El autoengaño está a la orden del día y es muy probable que
nadie se halle totalmente libre de él. De manera más
o menos consciente, las personas a menudo mentimos y nos mentimos, y en la
mayoría de los casos recurrimos al autoengaño para evitar el dolor que nos
provocan algunas situaciones difíciles. La gran ventaja de contarse
mentiras es, sin duda, el efecto calmante de ignorar aquellos aspectos de la
realidad que nos resultan insoportables. Aunque no podemos olvidar que
autoengañarse también entraña un grave peligro: acabar orientando nuestra vida hacia la más
absoluta irrealidad. ¿Qué es mejor, pues? ¿Vivir una vida plagada de
mentiras o destrozarnos el alma afrontando las verdades más atroces sin
compasión? Como veremos, el punto medio suele ser la mejor opción.
“La negación es útil, noble y piadosa
cuando sirve de tránsito hacia una nueva afirmación”, José Ortega y Gasset
¿Por qué recurrimos al autoengaño? Simple y
llanamente, para sobrevivir. Pudiera parecer incoherente que en una
sociedad tan racional como la nuestra las personas nos dediquemos a cerrar los
ojos para no ver aquello que nos supera. Pero la negación de la realidad es
simplemente una conducta adaptativa: ante determinadas circunstancias que
vivimos de manera especialmente dramática, sentimos que debemos elegir entre la verdad y la vida.
Y nuestro organismo está diseñado para elegir siempre la vida. Nuestro propio
cerebro, el paradigma de la racionalidad, nos ayuda a sobrevivir censurando o
deformando cierta información que nos dejaría sin ánimos para luchar o que nos
haría caer inmediatamente en el pánico. Y puede que todo esto ocurra de manera
consciente o sin darnos apenas cuenta. Ya sea porque yo me convenzo de aquello
que más me conviene, o porque resulta extremadamente difícil darse cuenta de lo
que se prefiere ignorar, nuestro cerebro nos engaña con el objetivo de
salvaguardar nuestras fuerzas y nuestra integridad. Es una mera cuestión de
supervivencia.
Porque, en realidad, las cosas no son como son. Como
seres humanos, en algunas zonas de nuestra experiencia personal somos proclives
a bloquear nuestra atención y autoengañarnos. Es lo que Daniel Goleman denomina puntos ciegos: lagunas mentales que tendemos a
rellenar con fantasías, explicaciones más o menos racionales o imaginaciones.
Es decir, que no percibimos la realidad tal y como es, sino que elaboramos
nuestra propia interpretación a partir de lo que captan nuestros sentidos.
Ante algo que vivimos como una amenaza, podemos elegir entre focalizar toda
nuestra atención en ello o, por el contrario, desviar nuestra atención y
desconectarnos del problema. La desconexión que supone el autoengaño nos protege de la
ansiedad o el malestar disminuyendo el
grado de consciencia. Y como escapatoria momentánea antes de enfrentarse
con la realidad tiene su lado positivo. Pero si optamos por la mentira y la
simulación de manera continuada y sostenida en el tiempo, corremos el peligro
de acabar viviendo en un universo paralelo del todo irreal, absolutamente
desconectadas de quiénes somos y qué deseamos. Y, además, evitar la realidad conlleva un
coste importante, porque lo que no se afronta tiende a repetirse.
“Cuando crezcas, descubrirás que ya
defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres
un buen guerrero no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores
se repitan”, Pablo Neruda
Así pues, el autoengaño como actitud
habitual ante la vida y sus embates no
resulta muy eficaz. ¿Cómo podemos empezar a ser más honestas con nosotras mismas?
He aquí algunas consideraciones que te pueden resultar útiles:
Date
tiempo para abrir los ojos: puedes apostar por conocer la verdad,
pero dándote tiempo para digerir lentamente toda esa información que te resulta
difícil. Empieza por lo más soportable y ve subiendo poco a poco el nivel, sin
prisa pero sin pausa
Busca
el espejo de los demás: dado que a veces resulta difícil
detectar los propios trucos, espéjate en los demás. Ábrete a sus
comentarios, sus críticas y sus elogios. Su visión distinta contribuye a
iluminar rincones que hasta ahora han permanecido ocultos
Conecta
contigo misma: aunque ciertas circunstancias no son fáciles de
aceptar, decídete
y haz un pacto de honestidad contigo misma. Atrévete a ser más
consciente de tus emociones, de tus percepciones y de tus pensamientos
Hemos visto, pues, que el autoengaño
es un recurso, una estrategia mental que nos permite esquivar la realidad
guareciéndonos en una inconsciencia más o menos deliberada, un modo de
protegernos de la ansiedad que nos provocan a veces los retos vitales. Es un refugio temporal en el que, en
ocasiones, nos podemos cobijar. Pero elegir la mentira como filosofía
definitiva de vida supone peligros importantes, entre ellos la desconexión
total de quiénes somos y qué deseamos para nuestras vidas. Olvidamos
a menudo que somos menos frágiles de lo que pensamos, y también ignoramos la
fuerza liberadora de la verdad, de nuestra verdad. La mujer que vive su vida
con fuerza e integridad es plenamente consciente de sus capacidades y sabe que
puede afrontar con garantías de éxito cualquier prueba, cosa que la llena de
confianza y serenidad.
Y tú, ¿sueles cerrar los ojos a la realidad? ¿Estás cansada de
vivir entre mentiras? ¿Te has planteado que eres más fuerte de lo que puedes
pensar?
Un abrazo bien fuerte,
Maika González
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