Controlar los
pensamientos negativos y tomar perspectiva posibilita el cambio y aminora el
dolor
Sufrimos frustrados por lo que
desearíamos que fuera y no es, por lo que esperábamos que hubiera sido y no
fue, por lo que queremos que sea y no llega. Generamos pensamientos negativos
repetitivos y nos anclamos en sentirnos víctimas, nuestro pesar aumenta y se
vuelve adictivo. Cuando cavilamos mucho sobre lo que no funciona, nos agotamos
mental y emocionalmente, acumulamos malestar y no podemos decidir con claridad.
Si además nos anclamos en preguntas como “¿por qué sigues
cometiendo los mismos errores?, ¿por qué me toca vivir esto?”,
sentimos dolor, pena y rabia.
Podemos cambiar de rumbo si prestamos
atención a lo que nos aporta bienestar, preguntándonos y conversando sobre qué
solución nos beneficiaría más, adónde nos gustaría llegar, qué es lo que nos
ilusiona. Según
sea nuestro discurso interior, contribuimos a sufrir más o menos.
“La mayoría de las personas tienen
miedo de volver a sí mismas, porque temen enfrentarse al dolor que hay en su
interior” (Thich Nhat Hanh)
Cuando uno padece, suele tener más preguntas que respuestas. Si se
repite la pregunta que le lleva a la tristeza y a la decepción, se queda
atrapado en el pozo del sufrimiento. Para no incrementarlo, seamos conscientes
de los interrogantes que nos planteamos y elijamos bien el que conviene.
Es necesario controlar nuestros
pensamientos para que no provoquen un efecto de martillo sobre el clavo que a
base de golpes profundiza en el agujero. Lo que ocurrió ya pasó, pero dejó
herida, y con los pensamientos recurrentes de angustia, rencor o culpa nuestra
herida no se cura. Entonces intentamos huir del sufrimiento. Huimos de él
absorbiéndonos en las acciones. Lo ocultamos con consumismo, juegos
de azar, adicciones, acontecimientos deportivos. Tomamos decisiones por miedo a
sufrir o huyendo, y dejamos conflictos por resolver. No afrontamos lo que nos ocurre, no nos
permitimos sentirlo. Escapándonos del dolor, este se acumula en nuestro
interior, hasta que uno se encuentra deprimido o con necesidad de explotar.
Si vivimos obsesionados por la
satisfacción de lo inmediato y estamos permanentemente huyendo de los
inconvenientes y de las adversidades, nos debilitamos. Una sociedad que elimina el sufrimiento
huyendo de él es frágil porque se siente permanentemente amenazada.
La sociedad occidental está orientada hacia el éxito. Sufrir se asocia a
fracaso, a ser flojo, a no llegar, a sentir que uno no forma parte del sistema
productivo y no sirve.
Tememos lo que desconocemos, lo que no tiene forma, lo que está
en nuestra sombra, diría Carl
G. Jung. Permitirnos espacios y tiempos para estar solos de vez en cuando
facilita establecer un diálogo interno con el cual descubrir y conectar con
nuestra fuerza personal. Si uno está bien consigo mismo, le será más fácil
estar bien en el entorno y con los otros. Si uno se siente cómodo, no huirá de
sí mismo. Gozará estando solo y también en compañía. Es en la soledad cuando uno puede
escucharse mejor. El sufrimiento emocional nos indica que quizá
estamos aguantando algo que deberíamos soltar. Tal vez hemos de aprender a decir no o sí,
o a poner límites; tal vez debemos cuidarnos más, o necesitamos más silencio.
Al no escuchar lo que el abatimiento
nos señala, llega un momento en que se produce una grieta interna. Hemos huido
de nuestra propia voz interior que nos quiere comunicar algo. El desconsuelo
indica la posibilidad de un cambio latente. Cuando encontramos el sentido de
nuestra angustia, esta se transforma.
Con motivación se atraviesan las
dificultades que se presentan para lograr nuestro objetivo. Cuando la serpiente
tiene que desprenderse de su piel vieja, escoge transitar por dos piedras
próximas que le aprieten, le rasquen y le ayuden a eliminar su piel. Ese tránsito le
provoca dolor, pero le ayuda a deshacerse de lo viejo para dar lugar a lo
nuevo. Es el final de un proceso y el inicio de otro. Y en ese tránsito sufrimos.
Si nos resistimos a atravesarlo, la angustia se incrementa, pues no soltamos lo
que ya no nos aporta, lo que necesitamos, ni damos espacio a lo que quiere
nacer. Uno
puede enquistarse en ese dolor, alargando el padecimiento y haciéndolo agónico.
“Cuando el ser humano tiene un para
qué, puede atravesar cualquier cómo” (Viktor Frankl)
El sufrimiento nos indica que algo nuevo está naciendo. Si
mantenemos puesta la marcha atrás, no avanzamos, podríamos decir que la herida
se infecta. Si
asumimos y pasamos el dolor, dejamos paso a lo nuevo. Hay que fluir aunque sea
en mitad de la incertidumbre. No sabemos lo que nos espera después
de ese cambio, y esa inquietud nos puede provocar una falta de fuerza interior.
Sin embargo, desprenderse de lo que nos daña es lo que nos libera, nos
fortalece y nos hace libres.
Por ejemplo, uno puede sentirse
invadido por el sufrimiento que le provoca la pérdida de un ser querido y estar
años y años padeciendo. O bien, aunque haya perdido a un hijo, a una madre, a
un gran amigo, puede conectar con los momentos llenos de sentido y felicidad
vividos con ellos, y aunque probablemente habrá una sombra de dolor con el
recuerdo, este no ocupará ni nublará todo. Uno sentirá el agradecimiento por esos momentos.
Cuando atravesamos el sufrimiento, nadie puede responder por
otro.
Este es un sentimiento intransferible y, aunque nos demos cuenta, nadie puede
hacer nada, cada
uno debemos recorrer ese camino por nosotros mismos. Si, para evitar
que una mariposa sufra al salir del capullo, le ayudamos a abrirlo, la mariposa
no utiliza su propia fuerza, sus alas se debilitan y se muere. Es ella la que
debe atravesarlo para fortalecerse y así poder volar. Cada uno tenemos que
salir de las propias redes que nos envuelven y reforzarnos en el tránsito.
Sin embargo, compartir la dificultad, darle nombre y
expresarla, aligera la carga. Es
más fácil si lo identificamos, lo
nombramos, lo escuchamos, lo miramos cara a cara y lo humanizamos. Lo que
ocurre a veces es que la vergüenza o el miedo a lo que pensarán al ver nuestra
vulnerabilidad o debilidad, o a que nos etiqueten como alguien fracasado, dificulta que
compartamos nuestro sufrimiento. Debemos aprender a acompañar al que
se encuentra en esta situación sin juzgarle. Una mirada amorosa que acoge ese
dolor y no juzga cuando uno se abre a ser escuchado y a compartir ayuda a
expresarse para soltar el dolor acumulado en nuestro interior. Y cuánto más
hayamos pensado que seríamos juzgados, si descubrimos en el otro ternura y
comprensión, eso es profundamente liberador. Tener dónde expresar y manifestar lo que
nos angustia descarga nuestro peso.
Para aligerar, nos ayudará también escribir.
Elaborar una carta dirigida a uno mismo, en la que se conversa con la parte que
sufre y está herida. Ejercitando la verdadera presencia, conseguimos aliviar la
angustia que hay en nuestro interior.
Se trata de transformar las
adversidades y los monstruos, que son nuestros miedos, en aliados sobre los que
cabalgamos. El mito de san Jorge es un ejemplo de transformación: el miedo y el
dolor que simboliza el dragón se convierten en una cabalgadura que libera a la
princesa. San
Jorge no mata al dragón, sino que monta sobre él porque lo ha integrado.
“En una sociedad que nos prohíbe
nuestras debilidades, ¡qué liberador es manifestarse vulnerable!”. (Javier
Melloni)
Entregarse en el tránsito que implica
el sufrimiento y no eludirlo hace que aquello que parece un obstáculo y una
gran devastación se convierta en una oportunidad. No es fácil dar este salto. Pero la clave
está en confiar. En un espacio en el que impera este clima se crean
nuevas dinámicas liberadoras que nos revitalizan y nos abren al sentido de
vivir. Creemos que a cada instante respiraremos, que a cada paso que demos el
edificio aguantará, que cuando lleguemos a casa nos encontraremos con la
persona a quien hemos dejado. Nuestra vida está hecha de confianza. Cuando
nos convertimos en seres recelosos, nos deshumanizamos. La confianza nos humaniza. Vivamos en la
fe radical de que todo tiene sentido más allá de lo que podemos percibir con
nuestras cortas miradas.
Primer
paso: escucharse
No incrementemos el sufrimiento
dándole vueltas en nuestro interior. Los primeros pasos para sentirnos
aliviados son escucharse;
luego, comunicarse,
escribir,
pasear
por la naturaleza, rodearse de buenos entornos donde haya silencio y así dejar que salga
lo que hay dentro para conseguir clarificarnos. De otra forma, las
sombras internas se convierten en monstruos. Y como consecuencia, uno se siente
impotente con los sentimientos que le acechan.
Creemos tiempos y espacios para tomar
perspectiva respecto a lo que vivimos. Paremos unos instantes varias veces al
día y respiremos centrándonos de forma consciente en este acto. Practiquemos
mirar y escuchar sin juzgar. Observemos. Reflexionemos. Meditemos. Tomemos
distancia para no ahogarnos. Con la práctica de la atención plena y
de la meditación generamos una actitud que nos permite reconocer y abrazar
nuestro sufrimiento transformándolo.
PARA
CONECTARNOS
LIBROS
- ‘Después del éxtasis, la colada’. Jack Kornfield.‘La liebre de marzo’ y
- ‘Estás aquí. La magia del momento presente’. Thich Nhat Hanh
PELÍCULA
- ‘En busca de la felicidad’. Gabriele Muccino
Como dijo Mandela “La mayor gloria no es caer, sino levantarse siempre”.
ResponEliminaQué cierto es todo. Me reconozco en las situaciones que intenta plasmar el artículo. Totalmente...pero es tan difícil, que es casi imposible ejecutar los consejos. Es más..en estas situaciones que te vencen muchas veces...llegas a hacer incluso lo contrario de lo que debes, llegando a veces a perder los papeles cuando la angustia y el pánico explotan dentro de tí, llegando a decir y hacer cosas que ni se piensan ni se quieren..pero solo quien pasa por una situación así puede entender del todo este tipo de comportamientos inadecuados y así desde el completo entendimiento llegar a perdonarlos sin rencor y con compasión, concediéndose la oportunidad de perdonar sinceramente, a quien con humildad reconoce que se ha equivocado.Las personas no "somos esto o lo otro", sino que actuamos de una u otra forma, según el momento y muchas variables, y por ello toda persona merece una segunda oportunidad cuando se pide de corazón y con la firmeza y decisión firme, de no volver a hacerlo mal, y tener la oportunidad de demostrar que sabe actuar de otra manera tan diferente....que seria digna de reconocimiento por parte de la persona que concede esa segunda oportunidad...pudiendo derivar de ello una bella amistad, sin dolor, sin cargas, sin pesos....Sólo hay que perdonar de verdad....tal y como dice Vida.......Y.
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