—¿Qué tienen que
ver el paro y la filosofía?
—Yo me quedé en paro... y la filosofía
me salvó.
—¿Cómo le
salvó?
—Me consoló, y salí adelante. De
hecho, la filosofía antigua enseñaba eso: Cómo vivir. Durante 1.500 años, ésa
fue su función: Mostrarte
el modo correcto de vivir.
—Si me quedo
en paro, ¿Leo filosofía?
—Las adversidades te desencadenan
estados de ánimo... que los filósofos ya confrontaron antes que tú. ¿Por qué no
aprovechar sus hallazgos?
—¿Qué estados
de ánimo?
—Yo los he experimentado. Primero sientes
que eres un «muerto social»: Ya no eres nada para nadie, y acabas
por no serlo ni para ti mismo. Y de ahí deriva una serie de males conductuales,
psíquicos y hasta físicos.
—¿Cómo se
quedó usted en paro?
—Por una regulación de empleo en Air
Littoral, donde yo era director de comunicación. Antes de eso había sido
periodista. ¡Yo nunca había estado en paro! Y a los 49 años me encontré sin
trabajo, con tres hijos, esposa con empleo a tiempo parcial... y quince años de
hipoteca por pagar.
—Desagradable
trance.
—Todos los males fueron aflorándome: No
saber gestionar el tiempo, soledad, achaques físicos, autodevaluación,
frustración, depresión... Sufrimientos todos derivados de no reconocerme, de
sentirme socialmente muerto... ¡Necesitamos ser reconocidos!
—¿Y la familia
no ayuda?
—Bendita sea, pero no basta. Por la
mañana, mis hijos y mi mujer salían a sus tareas, y yo me quedaba solo en casa,
en pijama... Me
encerraba en mi despachito, ellos creían que yo ahí preparaba algo... Pero no.
No hacía nada, sólo sentirme aturdido, perdido...
—¿Y en qué
momento reaccionó?
—En ese estado, me acerqué a mis
estanterías con libros de filosofía de mis lejanos estudios universitarios, y
leí esta frase de Nietzsche: «Cada estado
interior es una filosofía». Y decidí comprobarlo: ¡Buscaría qué
filósofos habían meditado sobre cada uno de esos estados de mi ánimo, y qué
habían dicho!
—Meditar no
iba a devolverle el trabajo.
—No, ¡Pero podía
devolverme a mí mismo!
—¿Eh?
—Lo primero que descubrí fue que meditar deriva del latín medeor, ¡Qué significa cuidarse, curarse a uno
mismo! Para los antiguos, ¡La filosofía fue terapéutica! Y puede
volver a serlo. También Nietzsche lo creyó: «¡Recuperemos al
filósofo-terapeuta!».
—¿Qué filósofo
ha sido más terapéutico?
—Para mí, Epicuro: Enseña que la amistad es imprescindible para la vida
feliz. Es cierto: Cuando un amigo me pidió leer mis meditaciones, ¡Comencé a
verme, a recuperarme!
—¿Qué más le
enseñó Epicuro?
—A no tener miedo. Epicuro enseñaba a
desdeñar a la muerte: «Cuando estoy
yo, la muerte no está; cuando está la muerte, yo no estoy». ¿A
qué temo yo?, me pregunté. Y vi que siempre temí el juicio de los demás.
—¿Qué otros
filósofos le curaron?
—Mis buenos amigos Sócrates, Pitágoras, Diógenes, Montaigne,
Spinoza, Schopenhauer, san Agustín, Pirrón, Séneca y Diderot.
—¿En qué aspecto le ayudó Sócrates?
—«Conócete a ti
mismo», enseñó. Años de frenética actividad laboral operaron
como una pantalla que me ocultó ante mí mismo. ¿Quién era yo en verdad? Me
busqué...
—Pitágoras.
—«Haz lo que te
es propio, que nadie te desvíe», enseñaba. Es tu trabajo: Identificar
tu inclinación natural, esencial... y desplegarla. La mía era escribir. Pero
sin dictados.
—Diógenes.
—Nos reenseña a reírnos (se burlaba de
Platón), a ser autárquicos: «capaz de
convivir con uno mismo». A medirte contigo mismo.
—Montaigne.
—«Yo amo la
vida», escribió. Con todo lo que lleva dentro de absurdo y
doloroso. Enseña a estimar la vida así, tal como es.
—Spinoza.
—Enseña que el hombre es porción del cosmos, enseña a
vivir sin ansias de tener, de tener nada más que su cuerpo y su
alma.
—Schopenhauer.
—El parado se convierte en un
misántropo, como lo fue Schopenhauer. Él defendía el renacimiento en sucesivas
vidas. Me
ayudó a decidir renacer. En esta vida.
—San Agustín.
—Me ayudó a encontrar mi tiempo. El parado no
sabe qué hacer con el tiempo. Y Agustín enseña que el tiempo es un estado
mental.
—Pirrón.
—Este escéptico enseña
imperturbabilidad (ataraxia).
Una vez su maestro cayó a una ciénaga y Pirrón nada hizo por salvarle. Cuando
el peligro pasó, ¡El maestro le felicitó, claro! Me
enseñó a permitirme vivir dejando que las cosas sucedan.
—Séneca.
—El gran estoico romano te recuerda
que «no tienes derecho a quejarte de la vida, pues ella no te
retiene contra tu voluntad», y aconseja que «si consideras de
antemano todo lo que puede pasar como si debiera pasar, se atenúa el choque de
la desgracia».
—Diderot.
—Tuvo una apoplejía, pero vivió de pie
los tres días que le quedaron. Yo, parado, casi muerto, me moví y llegué a los
filósofos: Sus meditaciones han sido lecciones de vida.
—Resuma la lección.
—Trabaja sobre ti
y ten amigos: Con eso atravesarás las pruebas de la vida. ¡Vivirás bien!
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