La clave es saber
construir nuestro propio proceso vital, ser los protagonistas del recorrido.
Sentado ante mí tengo a Ulises que me
cuenta su larga existencia, sus aprendizajes, aventuras, desvelos y orgullos. Ha
sido un hombre afortunado por los dioses, a pesar de lo difícil que se lo
pusieron. Llegar a ser un hombre sabio, un mito, ha conllevado una travesía
rica y dura a la vez. El regreso a casa llegó después de mil adversidades y
algunos golpes de fortuna. Al final, me dice Ulises, todo acaba siendo una confrontación con uno
mismo. Los hechos y acontecimientos que vivimos sirven de espejos de
nuestra interioridad. Lo que ocurre ahí fuera suele encajar poco con nuestras
expectativas e ilusiones. Solo una confianza ciega en la vida misma, sus
conocimientos y también sus misterios pueden amedrentar los fantasmas del
miedo, la desesperanza y el olvido.
“Lo que la juventud tenía que
encontrar fuera, el hombre del atardecer tiene que encontrarlo dentro”. Jung
Desposeído de patria y familia, Ulises
cultivó el coraje, la astucia, la amistad y el honor desoyendo los cantos de
sirena que pretendían minar un alma que bebió tragos amargos de nostalgia. A
Ulises se le humedecen los ojos al recordar tanta melancolía. El camino del
desapego es el más duro de todos. Ese es el gran viaje. Desabrazar los algodones del amor para
volver a él, transformado. Igual que uno va creciendo, este
sentimiento también lo hace para hacerse esencia. Del afecto blandengue al amor
duro, el que no teme, el que se da, el que se conmueve. Un apego que expresa lo
que fuimos y lo que ya somos. Cada elección que hacemos en la vida, apoya o
niega este penetrante hecho.
Ítaca, la tierra que vio partir a
Ulises es el símbolo del viaje de la vida (salida, lucha y retorno). Es un
camino de transformación, la conquista de uno mismo que no pasa solo por
conocerse, sino por desvelar su naturaleza más esencial, convertirse en un
Seeker of true, un buscador de la verdad. Aunque el viaje lo empezamos nada más
nacer, suele ser a mitad de nuestra madurez cuando tenemos una mayor conciencia
de la vida como proceso. Ya ha habido un antes y queda todo un después.
Perdimos la inocencia por el camino al descubrir que existe el abandono y que
la abundancia un día se acaba. Huérfanos, vagabundeamos intentado encontrar
nuestro lugar en el mundo. Luchamos contra las adversidades e intentamos encajar en
los modelos sociales imperantes.
Cansados de guerrear llegamos a la
gran pregunta: ¿qué sentido tiene la
existencia si sigue llena de horas de vacío, de días de insatisfacción,
decepciones y de cambios inesperados que revientan de cuajo toda expectativa?
¿Qué sentido tiene si uno ya ha realizado todos sus deseos? ¿Qué más hay que no
sea una mera repetición? ¿Hay algo ahí fuera que sea total e infinito? No
cabe duda que esta vez intuimos que el camino a recorrer va de puertas hacia dentro. Hay que
desalojar, deconstruir el personaje para adentrarse en las entrañas de una
pregunta: ¿quién soy yo?
Para muchas personas el reto es un
camino de vida. Para otras un riesgo, un temor a descubrir aspectos
desconocidos que puedan ensombrecer su vida actual. La búsqueda de respuestas,
el anhelo de cambiar encuentra pronto su resistencia. ¿Cuánta verdad somos
capaces de soportar? ¿Y si uno se pierde por el camino? ¿Y si se trata de un
engañabobos? Aparece el conservador, el miedoso, el “quejica” y el perezoso. En lugar de ir
hacia el amor, se deambula por el miedo. De la intención se pasa a la justificación.
La fuerza, en lugar de estar en el acto, se esconde en la mente.
La mente es experta en crear ilusiones
o autoengaños. Juega incesantemente a la dualidad, lo que mantiene en vilo
nuestras decisiones. Es como preguntarse: ¿qué prefieres, un anillo roto o un anillo falso?
Así son muchos de nuestros pensamientos: fragmentados o ilusorios. Nada es
completo, ni nada es auténtico en los juegos de la mente. Sin embargo nos
enredan, confunden, seducen. Pueden hacernos ver lo que no existe, convertirnos en
enfermos imaginarios, amedrentarnos o paralizarnos con tal de resistirse a
salir de nuestras zonas de comodidad.
Ante el reto de vivir, dice Ulises,
hay cinco cosas que no hay que empeñarse en variar:
1. Todo cambia y todo acaba.
2. Las cosas no siempre suceden como
las habíamos planeado.
3. La vida no siempre es justa.
4. El dolor forma parte de la vida.
5. La gente no es siempre amorosa y
leal.
El camino de la aceptación, de reconocer que lo que es, lo es,
acaba siendo más beneficioso ante las falsas ilusiones.
Ulises fue astuto al jugar con el engaño, por eso ideó el caballo de Troya. Les
dio a sus oponentes la ilusión que necesitaban ver, sucumbiendo al final por su
propia ceguera. Una
cosa es tener ilusión y la otra vivir de ilusiones.
Aquello que llamamos realidad no es
más que la pantalla donde se refleja nuestra interioridad. Solo que a veces, lo
que vemos fuera lo negamos dentro de nosotros mismos. A eso se le llaman
nuestras sombras y proyecciones. Vemos en los demás lo reprimido en nosotros, o
ensalzamos ideales y virtudes de las que nos sentimos desposeídos, o nos
hacemos los serios para ocultar deseos indecorosos. Como diría Juan Ramón Jiménez: “Yo no soy yo, soy este que va a mi lado sin yo verlo”.
“La inteligencia suprema es no tener
ilusiones” Jiddu Krishnamurti
Ulises recuerda que ese viaje, el
interior, no puede hacerse con prisas. ¡Que seas viejo cuando alcances la isla!
La riqueza está en el camino y no en la llegada. En ese encuentro con nosotros mismos, con
nuestros tesoros y nuestros dragones se encuentra la llave de la sabiduría.
Adentrarse sin miedo en lo inconsciente. Arrojar luz en la oscuridad. No temer a nuestras sombras.
No engañarse con falsas ilusiones. Ese es el viaje del héroe, el que
avanza hacia sí mismo para transformarse.
Los alquimistas son el símbolo de la
unión de los elementos para lograr el material más puro y noble. En nuestra
vida psicológica se trata de la unión de los opuestos. Ulises ilustra con
algunos ejemplos:
- El
proceso de integrar consiste en contener, no en eliminar. A veces somos muy
duros con nosotros mismos al exigir la eliminación de todas nuestras
deficiencias.
- La
totalidad es lo completo, no lo perfecto (Jung).
- Lo
que nos hirió, también nos concienció.
El viejo Ulises se queda en silencio.
Cierra los ojos. Entra en conexión con el momento presente, el ahora y el aquí
en toda su rotundidad. Su semblante es sereno y a la vez emerge de su presencia
una enorme intensidad. Entonces comprendo que los discursos, los pensamientos y
las norias emocionales solo podrían enturbiar ese momento sagrado. Teilhard de Chardin escribió: “Nos pasamos la
vida esperando el gran día, la gran batalla o la gran hazaña del poder. Pero tal
consumación externa no le es dada a muchos, ni es preciso que así sea. Con tal de que nuestro ser se tense
apasionadamente dentro del espíritu en cada cosa, ese espíritu emergerá de
nuestros esfuerzos escondidos y sin nombre”.
“Héroe es todo aquel que ha vivido a
través del dolor y ha sido transformado por él”. David Richo
El viaje a Ítaca no tiene que
significar la misma epopeya de Ulises. La vida no es una gincana, ni un
circuito de aventuras aunque a veces lo parezca. Más bien consiste en agrandar paso a paso la
conciencia, abandonando las esclavitudes del ego y abrazando lo que trae cada
momento. Entender que todo lo que se desvanece y muere en nosotros
nos devuelve la realidad con mayor pureza. Por eso, tanto la figura del
alquimista como el mago se consideran arquetipos de transformación. Desvelan la
luz que se esconde tras las sombras, que tan a menudo nos cuesta alcanzar a
comprender. Es
la experiencia que sirve para saber lo que significan las Ítacas.
ÍTACA
Fue uno de los poemas del escritor
griego Constantino Cavafis, una de las figuras literarias más importantes del
siglo XX. En la década de 1960 se convirtió en un icono de la cultura gay. El
cantautor Lluís Llach adaptó el poema en 1975. Conserva siempre en tu alma la
idea de Ítaca: llegar allí, he aquí tu destino. Mas no hagas con prisas tu
camino; mejor será que dure muchos años, y que llegues, ya viejo, a la pequeña
isla.
La
inspiración de este artículo se basa en la ‘Odisea’ de Homero, así como en dos
obras de David Richo: ‘Como llegar a ser adulto’ y ‘Las cinco cosas que no
podemos cambiar’.
Cuando te encuentres de camino
a Ítaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de
conocimientos.
A los Lestrigones y a los
Cíclopes,
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca
encontrarás,
si mantienes tu pensamiento
elevado, y selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo
tienta.
A los Lestrigones y a los
Cíclopes,
al fiero Poseidón no
encontrarás,
si no los llevas dentro de tu
alma,
si tu alma no los coloca ante
ti.
Desea que sea largo el camino.
Que sean muchas las mañanas
estivales
en que con qué alegría, con qué
gozo
arribes a puertos nunca antes
vistos,
deténte en los emporios
fenicios,
y adquiere mercancías
preciosas,
nácares y corales, ámbar y
ébano,
y perfumes sensuales de todo
tipo,
cuántos más perfumes sensuales
puedas,
ve a ciudades de Egipto, a
muchas,
aprende y aprende de los
instruidos.
Ten siempre en tu mente a
Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en
absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la
isla,
rico con cuanto ganaste en el
camino,
sin esperar que te dé riquezas
Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido
el camino.
Pero no tiene más que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca
no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con
tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan
las Ítacas.
Desconocía la canción. El poema es uno de mis preferidos, junto con Las Causas - y otros - de Jorge Luis Borges. Excelente tu escrito. ¡Gracias!
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