—¿Qué es un
filósofo?
—Tú..., si intentas pensar tu vida y
vivir tu pensamiento.
—Suena...
egocéntrico, ¿No?
—No, tu vida, aquí y ahora, está
incardinada en la sociedad, en la historia, en el mundo. Y vivir tu pensamiento significa ¡Actuar!
—¿Con qué fin?
—¡Vivir mejor! Filosofar es eso: Pensar mejor
para vivir mejor.
—¿Y qué es
vivir mejor?
—¡Ésa es la pregunta filosófica por
excelencia! Al hacértela, estás ya filosofando.
—Mira por
dónde...
—Filosofar es intentar responder
esencialmente a esa pregunta: «¿Cómo vivir?». Otras ramas del pensamiento
pueden responder a muchas otras preguntas, ¡Pero no a ésa!
—Pues ayúdeme
a filosofar: ¿Cómo vivir?
—Felices.
—¡Acabáramos!
—El objetivo de la filosofía es la
felicidad.
—¿Y qué entiende
usted por felicidad?
—Ese estado en el que nada esperas.
—¿El que nada espera... es feliz?
—Sí. Si ansías ser feliz, no lo eres.
Por tanto, ese deseo, esa espera de la felicidad... ¡Es justamente lo que te
separa de la felicidad!
—¿Si tengo
esperanzas, soy infeliz?
—Sí, sí. ¡Sólo quien nada espera es feliz!
Esperar
vivir... es no vivir. Nada esperes: ¡Vive!
—¿Cómo?
—Mira, no desees lo que no dependa de ti o
garantizarás tu insatisfacción. En cambio, ¡Desea lo que sí dependa
de ti! Eso te llevará a actuar y a amar, ¡Y eso sí que te satisfará!
—Debo actuar y amar sin esperanzas, pues.
—Desesperadamente, sí, con una «gaya»
desesperación, una desesperación alegre. «¡Sabio es el que nada espera!», dijo Spinoza.
—¿Ser sabio y
ser feliz es lo mismo?
—La felicidad derivada de la filosofía
es una
felicidad no enraizada en la ilusión o el autoengaño, sino en la verdad:
Es un gozo nacido de la verdad. Sabiduría, así, es el máximo de felicidad en el
máximo de lucidez.
—Sabio es,
pues, todo ser lúcido que es feliz.
—Sabio es el que nada teme. Porque el que
espera, teme (no conseguir lo que espera). Si no esperas, ¡No temes! La
sabiduría consiste en la serenidad del actuar y del amar.
—No esperar...
¿Vivo el presente, pues?
—Sí, un presente pleno, lo que incluye
recuerdos del pasado y fantasías de futuros: ¡Vive gozando de ese recuerdo (eso es la
gratitud) y de esas fantasías (eso es la confianza)!
—Y usted,
André..., ¿Es feliz?
—Depende del momento. Pero cuando me siento feliz, lo vivo
con plenitud; y cuando me siento infeliz, lo acepto con serenidad.
—¿Qué filósofo
le inspira más a usted?
—Montaigne,
¡Que no es feliz y lo acepta! Creo en esa sabiduría no absoluta, pues nadie es
sabio cien por cien, ni cien por cien loco.
—Es un alivio,
sí...
—Sí, porque hay que contar con el
factor del azar: Ni mi felicidad depende de mí solo mérito, ni mi infelicidad de mi
sola culpa...
—Si el azar me
trae un cáncer, ¿Cómo vivir?
—Primero, di sí.
—¿Sí?
—«Sí, tengo un cáncer.» La primera
palabra de la felicidad es siempre ¡Sí! Segundo: Actúa, lucha en
todo lo que de ti dependa. Tercero: ¡Ama! Continúa amando lo que amas:
Tus hijos, el cielo, tu ciudad... Un amigo mío moría de cáncer y me dijo por
teléfono: «Oigo los pájaros cantar: Es maravilloso». Eso es el amor: El gozo en lo
que existe, en lo que es.
—Si muere un
hijo mío, ¿Qué gozo hay ahí?
—Sientes que ya nunca podrás volver a
ser feliz... Yo lo sé, porque... yo... perdí un hijo.
—Oh, lo
siento, yo no sabía...
—Sólo puedes hacer esto: Llorar,
sufrir, ser paciente. Y seguir amando lo que es, y eso incluye lo que vivisteis
juntos, a tus otros hijos, un paisaje... Y, a los dos años, descubrí que el
gozo es posible. Así fue... Perder la capacidad de amar es la más grave enfermedad.
—Y si amo mucho y me enamoro de una mujer que no es mi mujer, ¿Qué,
eh?
—No es razonable querer ser siempre razonable:
Si llega la pasión, dile sí. Pero sé consciente de esto: Esa pasión es una
ilusión por lo desconocido, y cuando te emparejes con esa mujer matarás el
misterio. Y, ¡Ante todo!, nada de esto deben pagarlo tus hijos.
—¿La
experiencia habla por su boca?
—Y las de otros. Suscribo lo que dijo
Serge Gainsbourg: «Uno se enamora de su pareja por lo que no
es y la abandona por lo que es». Esa ilusión —la pasión— se
transforma en amor... ¡Cuando amas al otro por lo que es!
—¿Y si es mi
esposa la que me abandona?
—Acéptalo... y reemplázala.
—Oiga, ¿Estamos
todavía filosofando?
—Claro que sí: La filosofía tiene a la
vida como objeto, la razón como medio y —como te he dicho— la felicidad como
objetivo.
—Pero ¿Puedo
ser feliz ante el desgraciado panorama del mundo actual?
—Si para ser feliz esperas a que el mundo vaya bien, ¡Jamás
serás feliz! ¿O acaso crees que hubo alguna época pasada en la que
el mundo anduvo bien? Mira, acepta que es así y actúa en todo lo que tú puedas
actuar, ¡Y ama! ¡Ama a tus enemigos!
—Anda ya.
—Sí, si los amas, significa que los reconoces como
enemigos, que existen como tales. ¡Pero los combates mediante la alegría y el
amor en vez de con la tristeza y el odio...!
—Acaba usted
filosofando evangélicamente.
—Acabo como mi admirado Montaigne, que remataba así sus
ensayos: «¡Yo amo la vida!».
Montaigne ama más la vida que la sabiduría. El verdadero sabio, más que el que
cree en la sabiduría, es el que ama la vida tal como es, incluida su dimensión
de locura. ¡Ama,
que la vida pasa... y nosotros con ella!
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