—
¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?
—
¿Color rojo?, querrá decir negro.
— No,
se puede tener un día negro porque uno se engorda o porque ha llovido
demasiado: estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles. De
repente, se tiene miedo y no se sabe el porqué.
La joven protagonista de “Desayuno con diamantes”, la
inolvidable Audrey Hepburn, curaba
sus ‘días
rojos’ amaneciendo en el escaparate de la joyería más popular de la
5ª Avenida de Nueva York, una manera trivial, pero eficaz, con la que el
personaje superaba sus malos momentos ‘anónimos’. Es decir, aquellos cuyo
origen desconocemos.
Hay días, (llamémosles negros, rojos o cómo nos plazca)
en los que no tenemos una razón objetiva y nada que en apariencia y alrededor,
pudiera darnos una mínima disculpa para sentimos mal o temerosos y sin embargo,
nos encontramos vitalmente apagados, sin fuerzas e inermes frente a la vida.
Consideremos que es inevitable sentirse a veces así, y no
tratemos de que todo tenga una explicación plausible, porque quizá
no la hay, y a veces sólo resulta que la ‘maquinaria’ ha de bajar de
revoluciones de cuando en cuando, para preservar su integridad y buen
funcionamiento general.
El problema reside en que lo
excepcional, un mal día, se convierta en lo usual, y no se tomen medidas al
respecto, asumiendo que la tristeza y el miedo deben formar parte de manera
cotidiana e indisoluble de nuestras vidas. Cuando los malos días se prolongan, es absurdo evitar
reflexionar sobre ello y recurrir a lo que quiera que sea, para no ser
conscientes de que algo nos ocurre.
Hace cuatro años falleció el genial
director de ‘Desayuno con diamantes’,
Blake Edwards, y esta entrada es también un homenaje a su gran comedia
romántica, basada en una obra de Truman
Capote, quién, por cierto, pidió expresamente que Marilyn Monroe interpretara el papel protagonista. Afortunadamente,
Edwards se salió con la suya, y no porque la Monroe fuera mala actriz, sino
porque no seríamos capaces de imaginarnos el papel de Holly en otra piel que no
fuera la de Audrey Hepburn. La -en
apariencia- frágil mujer, a la que George
Peppard, el coprotagonista masculino, definía así:
"¿Sabes lo que te pasa? Que no tienes valor. Tienes miedo,
miedo de enfrentarte contigo misma y decir: "está bien, la vida es una
realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única
forma de conseguir la verdadera felicidad". Tú te consideras un espíritu
libre, un ser salvaje, y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una
jaula. Bueno nena, ya estás en una jaula, tú misma la has construido y en ella
seguirás vayas a donde vayas, porque no
importa a dónde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma."
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