de la independencia, o por un futuro
que sienten que no tienen, o por los conflictos con los hijos; la cuestión es poder hablar de ello, de lo
bueno y de lo malo, para elaborar el duelo y aceptar esa pérdida, dejarla ir;
porque de lo contrario se produce un retraimiento y una sensación de
aniquilamiento que se traduce en desorganización mental”, explica la
psicoterapeuta. A modo de ejemplo, de cómo los duelos melancólicos pueden
acabar aislando y deteriorando, menciona el caso de una viuda que contaba que
lo primero que hacía al levantarse era abrir el armario y abrazar la ropa de su
marido, ya muerto; y que se acostaba con su foto para hablarle, pero en cambio
no contaba su pena ni a los hijos ni a nadie para no preocuparles ni suscitar
pena. Sin embargo, la mejor herramienta para mitigar la soledad es expresar los
sentimientos porque, en palabras de Mateu, “no tiene mas
soledad el que habla de que está solo, sino el que no puede hablar de ella,
porque eso significa que la siente muy profunda”.
Para hablar de
la soledad o romper el aislamiento no es imprescindible acudir a terapia. Para
la mayoría basta con mantener el contacto, aunque sea telefónico, con familia y
amigos o establecer vínculos con los vecinos. Las nuevas tecnologías pueden ser
un gran aliado como han demostrado las experiencias mencionadas y otras que
figuran en la información de apoyo. Y para personas que conservan autonomía y
movilidad puede resultar muy útil acudir a centros cívicos, iniciar actividades
que favorezcan la compañía, integrarse en asociaciones del barrio, participar
en grupos de voluntarios para sentirse útil y miembro de un colectivo,
apuntarse a alguna actividad formativa o acudir a la biblioteca más cercana
para activar la mente, salir en grupo a caminar o encargarse de un animal de
compañía que obligue a salir a la calle, porque eso promueve los contactos.
Claro que, como explica la vicepresidenta de gerontología de la SEGG, a veces
es necesario el empuje o la ayuda de allegados o de voluntarios para vencer las
reticencias del mayor a salir a la calle. “Muchas veces el mayor pasa todo el día en casa esperando
que le llame un hijo, y la familia no es consciente de que si lo invitara a
salir de casa, si lo acompañara a una asociación del barrio o a una actividad
donde cultivar amistades, lograría ampliar su red de apoyo y sentirse mejor,
dejando de estar tan pendiente de la familia, de modo que todos ganan”,
apunta Pilar Rodríguez.
Cuando la
persona tiene dificultades de movilidad, no tiene relaciones familiares o vive
en zonas aisladas donde es más complicado implicarse en actividades, un buen apoyo
son los voluntarios. Cada vez son más las personas que se dedican a
acompañar a ancianos en su casa para darles conversación, romper sus rutinas,
acompañarlos al médico o a hacer ejercicio… Su visita se convierte en un
estímulo para arreglarse, buscar fotos o recuerdos del pasado que comentar,
organizar la casa y mantener una mejor higiene, o incluso preparar algo
especial de comida para agasajarle. En definitiva, un instrumento para romper el aislamiento y
expresar sentimientos.
La
tecnología como aliada
Las
tecnologías de la información se han revelado como un potente aliado a la hora
de mitigar la soledad y el aislamiento de los ancianos. A través de internet,
los videojuegos y las redes sociales muchos logran un contacto más frecuente y
fluido con sus amigos y familiares, incluso si no pueden salir de casa o viven
lejos. Múltiples investigaciones han demostrado que enseñarles a utilizar
aplicaciones y redes sociales implica además un entrenamiento mental que tiene
un impacto positivo tanto en sus habilidades y capacidades cognitivas como en
sus emociones y autopercepción, lo que contribuye a evitar depresiones y
ansiedad. Y estos resultados están alentando múltiples iniciativas.
Recientemente un grupo de profesores de la Universidad Complutense y una ONG de
voluntariado han creado el proyecto
Ment@ para diseñar apps que faciliten la conexión de las personas mayores y
así puedan recibir a diario fotos de sus nietos o realizar fácilmente
videoconferencias con familiares que viven lejos. Y en León está arrancando un
programa de teleasistencia por videoconferencia a través de satélite para
mayores en el medio rural. A través del programa Skype y una televisión
inteligente, personas de la Unión
Democrática de Pensionistas contactan una vez al día con mayores que están
solos para interesarse por sus necesidades, sus actividades y su estado de
ánimo, y contactar con sus familiares o ayudarles en caso de emergencia. Son
dos ejemplos de iniciativas institucionales, que se suman a las miles que
emprenden a título individual a través de su ordenador o su móvil muchos
mayores que ven en Facebook, Twitter, Skype y otros recursos de internet la
forma de ampliar su red de amigos, de intensificar sus contactos familiares y
de iniciar nuevos proyectos.
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