“¿Qué soledad es más
solitaria que la desconfianza?”, George Elliot
La confianza es la base de toda
relación profunda, satisfactoria y auténtica. Es la cualidad que nos permite abrirnos a
otra persona, mostrarnos vulnerables y compartir nuestras más inconfesables
inquietudes. Las grandes experiencias de la vida, como la amistad y
el amor, están íntimamente vinculadas a esta palabra. En nuestro entorno más
cercano la damos por sentada, pero de vez en cuando cabe recordar que se trata
de un privilegio y no de un derecho. No se construye de la noche a la mañana.
Como si de una semilla exótica se tratase, necesita de tiempo, cuidados y
dedicación para ir creciendo. Y lo hace poco a poco, sin prisa, afianzándose en
la tierra y fortaleciendo sus raíces. Cuando ha crecido lo suficiente, a menudo
olvidamos el esfuerzo que ha requerido alimentarla. Nos acostumbramos a verla
sólida y robusta, como una auténtica fortaleza de piedra. Pero basta una sola duda para que se
derrumbe como un castillo de naipes.
La última década ha generado un cambio
profundo en nuestra relación con la confianza. Vivimos en la era de la
información, lo que nos brinda un acceso casi ilimitado a la intimidad ajena.
Cuando conocemos a alguien, a menudo solemos acudir a la red para verificar su
identidad, sus inquietudes, su pasado y su presente. Internet no perdona. Una foto
comprometida, un comentario público desafortunado o un perfil imprudente
siempre terminan por pasarnos factura. Las redes sociales son
cómplices de la epidemia de desconfianza que asola a nuestra generación. A
menudo, ante cualquier duda, preferimos resolverla vía twitter, Facebook,
linkedin o wordpress que acudir a la persona en cuestión y preguntarle
directamente sobre aquello que nos inquieta. Nos fiamos más de lo que vemos en
la pantalla que lo que reflejan los ojos y el lenguaje corporal de esa persona.
Este acceso a la información inmediata y casi infinita ha contribuido la
pérdida temprana de la inocencia y ha convertido a la nuestra, lamentablemente,
en una generación desconfiada.
De un modo u otro, todos contribuimos
a que se perpetúe esta situación, pues no estamos dispuestos a poner en
cuestión nuestro propio escepticismo. Eso no significa que abandonemos la
prudencia y dejemos a un lado nuestro criterio, simplemente que nos abramos a
la posibilidad de ir más allá de nuestros temores y expectativas negativas. Lo
cierto es que siempre encontraremos razones para desconfiar de los demás. De
ahí la importancia de cuestionarnos ¿de dónde nace esta inercia? y, sobretodo, ¿qué resultados
genera en nuestro día a día? La paradoja radica en que todas las
personas desearíamos que los demás confiaran en nosotros, y cuando lo hacen,
solemos responder dando lo mejor de nosotros mismos. La confianza de los demás nos hace crecer y
facilita nuestro desarrollo. Mejora nuestra autoestima e influye
sobre nuestra manera de actuar y de comportarnos. Nunca resta, sólo suma.
Entonces, ¿por qué somos tan reticentes a compartir la nuestra?
El
perfil de la desconfianza
“Mejor tener un enemigo
que te de una bofetada en la cara que un amigo que te clava un puñal por la
espalda”, Arthur Schopenhauer
Existen distintos perfiles de personas
que basan sus interacciones sociales en la desconfianza. Y en este sentido, la
biografía resulta determinante. El primero es quien en un momento u otro ha vivido algún tipo
de desengaño, lo que ha reducido su capacidad para entregarse por
miedo a volver a sufrir una situación similar. Este perfil de ‘traicionado’ es,
tal vez el más común. El segundo perfil reúne a aquellas personas que no son precisamente honestas,
y suelen mentir con la misma facilidad con la que otros respiran. Su
desconfianza nace de la creencia que todo el mundo actúa del mismo modo que
ellos, y resulta prácticamente insalvable a causa de su autoengaño. El tercer
perfil es el
del perfeccionista. Su elevado nivel de exigencia no le permite
confiar en que nadie pueda hacer lo que él hace con el mismo nivel de
excelencia, lo que le convierte en alguien incapaz de delegar. El cuarto perfil
es el de aquel que cree que brindar su confianza a otra persona supone una pérdida de
control, y teme que si se permite mostrar su vulnerabilidad y bajar
sus defensas, le puedan hacer daño. Por último, el quinto perfil es el de quien
no confía porque teme que si muestra a los demás cómo verdaderamente es, tal
vez a los demás no les guste lo que van a encontrar. Así que opta por
quedarse con su máscara.
Según el estudio Values and Worldviews
II sobre estilos de vida, valores y creencias realizado por la Fundación BBVA,
un trabajo que tomó como base 15.000 encuestas realizadas a ciudadanos de 10
países miembros de la Unión Europea, los españoles somos, junto a los
franceses, los
europeos con mayor nivel de desconfianza interpersonal. Con un
resultado de 4,7 puntos, tan solo uno por encima de los franceses, los
españoles no solo se colocan por debajo del resto de los países analizados
-Alemania, Dinamarca, Italia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido, República
Checa y Suecia-, sino que ni siquiera se acercan a la media, situada en 5,5.
Según este informe, los españoles no
creen que se pueda confiar en otras personas, exceptuando las que forman parte
de su círculo más cercano de familiares y amigos. Y aún así, se muestran
precavidos. Pero ¿Cuándo y por qué ha surgido esta
actitud? Y aún más importante, ¿‘Cómo’
afecta esta realidad en nuestro día a día?
Lo cierto es que la desconfianza
sistemática tan solo contribuye a que cada vez construyamos protecciones internas más difíciles
de derribar. Nos aleja de las emociones y nos distancia de los demás
en todos los sentidos posibles. Eso nos conduce a vivir la vida con recelo, y
así nos convertimos en víctimas de nuestra propia desconfianza. Si nos
atrevemos a ir más allá, veremos que todos los perfiles de ‘desconfiados’
descritos con anterioridad comparten un rasgo característico. El miedo a
soltarse, a entregarse, a mostrarse. El miedo a sufrir, a que les
hagan daño. Y la desconfianza no es más que el resultado de esos temores. Pero resguardarnos
en ella para sentirnos protegidos nos cuesta caro.
Derribando
muros
“La confianza en uno
mismo es el secreto de todo éxito”, Emmerson
A grandes rasgos, existen dos tipos de confianza.
La que depositamos en nuestras relaciones y la que cultivamos en nosotros
mismos. Y todas las personas ‘desconfiadas’ suelen tener un déficit de ambas.
En última instancia, la única manera de empezar a confiar en los demás es
confiando en nosotros primero. La cruda realidad es que no estaremos
más seguros cuanta menos gente cuente con nuestra confianza. Eso no es garantía
de nada. Sin embargo, trabajar sobre la confianza que tenemos en nosotros
mismos sí genera cambios en la percepción de nuestras relaciones. Porque cuando
confiamos en nuestro criterio, nuestras conductas y nuestra manera de comunicarnos,
no sentimos que tenemos algo que perder al compartirlo. Y eso cambia las reglas
del juego. Cabe
recordar que no existe amor sin confianza, ni tampoco amistad. Y desde luego,
no hay lugar para la libertad.
No hay nada que sea más valorado y
admirado en nuestra sociedad que una persona segura de sí misma, que confía en
ella sin dobleces. Esa certeza nace de asumir riesgos, no de evitarlos.
Aprender a confiar es como saltar en paracaídas. A muchos les asusta el peligro, y buscan
redes de seguridad donde no las hay. Llegados a este punto, vale la
pena recordar que el mero hecho de estar vivos conlleva riesgo de muerte. Y
vivir sin confianza equivale a hibernar permanentemente. Así que antes de
saltar, podemos preguntarnos: ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Y lo mejor?
Está en nuestras manos pasar de ser la generación desconfiada a convertirnos en
la generación sin miedo. Podemos vivir esperando lo peor o lo mejor de las
personas que nos encontramos en el camino, y esa simple predisposición puede
marcar una diferencia determinante en nuestra manera de experimentar la vida.
En
clave de coaching
- ¿Quién sale ganando cuando desconfiamos por sistema?
- ¿Cómo cambiarían nuestras relaciones si nos permitiéramos confiar más?
- ¿Qué cambiaría en nuestra vida si nos atreviéramos a confiar en nosotros mismos?
Libro
recomendado
‘El
miedo a la libertad’, de Erich Fromm (Paidós)
© Extracto del artículo publicado en
el suplemento de La Vanguardia ‘Estilos de Vida’ (ES)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada