El resistirte a la verdad hace que
choques con la realidad, que te está diciendo que no es por ahí, que revises
tus planteamientos para que se ajusten a la verdad. Si lo comprendes así,
crecerás. Si
no lo comprendes y te empeñas en seguir obcecado y dormido, sufrirás sin
remedio. En cuanto entiendas esto por la observación que te dé luz
para descubrir tu realidad, se acabó tu sufrimiento e irritación.
Es muy importante, pues, ver, observar lo que
te perturba para entender lo que anda mal en ti. Al descubrir esto,
verás cómo cambia tu escala de valores. Vas descubriendo tesoros por todas
partes, mientras se va cayendo, por sí solo, lo que no vale. No sabes bien lo
que supone, la paz que consigues, cuando dejas caer la carga de tu superyó de
una posición que te empeñabas en mantener y que suponía tantos esfuerzos y
frustraciones: la razón que siempre querías tener, el afán por defender tu
imagen, tu nombre, tu «prestigio», y todo lo que mantenías para impresionar,
para que te valorasen o te tuviesen en cuenta. ¡Puf!, ¿Para qué servía todo eso?. Menudo descanso
cuando lo tiras todo por la borda.
Y lo paradójico es que tú lo mantenías
porque buscabas en ello remedio a tu inseguridad, y la verdadera seguridad la alcanzas cuando
lo sueltas todo.
Ese es tu premio, con el que te
sorprende la realidad. Y resulta que tienes motivos de estar siempre contento,
pues las experiencias buenas son siempre gratificantes, y las malas te proporcionan crecimiento al
señalarte los obstáculos. Incluso las personas que te dan la lata,
son motivo para que cambies tú, al conocerte mejor, y ya no te empeñas en
cambiarlas a ellas.
No hay nada más clarividente que el
amor. En cambio, la emoción del apego, que tomamos por amor, nos hace ciegos.
Si estás apegado a tu amigo no podrás verlo, porque lo impedirá tu emoción. La
emoción del apego trae consigo reacciones, pero no acciones. Para las
acciones tienes que estar despejado y despierto.
Anthony
de Mello
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