Marta llevaba un largo tiempo sin
tener noticias de Max, su viejo amigo y profesor. Desde su última estancia en
su casa de la montaña, en la que Marta se había empapado de sus enseñanzas, tan
sólo habían compartido alguna esporádica llamada y algún correo electrónico.
Aquella mañana Marta recibió un enigmático mensaje. En él Max escribía:
“Querida
Marta, en poco tiempo partiré para un largo viaje, y no me gustaría hacerlo sin
mandarte un cálido y sentido abrazo”.
Marta no sabía cómo interpretar aquel
mensaje, y su reacción fue inmediata. Sin pensarlo dos veces, se organizó para
hacer una visita relámpago a su querido amigo.
Como en los viejos tiempos, se
presentó sin avisar, y la sonrisa de Max la esperaba bajo el porche. Marta vio
a un Max mayor, con los rasgos de la vejez claramente acentuados.
Cenaron juntos, en el salón, al calor
del fuego de la chimenea. Marta no preguntó nada a Max sobre el anunciado
viaje; sabía que si Max quería, ya se lo contaría. Durante la velada recordaron
episodios pasados, y todo lo que Marta había aprendido dentro de aquellas
cuatro paredes en sus intempestivas visitas. Fue ya al final de la noche que
Marta le dijo:
- Max,
si tuvieras que resumir qué es para ti lo más importante en la comunicación con
los demás ¿qué me dirías?
- Que
mañana por la mañana diésemos un paseo juntos.
Marta estaba acostumbrada a aquellas
respuestas, así que sin insistir, se retiró a descansar. A la mañana siguiente
se levantó pronto, y se encontró a Max en la cocina, que ya había preparado
café. Tras un ligero desayuno salieron a dar el sugerido paseo.
Max condujo a Marta hacia un pequeño
sendero de montaña. Al iniciar el camino, Max le dijo a Marta:
- La comunicación
con los demás es una senda con cuatro hitos. Cuatro principios
fundamentales que te animaré a descubrir en nuestro paseo…
Sin decirse nada más, caminaron hasta
llegar a un frondoso bosque. Allí Max se paró. Se sentaron en unas grandes
rocas. Tras unos minutos de completo silencio Max tomó la palabra:
- ¿Qué
sientes?
Marta, tras meditarlo unos instantes,
respondió:
- Un
silencio sobrecogedor, un vacío absoluto en mi mente…
- Este es el
primer hito: la predisposición. Una predisposición que nos llegará a
través del silencio
interior, es decir, la capacidad de acallar nuestra mente, de
abstraernos de todos los ruidos de nuestro alrededor, y de escuchar con atención plena,
estando en todo momento muy en contacto con lo que sentimos al escuchar lo que
escuchamos.
Marta asentía absorbiendo cada palabra
de su maestro. Ella no era especialmente buena creando este silencio interior
dentro de si. Las prisas, y sus propios pensamientos la traicionaban. Pero se
daba cuenta que al lado de Max sintonizar con este silencio interior era más
fácil. Aquel primer hito tenía mucho sentido para ella. Tras unos intensos
minutos de reflexión continuaron el sendero, hasta llegar a un imponente y
cristalino lago. Max guió a Marta hasta el mismísimo borde, para preguntarle:
- ¿Qué
ves?
Marta, observando la superficie del
lago, respondió:
- Un
magnífico espejo; un espejo que me refleja con precisión.
- Este es el
segundo hito: la percepción. Una habilidad que ejercemos a través de
la empatía,
es decir, la capacidad de captar con precisión los sentimientos de los demás, y
de actuar en consecuencia. La capacidad de ser un espejo para los demás.
Marta tenía una habilidad natural para
la empatía, pero reconocía que a menudo esta empatía la sobrepasaba y se
implicaba emocionalmente en los demás. Ejercerla en su justa medida era sin
duda un reto para ella. Se levantaron y siguieron el camino, hasta llegar a un
claro del bosque, con dos grandes árboles en el centro. En sus ramas, un grupo
de pájaros emitían agudos y estridentes sonidos. Tras unos minutos en contacto
con aquellos sonidos, en algunos momentos estresantes, Max le preguntó a Marta:
- ¿Qué
captas?
Marta, con expresión algo confundida,
contestó:
- Se
están diciendo cosas, aunque no siempre me resulta agradable este sonido…
- Este es el
tercer hito: la expresión. Que ejercemos a través de la asertividad,
esa capacidad mágica de decir las cosas de forma clara pero también respetuosa
y oportuna.
Marta se reconocía poco hábil en el
arte de la asertividad; pasaba con rapidez de no decir las cosas a decirlas con
demasiada agresividad. Este hito era fundamental para ella y se tomó unos
largos minutos de reflexión al respecto. Siguieron de nuevo el sendero hasta
llegar a la cima de un monte, desde la que se divisaba el inmenso valle. Situados
en un privilegiado mirador, Max le preguntó a Marta:
- ¿Qué
experimentas?
Marta, tras escrutar el paisaje con
detenimiento le respondió:
- El
vértigo del abismo que tengo ante mi.
- Este es el cuarto
hito: la profundidad, que
precisa de valor para explorarla y seguridad personal para permanecer en ella. Sólo una
comunicación profunda, que transite por las emociones, contribuye a
relacionarse constructivamente con los demás.
Marta sentía el valor para profundizar
en su comunicación, pero tenía muy presente que muchas veces le fallaba la
seguridad personal, y con la excepción de Max, eran pocas las personas con las
que se atrevía a adentrarse en la profundidad. Tras reflexionar en profundo
silencio, miró a Max a los ojos. Éste le dijo:
- Esta
es la senda que nos conduce a la buena comunicación: prepararse adecuadamente, percibir con
sensibilidad, expresar con respeto y
profundizar con valor.
La temperatura era baja y el frío
comenzaba a calar. Volvieron en animada charla. Al llegar a la casa de Max,
éste encendió rápidamente la chimenea. Refugiados en el calor del hogar, Marta
se atrevió a preguntarle:
- Max,
cuéntame sobre este largo viaje que me anunciaste…
Max, manteniendo el enigma se limitó a
responder:
- No
se el día de partida ni tengo demasiado claro el destino. Sólo se que es el
momento de hacerlo...
(Artículo especial num. 100 Mente
Sana)
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